Fuentes Judiciales confirmaron a DIARIOJUNIO, que hacia meses que Marcos Aguirre venía reclamando que en la cárcel se le retaceaba la medicación que le habían recetado para sobrellevar el síndrome de abstinencia y en su caso particular, la necesidad fisiológica de correr y hacer deportes. Lejos de ser una solución, su internación en la UP3, era una motivación a consumir más drogas, y también a familiarizarse con nuevas modalidades delictivas.
Según señalan las mismas fuentes, su experiencia en la colonia religiosa en Santa Fe, si bien fue más pacífica, fue igual de frustrante, ya que el tratamiento se basaba en la fe y la fuerza de voluntad, y no en terapias idóneas, dirigidas por profesionales de la Psiquiatría.
El caso de Aguirre es sólo uno de los cientos que hay en Concordia, pero tal vez el más emblemático, por tratarse de un interno que habiendo tenido la posibilidad de conservar su libertad, no pudo hacerlo, por carencia de una institución más adecuada, y en lugar de avanzar hacia su inclusión social, termina la cárcel, donde las cosas sólo pueden empeorar, tanto para él como para el resto de la sociedad.
Según afirmaron fuentes Judiciales, y confirma la sentencia del juicio abreviado, el joven no posee antecedentes por delitos violentos ni de patologías irreversibles, y además durante su internación en Casa de la Paz, En Buenos Aires, siendo aún menor, adquirió habilidad para ciertos oficios con los que podría solventar sus gastos de vida; el joven solo requiere de una institución psiquiátrica en la región, especializada en adicciones, una tutoría Estatal y un programa laboral que le permita dejar las drogas, superar el síndrome de abstinencia, y mantenerse activo y ocupado.
En vez de eso, es excluido e internado en la Unidad Penal, donde –según denunció meses atrás- no se cumple con su tratamiento farmacológico, y tampoco tiene espacio ni tiempo para descargar sus energías. Además comparte el encierro con presos condenados por delitos más complejos, más violentos, y donde la droga es ingresada cada día, a través de distintos ardides, por los propios familiares de los demás internos. Marcos, si es que logran capturarlo, saldrá de prisión en dos años y medio, y seguramente para entonces, no será el mismo ladronzuelo que ingresó, invisto de delitos violentos.
La historia de vida de un “pibe chorro”
Cuando Marcos Aguirre, aquel al que los medios llaman “el hombre araña” comenzó a robar, tenía 13 años. O al menos esa edad tenía cuando comenzó a caer preso por ese delito, pero lo que tal vez no sea noticia que todo el mundo maneje, es que Marcos había comenzado a consumir drogas exactamente un año antes.
Cuando cumplió 18, su rutina de robar para comprar “merca” dejó de ser tan eficaz, porque a partir de esa edad, ya no podía salir de la comisaría al día siguiente.
Entonces, la Justicia comenzó a investigarlo, y aunque gozaba de libertad, no tardó en perderla, e incluso llegó a huir de tribunales una mañana, cuando oyó el dictamen del Juez de Garantías, que lo privaría de la libertad por tres meses, esa misma tarde fue detenido tras asaltar dos domicilios, y fue enviado a una colonia de adictos en Santa Fe, de la que también escapó; entonces, finalmente su destino fue la UP3, donde estaba alojado hasta el lunes por la tarde
Escapó –como era de esperarse- saltando por los muros.
¿Qué falló en el sistema penitenciario, para que un joven sin antecedentes de violencia ni uso de armas esté prófugo por violar una pena que no le fue dada?
¿Qué falló en el sistema de abordaje social, para que un niño que es observado desde los 13 años, con adicción y reincidencia, haya seguido sin intervalos su estrepitosa carrera hacia la autodestrucción?
¿Por qué, no pudo evitarse en seis años, que Marcos -así como otros cientos de chicos- siguieran por el camino equivocado hasta quedar sumidos en la adicción y el delito, en el submundo de los “inadaptados al sistema”?.
La falta de instituciones psiquiatricas para la recuperación, y la falta de un programa de reinserción laboral y social, son la respuesta a la primer interrogante, aquella que cuestiona, por qué está preso siendo que la Justicia le dio una oportunidad.
Pero hay otra interrogante, la que se refiere a la prevención, actualmente siguen habiendo casos de menores reincidentes que aún se pueden recuperar, pero lo que falta es abordaje, y tratamientos terapéuticos, psicológicos, sumados a lo más importante, la contención social, educación, y empleo.
Como dato nada despreciable, cabe recalcar que siendo aún menor, Aguirre estuvo internado en Casa de la Paz en Buenos Aires, y durante ese periodo, habría logrado desintoxicarse y aprendió varios oficios, pero nuevamente en Concordia, perdió el camino, cuando se vio sin tutoría real; sin contención, y en otras palabras, su recuperación dependía puramente de su fuerza de voluntad. Algo que –claro está- no se le puede exigir a alguien que vio el rostro oscuro de Dios siendo todavía un niño.