“Vida puerca” se iba a llamar esa notable novela, que cambió por “El juguete rabioso”, a instancias de su amigo Ricardo Güiraldes. Resulta estremecedor pensar, cuántos de nuestros jóvenes se enfrentan con el dilema de Silvio Astier. Ayer nomás, estuve con uno que conocí en la cárcel, tratando de “regenerarse” vendiendo ajo en la peatonal. Cuántos adolescentes en nuestra empobrecida ciudad, enfrentando esa inexorable disyuntiva, “tenés que trabajar”, sabiendo cruelmente que eso significa caer, resignadamente, en las garras del abuso y de la infamia. Sacrificar ideales, sueños, esperanzas.
“El juguete rabioso” (que bien podría ser la metáfora del trabajador explotado) fue editado en 1926. Es posterior a los fusilamientos de los peones de la Patagonia y a los asesinatos de los trabajadores de Vasena, de la semana trágica. Es contemporánea a la revolución rusa, al período entreguerras, a la frustración de los sueños de ascenso de los inmigrantes, de “Hacer la América”. Anticipa la década infame, aquella inaugurada por la crisis del capitalismo, el crack del 29, aquel período de penuria extrema para los trabajadores, arrojados a vivir en condiciones miserables.
En esa época escribió Arlt, también él marginado por la elite literaria, porque traía la voz de la calle, del lunfardo y el cocoliche, porque visibilizaba la angustia del hombre expulsado por el sistema, arrojado al vacío de la existencia. La ley de residencia fue, en el terreno político, el modo de cuidar el orden oligárquico de la “amenaza” de anarquistas y comunistas que venían con intenciones revolucionarias del otro lado del océano. El encargo político a la literatura, fue en consonancia, la custodia de la pureza del lenguaje, de la expulsión de su morada, de toda expresión de la chusma ultramarina. Lugones fue el general de esa batalla. Es que el proyecto oligárquico de los 80´fue el de un país para pocos, a costa de la explotación y la miseria de los trabajadores. De la represión, de la tortura, de los fusilamientos, de la muerte. De los asesinos como Ramón Falcón o Héctor Varela.
En la historia de la lucha de clases, los trabajadores sufrieron el martirio de los dueños de los medios de producción, a quienes vendieron su fuerza de trabajo, enajenándose. Es una historia sangrienta, cuyo hito fue la masacre de Chicago, el primero de mayo de 1886. Pugnaban esos anarquistas, por la reducción de la jornada laboral a ocho horas, ocho de descanso y ocho de recreación. Los obreros tenían, en esa época, jornadas de 16 horas. La huelga terminó en represión, masacre, muerte. En el medio una bomba explotó y los huelguistas fueron acusados. La justicia dictó la pena de muerte para los huelguistas. Está claro que infiltración y “justicia” adicta al Poder, es sólo continuidad en la historia. En nuestro país, esa oligarquía voraz, destructiva, insaciable, rastrera, fue sorprendida un 17 de octubre, por una masa obrera que exigía justicia social. Los humillados eran reivindicados. Eva pagó con su cuerpo enfermo o yerto, las vejaciones del odio de clase. El líder fue proscrito, pero los trabajadores no olvidan, tan fácil, los días más o menos felices, más o menos dignos. Eso, hasta hoy, está por verse. La revolución fusiladora inclinó, nuevamente, la balanza a favor del Poder. A partir de la década del 70, las transformaciones mundiales han ido, cada vez más, en detrimento de los intereses de los trabajadores. El más cruento genocidio tuvo, como lo explica con Claridad Walsh en la “Carta abierta”, esa finalidad, la de instalar un modelo económico-financiero, en su perjuicio.
