Hace ya más de cuatro décadas se abatió sobre nuestro país la más sangrienta de las dictaduras de las que habían sucedido en su corta historia como Nación libre. Pero no fue solamente una dictadura ejercida por las fuerzas armadas «mesiánicas» exclusivamente, sino que tuvo su correlato con la complicidad de una parte de la población civil, proporcionados por los partidos políticos, una parte del Poder Judicial, y una cúpula de la Iglesia Católica que legitimaron las acciones más viles en un grado tal que los tiempos de la Historia se encargaron de ocultar en su gran mayoría. Además por supuesto de los grandes medios de comunicación en manos de las élites dominantes ya sea por pertenencia ideológica, y también por rentabilidad empresarial.
Este golpe de Estado puesto en marcha el 24 de Marzo de l976, no puede ser analizado sin tener en cuenta el escenario regional e internacional en que tuvo lugar, que aseguró un marco de legitimación política, de cooperación económica, y de seguridad regional, lo cual permitió el desarrollo y la consolidación de un proyecto dictatorial.
En la década del 70 predominaba el mundo de la Guerra Fría, creado sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, basado en un orden alrededor de dos grandes potencias victoriosas que emergieron del conflicto: EEUU y la Unión Soviética. Estas actuaban como cabeza de dos polos de poder mundial enfrentados en una rivalidad que abarcaba tanto las esferas política, económica e ideológica. Se presentaban como dos modelos mutuamente excluyentes, antagónicos y en conflicto permanente. Fue así que la adhesión y subordinación a los intereses y prioridades de la potencia hegemónica de cada zona, se convirtieron en una exigencia que limitaba severamente la autonomía y las posibilidades de desarrollo de políticas propias en los países de la periferia que no formaban parte de el esquema de dominación mundial.
El concepto de Guerra Fría no significaba la existencia de un período de rivalidad y tensión política entre los dos bloques pero sí con la ausencia de conflictos armados abiertos. Falso. Absolutamente falso. Porque si bien las dos potencias, EEUU y la Unión Soviética no se enfrentaron abiertamente, esas décadas estuvieron colmadas de los más violentos enfrentamientos que dejaron millones de muertos, heridos y desplazados, por conflictos en los que las dos «grandes» potencias apoyaban a un aliado para ganar influencia en la región contra su rival, de manera tal que los conflictos durante la Guerra Fría sirvieron a procesos de descolonización, tanto en Asia, como en África, Oriente, Vietnam, Corea y los alzamientos revolucionarios de América Latina, que se incrementaron con el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista en Cuba por Fidel Castro y el «Che» Guevara. Esto último precipitó la mirada de EEUU ante el temor de que surgieran ejemplos imitadores de Cuba en Latinoamérica. Cuestión que obligó a los yanquis a exigir a las naciones del Cono Sur, su adhesión a la potencia de Occidente, en caso contrario podrían sufrir una invasión. Como por ejemplo, las invasiones a Guatemala, Granada, Panamá, etc.
Hubo sí un intento de levantar la Tercera Posición por parte de Juan D Perón, que lo llevó a excluir a la Argentina fuera de los acuerdos de Bretton Wood (origen del FMI) como también el accionar de líderes como Nasser, Tito, Nehru y Sukarno, conformando el Movimiento de los No-Alineados.
En ese mundo bipolar, nuestra América Latina quedó bajo la influencia de los EEUU. Si bien su influencia viene desde el Siglo XIX, es durante y después de la Segunda Guerra Mundial que los países de la región -con excepción de la Argentina- aceptan subordinarse a la política de Defensa y Seguridad de EEUU. En ese marco la subordinación, ideológica, política y militar al liderazgo de EEUU, fue acompañada por una fuerte presencia de empresas de ese origen que comenzaron con la extranjerización de las economías de esos países. Cuando el ciclo económico comenzó a declinar globalmente, en la región se veía un fuerte ascenso de masas que reclamaban mayor participación política, mejor distribución del ingreso y modificaciones profundas de las estructuras productivas y de las formas de propiedad. Distintos sectores del nacionalismo popular de la izquierda revolucionaria, de los movimientos del sector de los sacerdotes del Tercer Mundo, comprometidos junto a los sindicatos de base, multiplicaron su militancia social y política, al tiempo que radicalizaron sus críticas al status quo, que junto a las influencias de los profundos movimientos de transformación que se daban en el mundo, provocaron una crisis política que EEUU y Europa no estaban dispuestas a permitir.
