Por Fosforito
“Estás más flaco”, le decían al gordo. “Sí, más flaco que mañana”, respondía con una sonrisa incrédula. Se lo escuché decir en varias oportunidades. El gordo subía y bajaba de peso con una facilidad asombrosa. Pero él sabía que lo suyo no tenía arreglo. Amaba comer y beber más que la vida misma, es que esa era la vida para él, la buena vida. Y no sabía vivir de otra manera.
Su chiste parecía tonto, pero escondía un pesimismo descarnado. Y yo, que en aquel momento tenía más certezas que dudas, entendía su humorada como una confesión resignada de la poca expectativa que él depositada en el futuro. Tal vez entonces, el gordo ya sospechaba que se iba a morir por culpa de la gula y sus desarreglos físicos… Subía 15 kilos, bajaba 20, volvía a subir 20 más y así de manera continua… Eludiendo a los médicos y a los nutricionistas, y haciendo esfuerzos notables para un hombre de su peso.
Recuerdo muchas cosas del gordo, pero era su chascarrillo -“Sí, más flaco que mañana”- lo que me hace ruido hoy…
- ¿En qué quedo eso salir mejores de esto, Fosforito?
- No sé, pregúntemelo cuando salgamos
Debo reconocer que tuve muchas expectativas al inicio de la pandemia. Supuse que tal vez la humanidad tomaría mayor conciencia de la situación desbordada del planeta tierra, de las injusticias entre los hombres, las mujeres y entre los pueblos en general. De que esta espiral consumista y el imperio del capitalismo como sistema-mundo podría colapsar y dar inicio a una nueva humanidad.
Pero al final, nada demuestra que estemos saliendo mejores de esta pandemia de la que todavía no salimos.
Las grandes potencias salen a comprar vacunas a futuro y a destajo, acapararlas y asegurarse salvarse primeros, dejando a los países pobres relegados y sin acceso a la cura.
Los grandes ganadores del mundo de ayer nomás son los líderes espirituales y morales de “la nueva normalidad”; leáse George Soros, Bill Gates, Mark Zuckerberg y Carlos Slim, entre otros. Ellos nos vaticinan nuevas pandemias, nos hablan del mundo que se viene, un mundo que sueñan sin fronteras, pero no por eso viviendo la vida en paz. La nueva religión de las grandes corporaciones supranacionales, sin banderas y con ley propia, lanzadas a conquistar el mundo, y ante eso la débil resistencia de algunos pocos dignos estados nacionales. La misma vieja disputa por quienes rigen el mundo y quienes resisten.
La aceleración de las tecnologías que avanzan a paso redoblado, a las que pintan como la panacea de la nueva normalidad, proyectan nubes acechantes que avizoran tormentas que dejarán a más personas relegadas del mundo del trabajo, sobre todo del trabajo digno y bien pagado.
Y mientras tanto, los dueños de la vacuna que salvan vidas exigen garantías en activos soberanos (edificios de embajadas, bases militares y reservas de Bancos Centrales) por posibles costos judiciales ante efectos adversos de las vacunas…
Y la esperanza demócrata del norte solo tardó un mes en mostrar los dientes rabiosos estilo “Harry, el sucio” y ordenar el primer bombardeo de su gestión que dice promete ser “menos irracional” que la de su pelirrojo antecesor.
Y por casa el desprecio al pobre está tan latente como siempre. Las mujeres siguen siendo asesinadas y maltratadas con saña. El pensamiento antinacional y el embelesamiento tilingo por lo extranjero también siguen tal cual. La grieta no se cierra porque es carne para los perros, los fanáticos y resentidos.
La deuda externa inexplicable otra vez la estamos pagando los mismos convidados de piedra de siempre con nuestros bolsillos flacos en ahorro forzoso y comiendo a precio internacional porque el país necesita dólares para cumplir con la timba, la estafa y la fuga de unos pocos.
Los “angurrientos locales” quieren recuperar las utilidades perdidas en épocas de cuarentena y que el resto coma mierda.
Y buena parte de los políticos siguen siendo el fiel reflejo de lo peor de esta sociedad que los engendra.
Sí, fui un iluso que pensé que seríamos mejores que ayer; sin embargo las leyes primeras siguen siendo la supervivencia del más fuerte; el que puede, la hace; sálvese quien pueda; y la oferta y la demanda.
La peste solo ha hecho que descubramos el rostro áspero del mundo y la propia desnudez.
Ahora, cuando recuerdo aquella humorada del gordo, entiendo que no era para causar gracia.
