Una de las manifestaciones artísticas más comunes en nuestra sociedad y que le permiten al sujeto simbolizar allí producciones que de alguna forma intentan inscribir en el psiquismo aquello traumático, es la escritura. Un artista es aquel que crea, que a partir del vacío que lo constituye, lo transforma y lo pone en acto.
En este sentido aparecen numerosas declaraciones escritas que procuran poder expresar algo de este malestar que nos habita y que nos moviliza también a hacer algo con eso, sea intencionalmente o no.
En el encuentro con un baño público, rápidamente podemos notar mensajes expresados en las paredes, anónimos, conjugados con un brillo estético muy particular que solo el que los conoce puede imaginar. Aparecen allí colores, metáforas y palabras que combinan y se amalgaman para poder nombrar y producir de una forma silenciosa un grito sobre aquello que no se puede decir, que no se puede poner en palabras ni figurar.
Al leerlos, se esconden los secretos más disparatados, frases, confesiones amorosas y de desamor, expresiones políticas, desencantos sobre la vida escolar, familiar y amistosa y letras desesperadas que denotan el malestar presente en nuestra cultura.
Los adolescentes encuentran en ese acto que enlaza lo más íntimo de una persona como ir al baño, y a su vez lo más público ya que se pone algo en juego del entramado colectivo, un vehículo para expresarse, una forma posible para alivianar eso que aflora y que produce sufrimiento.
¿Qué se intenta expresar cuando lo que se escribe aparece plasmado anónimamente en las paredes de un sitio público?
Al recorrer un baño de mujeres en una escuela secundaria, moviliza algo en mí una escritura sobre una pared con un fibrón azul y en letra cursiva, que parafraseando esta exposición, enuncia ser una persona que por aconteceres que no aclara está pasando por una situación que denota en ella un gran malestar y finaliza pidiendo que por este motivo que comenta si la ven, le den un abrazo.
Lo que me resultó llamativo de este escrito es que la palabra “ABRAZAME” aparece en mayúscula, como una vociferación. Un simple abrazo, este gesto humano que para el otro puede resultar tan significativo y contenedor para aliviar un poco estos padeceres, para sostener física y emocionalmente a un amigo, a un compañero que siente dolor, que no está pasando por un buen momento, puede resultar transformador para el que sufre.
Más abajo de este mensaje que se esconde detrás del anonimato, aparece la necesidad de otros escritores de involucrarse, que tal vez como yo han sido lectores y receptores de esto y no les ha sido indiferente sino que se implican. Y aquí empieza una seguidilla de respuestas tales como “¿quién sos?”, “tranquila hermana la tormenta pasará”, “todo va a mejorar”, tiñendo así esto mortífero, ominoso y desalentador del lado de la vida, de lo humano, de entre pares poder encontrar este lugar para refugiarse, para cuidarse y para abrazarse.
Surge así la pregunta de qué espacios tienen los adolescentes para poner a circular la palabra, para poder expresar estos advenimientos y ser alojados por un otro que registre este malestar, que les hagan sentir que importan, que son valiosos, que pueden confiar en este otro que apuntala y que a su vez sostiene.
¿Esto expresado en el baño fue contenido? ¿Quién recibe esta demanda? ¿Se pudo alivianar el malestar de este sujeto que pide un abrazo?
Considero que si bien el espacio terapéutico es sumamente necesario para determinadas situaciones, con un profesional que pueda recibir esa demanda y trabajar desde una clínica particular, existen otro tipo de intervenciones que no necesariamente siguen una línea ligada a una terapia psicológica pero que sí tiene efectos terapéuticos muy significativos.
Encontrarse con un lugar tanto físico como simbólico en donde se habilite a que algo de ese “no sé qué” pueda emerger, donde a partir de dinámicas, de lo artístico, de la pregunta, del miramiento, donde algo de esa subjetividad pueda ser contenida, le brinda al adolescente un medio para poder descargar sus afectos penosos del horror.
Tal vez por la etapa de pubertad que transitan, hay procesos psíquicos que se están resignificando, lo que conlleva un gran movimiento psíquico y es a través de herramientas tales como el arte, que puede representarse algo de eso doloroso dándole otro sentido, abriendo así la posibilidad de encontrar un modo de relación distinto.
Aquí aparece la presencia del otro como fundamental para poder mantener algo de esa reedición en pie, teniendo en cuenta que estos espacios actúan como un gran soporte para la angustia, con intervenciones que parecen nimias pero que cualquiera puede ejercer, que es tan solo la de la escucha y el ofrecimiento de un lugar en donde se los mire con empatía.
La necesidad de crear dispositivos que promuevan la expresión para adolescentes resulta urgente. Permitiendo así una intervención en un marco de atención primaria de la salud y de derechos humanos para dar respuestas a estas problemáticas, centrándose en la prevención y en la promoción de la salud. En donde algo de lo más humano pueda emerger y ser apoyo de aquello siniestro y del malestar inherente al sujeto y nuestra cultura.
(*) Estudiante de Psicología y AT. FHAYCS- UADER