Los trabajadores “en gris” de la industria citrícola

Eran las 11.00 de la mañana, en las puertas del edificio de CAFESG, en San Juan y Cadario; había al menos 300 trabajadores de la citricultura -la gran mayoría empacadores. 15 delegados ya había ingresado al edificio para hablar con el presidente del organismo Estatal, Hugo Ballay, y exigirle que el Estado responda por los empresarios, que habían decidido suspender a su personal por 30 días, sin goces de sueldo.
Los telegramas habían llegado el día anterior; cuando cerca de 4000 empleados entre las distintas firmas de la región, fueron suspendidos por 30 días a causa de la crisis que atraviesa el sector, y en medio de una negociación que la patronal citrícola y la cámara de exportadores, venía entablando con el gobierno provincial, para que intercediera ante la Nación, a los fines de que se les otorgara un subsidio a los productores, asegurando que era la única forma de poder mantener los puestos de trabajo.

En ese contexto, los empleados del sector que fueron cesanteados, dirigieron su reclamo al Estado, y en ese trámite estaban, cuando llegamos al lugar. Según nos contaba uno de los delegados -empleado de Empaque Salerno- que había presenciado la reunión “Parece que podrían darnos un subsidio por los días de suspensión, pero nos van a contestar el viernes”.
Fue entonces cuando Ramón, otro empacador que no quiso precisar para que empresa trabajaba, tomó protagonismo en la conversación.
Ramón es un trabajador joven, de unos 30 años, padre de familia según me cuenta, con algunos años de experiencia en el oficio, y con pleno conocimiento de sus derechos laborales –aunque no los exija por temor a perder su empleo-. Sin más, de forma totalmente espontánea, como reacción inmediata a lo que acababa de oír, Ramón advirtió: “Pero eso no sirve, cuando pidan los recibos a la empresa para ver cuánto cobramos vamos a quedar con el tuje al aire”

-¿Por? -Pregunté haciendo gala de mi ignorancia-
Ramón, se acercó, metió las manos en los bolsillos de su campera de jean y con apacible resignación explicó: “Porque en los recibos figura la mitad de las jornadas trabajadas; de cada 10 días nos aportan cuatro, el resto va en negro”

-¿A sí?
-“Mirá –explicó el empacador- hay una libreta donde firmamos el pago total, pero en los recibos de sueldo, solo figuran la mitad de los días, o sea que los descuentos y los aportes se hacen como si fuera que trabajamos menos días, así que cuando vayan a pedir los recibos para pagarnos lo que perdemos por la suspensión, solamente va a figurar una parte, y si es que hay subsidio, va a ser por menos de la mitad de lo que realmente debería ser”

Cuando le pregunté a Ramón que empresa es la que lo emplea, y que opera de esta manera con sus aportes, el experimentado empleado cerró la boca y bajó la mirada; delimitando de alguna forma, con gestos mudos pero contundentes: “Hasta acá llegué, demasiado dije ya” y literalmente se echó para atrás. Después hace un gesto con la cabeza, que parece decir, “que importa, da igual” y mira fijo hacia la nada.
Sus compañeros se hacen a un lado; de golpe en una ronda de cerca de 10 personas, no quedó nadie; la mayoría se aparta para seguir conversando a pocos centímetros, pero cumpliendo el objetivo de alejarse del periodista, para no ser sometidos a la misma pregunta, que mas no sea por descarte. Ramón simplemente me mira y dice: “Yo no quiero tener problemas, ya está, para mi es normal esto, no es el motivo de este reclamo”.
Y en cierta forma así es, los trabajadores en gris de la industrias citrícola, han aceptado “las reglas del juego” que proponen las empresas; un juego poco claro, donde siempre el patrón cuenta con ventaja, ya sea que haya o no haya crisis. Porque en definitiva, se trata de acumular capital.

Si la producción anda mal el patrón nunca pierde, no pone de su bolsillo para pagar los sueldos, el que paga es el empleado, y paga con el desempleo, o termina pagando el Estado, para evitar ese desastre. Pero cuando la producción anda bien, cuando el negocio da ganancia ¿ganan más los empleados? ¿Gana más el Estado?
Aclarando que “no todas las empresas hacen eso” Ramón asegura que “nosotros ya estamos acostumbrados, eso no nos molesta tanto, lo que nos preocupa es que si se valen de los recibos para abonar el subsidio, nos van a dar un subsidio muy inferior a lo que debería ser”.
De todas formas ya había quedado claro; tanto Ramón como sus compañeros, y los cosecheros, no solo del citrus sino también del arándano, se acostumbraron a ser vulnerados en sus derechos, es el precio que pagan por “mantener su empleo”, algunos incluso llegan a contentarse con que “al menos lo que nos pagan en negro viene sin descuento”.

Otra práctica frecuente que relatan los empacadores, es la de la tercerización del empleo, a través de cooperativas, que realizan el trabajo por menos dinero y sobre las que el Empaque no tiene responsabilidad más que la de pagar el servicio.
No es que desconozcan sus derechos, es que temen reclamar porque, según afirman: “Más vale estar en gris que estar en la calle”
Pero esta situación no es excepcional, no es que ahora se redujeron los aportes a la mitad solo por la crisis, según nos cuenta Ramón, “siempre fue así, cuando trabajamos recargados de horas también, siempre nos blanquean la mitad de los días”
Como desde que el mundo es mundo, cuando el patrón pierde pierden todos, pero cuando el patrón gana, gana él solito.
Para ser del todo justos, cabe aclarar también que existen casos de pequeños productores que acuden a estos artilugios para poder mantener sus pymes, y para los que el Estado debería contemplar, otro tipo de aporte tributario más accesible. Pero cuando este tipo de tretas, que estafan al trabajador y al Estado, son practicadas por los grandes patrones, aquellos que exprimen plusvalía de la tierra y del obrero, lo único que cabe es la ignominia

Qué paradoja, la de gran parte del empresariado argentino, que cuando las papas queman –y con esto me refiero siempre antes de piensen siquiera en amortiguar la perdida con su patrimonio-, piden que el Estado sea benefactor, proteccionista, piden ayuda a un Estado paternal, no piden crédito sino subsidio. Pero en las épocas de bonanza, cuando es su turno de devolver esa ayuda, ni más ni menos que aportando las cargas sociales de sus empleados como la ley establece, se apodera de sus actos la más viva expresión del capitalismo neoliberal, aquella que pretende extraer el máximo rendimiento al menor costo, para capitalizarlo en moneda, aquella que propone el libre mercado, y la menor participación posible del Estado; entonces, en ese caso, pretenden un Estado pequeño.

Sería bueno que alguna vez, se defina cuales son las reglas de ese caprichoso juego, para que los empleados y el Estado también puedan ganar de vez en cuando.

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