Este auge de masas se expresó de diferentes maneras y afectó al conjunto de la región, donde hubo distintos modos de expresión popular, comenzando con el Mayo Francés de 1968, y continuando en nuestra Córdoba con el famoso Cordobazo (del cual fui un minúsculo protagonista) en ese reducto Universitario del «Barrio Clínicas». Eso hizo encender las alarmas del «imperio», que terminaron de eclosionar con la asunción al poder en forma democrática de Salvador «chicho» Allende. Fue entonces que EEUU dijo basta. Y fue entonces que el Consenso de Washington se abatió sobre las naciones latinoamericanas. Hay que decir que lo que sustentó esta serie de golpes militares en la región fue el desarrollo de la Doctrina de Seguridad Nacional, que fue una base ideológica desarrolladas en las Academias Militares y en la Universidades de EEUU donde se enseñaba un pensamiento estratégico que permitió estructurar el conjunto de acciones tendientes a consolidar la hegemonía global yanqui y bloquear el nacimiento de las ideologías de izquierdas en América Latina. Si bien tuvo como antecedente a la «Doctrina de Guerra Contrarrevolucionaria», de origen francés durante las guerras coloniales de Indochina y de Argelia, cuyos instructores franceses le inculcaron a las fuerzas argentinas y de Latinoamérica, los métodos de persecución y torturas al «enemigo». Así las Fuerzas Armadas pasaron de ser defensoras, a represoras de su propio pueblo. Así la Democracia y los partidos políticos debían subordinarse a la lucha contra el «enemigo internacional».
Para 1976, la administración de Gerald Ford, Pte. de EEUU ofreció su silencioso pero sostenido aporte a las acciones previas que culminaron el 24 de Marzo. La conducción de la Embajada Norteamericana en Bs.As. representaba la tendencia anticomunista y de Libre Mercado, y reportó el «Golpe de Estado como el mejor ejecutado y civilizado de la historia argentina»(sic). Ya el inefable y miserable Henry Kissinger le había dado el «visto bueno», en Washington, para «que hicieran lo que tuvieran que hacer.
La Dictadura inauguró un nuevo proceso en la situación internacional de la Argentina en el marco de la recesión que dominaban la economía mundial, lo que hizo que la política económica de Alfredo Martínez de Hoz, dio como fruto inmediato la recomposición de la «usura» de la Banca Internacional y el sector financiero derivados de la «ingeniería» de supuestos programas económicos a través del endeudamiento externo. No está de más recordar que cuando Isabel Perón fue derrocada, Argentina tenía una deuda externa de apenas U$ 6.000 millones de dólares. Pero cuando concluyó el proceso militar, la deuda era de U$ 42.000 millones de dólares. ¿Alguien sabe donde fue la diferencia?
Fue así que los dos andariveles de la política exterior, la diplomacia económica y la militar no fueron sino la manifestación del poder de dos actores cuya alianza posibilitó la usurpación del Estado y que fueron las Fuerzas Armadas y los Grupos Económicos vinculados a los intereses exportadores y financieros.
Complicidad Empresarial
La participación empresarial con la dictadura consta de unos frondosos antecedentes como cómplices de los Derechos Humanos y aportes financieros. También fueron cómplices empresas mineras y petroleras que deseaban conseguir concesiones públicas y seguridad para sus actividades. A ellas se las ha acusado de entregar dinero, armas, vehículos y apoyo de todo tipo favoreciendo el ataque y desaparición de civiles. Existen pruebas de empresas privadas de transporte aéreo a las fuerzas militares favoreciendo el ataque y la desaparición de civiles, y también que fueron esenciales para llevar de un lugar a otro del país y del extranjero durante la ejecución del Plan Cóndor de la cooperación entre las dictaduras Latinoamericanas. También hay que incluir a empresas privadas de vigilancia para cooperar con los «organismos» de la dictadura para detener y torturar a los prisioneros. Otras empresas proporcionaron datos de sindicalistas que siempre discutían salarios, por lo que fueron secuestrados y desaparecidos. Tales fueron los ejemplos, entre otros, de la Mercedes Benz, el caso del Ingenio Ledesma de la Flia. Blaquier, recientemente fallecido bajo la impunidad Judicial actual. El caso de Ford, cuyo delegado Pedro Troiani fue torturado en la misma fábrica. El componente civil y eclesiástico de complicidad con la dictadura, no se llevó a cabo tan profundamente en su investigación como con los militares. El desafío fue netamente judicial. El proceso de memoria verdad y justicia continuó avanzando lentamente porque la Flia. Judicial en sus altos estamentos tenían lazos de «elites», por lo que dilataban «in eternum» los procesos iniciados. Hubo gobiernos democráticos que no se comprometieron a una respuesta colectiva a las injusticias perpetradas contra personas físicas y jurídicas.
Lamentablemente la Judicialización del papel del sector privado durante la dictadura se fue desplegando por fuera del marco de una narrativa documentada más o menos compartida, a diferencia de lo que pasó con la CONADEP, y ejecutado en el juicio a las Juntas en 1985.
Es cierto que debemos mirar hacia el futuro, pero con la antorcha de la verdad hacia adelante, para que nos dé la sombra de un pasado que siempre existirá…
(Continuará)