Los vicios de la política

Aunque aparezca como muy alejado de la realidad cotidiana al observar el desarrollo político entre nosotros, no se puede eludir silenciando que en el sistema legal que nos rige, el acceso a la función pública solamente debería ocurrir que el aspirante y/o actor para ingresar a cualquier puesto que se trate debe reunir requisitos de idoneidad. Esto es así tanto para desempeñarse en funciones por vía de designación de resolución o decretos al igual que para quienes son nominados y llegan por le voto popular. Lamentablemente, siempre se observa también como una expresión del subdesarrollo de que manera ésta exigencia de idoneidad y méritos como requisitos para acceder a la función pública son dejados de lado por motivos totalmente extraños a la política en su sentido estricto y a la función pública. Actividad esta última, que por definición tiene el objetivo fundamental que los protagonistas sean verdaderos servidores públicos.
Las deformaciones aludidas en el párrafo anterior, tal como una verdadera calamidad de nuestros días se manifiesta con una generalización que se puede calificar de muy grave y por lo tanto debería generar una verdadera alarma en la sociedad.
En efecto, se observa de que modo quizás la herramienta fundamental del sistema democrático que es el voto, demasiadas veces deja de cumplir la función que como derecho tiene el ciudadano para elegir a sus gobernantes, transformándose en un bien de cambio a veces por una bolsa de mercadería, otras por ciertas sumas de dinero, otras por promesas de negocio o cualquier tipo de ventaja personal. Evidentemente esta deformación que se observa lleva a que quien obtiene el voto así, no garantice en absoluto los requisitos de idoneidad y méritos que debieran ser condición sin la cual jamás debiera accederse a un cargo público, situación ésta que se torna gravísima cuando esto ocurre en niveles muy sensibles por la jerarquía de quien ocupa cargos por este camino.
El conocimiento personal que tenemos de estas deformaciones nos imponen reclamar a la dirigencia en general, poner en práctica formas de actuar que nos permitan sobreponernos ante vicios como los aquí aludidos, para retomar un camino de construcción política que nos permita recuperar el verdadero rol a cumplir para quienes practicamos esta profesión no solo para jerarquizarla, cosa que es necesaria, sino además para impedir el proceso de destrucción de la calidad de vida que sufrimos hoy los argentinos en lo que depende de lo público.
Casi como un clamor debo decir que si la dirigencia en general y en particular los que gobiernan no paramos este proceso de decadencia donde tantas veces lo personal se antepone a lo público, desnaturalizando así el rol de esta función y permitiendo que se degrade la actividad a extremos en los que se puede llegar a la función pública persiguiendo fines mediocres y no elevados como corresponde en todos los caso, nuestra sociedad se desestructurará social y económicamente, y seguro nuestra calidad de vida nos conducirá a un extremo fatal de pobreza y sumisión.

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