La década del 90 ́ significó la profundización de este proceso neoliberal, con la destrucción del aparato productivo y el mercado sustituyendo al estado de bienestar. Su aplicación implicó niveles récords de desocupación, tal que finalizó en el estallido social de 2001. Un momento en el que el hambre se apoderó de los trabajadores, empleados y desocupados, en un país que producía alimentos para cuatrocientos millones, como suele decirse. Otros días felices vinieron después. Felices, obviamente, en el contexto del capitalismo salvaje. Claro que siempre la aspiración es a una sociedad justa e igualitaria, en la que no exista la explotación del hombre por el hombre, una comunidad en la que la riqueza las disfruten quienes las producen, es decir, los trabajadores. Mañana es su día. Deseo profundamente que se renueven en él, los sueños, las esperanzas y las utopías de un mundo mejor. Más aún en una ciudad empobrecida, aun con mucho empleo. Por un día luminoso, en el que la ilusión triunfe sobre la resignación.
UNA NOTA SOBRE EL TRABAJO, LA DESOCUPACIÓN Y LA SALUD MENTAL
Aun en sociedades en las que predominan la alienación laboral, los hombres y las mujeres viven el trabajo como una necesidad que trasciende la subsistencia. Promueve sentimientos de identidad, pertenencia, sociabilidad, autoestima. Es decir, está ligado al bienestar humano, a la salud mental. Desde esa perspectiva, la desocupación, la precarización y explotación laboral, la pérdida del empleo o la falta de horizontes de un proyecto digno de trabajo para los jóvenes, afectan de un modo contundente, la vida emocional de las personas y las colectividades. Emergen de ese contexto múltiples formas del sufrimiento psíquico actual: el estrés, las enfermedades psicosomáticas, la depresión, las adicciones, la violencia social, familiar, de género, etc. etc. etc.
Es necesario, frente a todas las formas de reduccionismo, biologicista o psicologista, poner en contexto, en el marco de las lógicas de funcionamiento socio económico y cultural, esas dolencias, para comprender que no son los psicofármacos las que las curan, sino un necesario cambio social. En ese sentido Miguel Orellano realiza una sesuda investigación de la que resulta el ensayo: “Trabajo, desocupación y suicidio”(2), en el que desarrolla con precisión científica, la asociación entre la desocupación y el suicidio, siempre desde el paradigma de la complejidad. Tomamos al suicidio como un indicador, porque lo consideramos un síntoma del funcionamiento socio-cultural, del “malestar en la cultura”.
La pérdida del empleo es un momento dramático, sobre todo para los hombres, que cargan con el mandato sacrificial del rol de proveedor. Es necesario implementar dispositivos de salud mental para sostener a estas personas que suelen hundirse, en muchas oportunidades, en depresiones muy delicadas. Un caso emblemático, por lo transparente, fue el proceso de privatización de la telefónica francesa en 2007. “France Telecom” contaba con cien mil empleados. Los nuevos dueños quisieron reducir a ochenta mil la planta de trabajadores. Con ese fin comenzaron una campaña de persecución para forzar los retiros. Traslados, maltratos, oficinas sin ventilación, en soledad y sin tareas, fueron algunas de las estrategias de presión elaborados por los ceos. El resultado fue el suicidio de 30 empleados de la ex estatal.
El capitalismo reduce a los seres humanos, fundamentalmente a los trabajadores, a una mercancía que ingresa al mercado de trabajo y se somete a sus leyes, cosificándolos, alienándolos. Los trabajadores tienen una heroica historia de lucha por transformar la sociedad, por reivindicar sus derechos, por lograr una justicia y una dignidad social, para lograr un mundo sin explotadores ni explotados, esa lucha se resignifica y se reflexiona, cada primero de mayo, para seguir generando conciencia revolucionaria.
VAMOS A VER LA PATAGONIA REBELDE
El viernes cinco de mayo a las 19 30 horas, en la biblioteca Julio Serebrinsky, en Urquiza 721, “Lazos en red” la red de voluntarios para la prevención del suicidio de Concordia, en conjunto con la biblioteca, organizamos un cine/debate. En el mismo, se proyectará la película “La Patagonia rebelde”. Es una actividad libre, abierta y gratuita. Están todos invitados. Feliz día a todos los trabajadores.
1)»El juguete rabioso», Roberto Arlt. Coleccion grandes lecturas
2)»Trabajo desocupacion y suicidio». Miguel Orellano. Editorial Lumen
(*)Psicólogo. MP243