A un senador justicialista, a quien en principio se pensó más solo que Robinson Crusoe, se le antojó recuperar para el Estado la primacía de la conducción de la obra social. Y se le ocurrió limitar a dos directores (un dirigente de los activos y uno de los pasivos) la representación de los beneficiarios.
Pero Robinson Crusoe contaba con Viernes y con todos los días de la semana, a la luz de la unanimidad que su proyecto levantó entre los senadores oficialistas.
Los legisladores del PJ no son un ejemplo de indisciplina, por lo que se puede suponer quién está detrás de la idea.
Pero la cuestión es que regresaron las sesiones escandalosas.
¿Por quién doblan las campanas?
¿Por quién vuelan los huevos?
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El fenómeno no es novedoso, pero hoy rompe los ojos ante la protesta reaparecida.
Pasó relativamente desapercibido en los tiempos montielistas de espíritus caldeados. Por entonces, las movilizaciones multisectoriales y la justicia de sus planteos impedían siquiera insinuar la evidencia de que no eran los excluidos los que llenaban las plazas.
La protesta social en Entre Ríos, la demanda que alcanza peso político, es protagonizada casi exclusivamente por agentes públicos.
En la pelea suelen andar los estatales de ATE y mucho menos los empleados públicos de UPCN. Se movilizan casi siempre los maestros de Agmer y de vez en cuando aparecen los otros sindicatos docentes. Ahí van los judiciales, los legislativos, con suerte los municipales y con viento a favor algunos jubilados.
A veces muere algún obispo y asoman representantes de otras organizaciones sindicales o intermedias.
Y, tristeza nao tem fin, se agotó la protesta social entrerriana, por lo menos la que importa en la Casa Gris, cuyos ocupantes se inquietan más por cómo reflejan las cosas los diarios del día posterior que por hallar soluciones radicales a los problemas. Que la protesta social que se instala en la agenda política sea asunto casi exclusivo de empleados públicos tiene, naturalmente, explicaciones. Esas respuestas transitan por lo estrictamente político, por lo económico, por la naturaleza del mercado laboral, por las relaciones que genera ese mercado laboral, por lo geográfico, por lo cultural.
Y el hecho de que la protesta social esté motorizada por empleados públicos en modo alguno la descalifica.
Pero sí le impone los límites, le define la mirada y le acota las expectativas.
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Es verdad que de algún modo el Iosper vertebra el sistema de salud de Entre Ríos.
Pero el alboroto público, el que se manifiesta con huevazos en el recinto de la Cámara de Senadores, no está en relación directa con el gasto administrativo de la obra social, con el nivel de sus prestaciones o con la presión que sobre sus recursos puedan ejercer los médicos.
Tampoco es que el asunto no le importa a nadie.
Las corrientes que hoy pujan por el Iosper intervenido, tanto el poder político como las organizaciones sindicales, no necesariamente coinciden acerca de qué diablos hay que hacer con esa obra social. Y por eso la disputa no será inocua, neutral.
Pero los aspectos de fondo, los vinculados a la salud de los entrerrianos, aparecen decididamente relegados en la discusión pública de estos días.
Las demandas sindicales acerca de las políticas que llevaron al Iosper a su actual situación han formado parte, casi siempre, de peticiones más amplias. Por lo general, el Iosper ha sido un item más de documentos críticos a los ajustes estructurales que, como tales, lo dañaron sin remedio.
El punto es que rara vez el Iosper ha generado huevazos por sí sólo, por sí mismo, que fue lo que ocurrió la semana pasada en la Cámara de Senadores.
Y esa manifestación virulenta, esa protesta airada que contrasta con la pasividad que cierto sindicalismo mantiene respecto del Gobierno, es la que la hace lucir desproporcionada.
Es, en definitiva, la que ratifica la patética actitud de la Asociación Trabajadores del Estado.
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Los ánimos se agitan. Las ambiciones se desatan. Los intereses se atropellan. Los espíritus se sulfuran.
Y Massarotti, mala copia de sí mismo, se apoya en las barandas del Senado y pega un par de gritos. Dirige la sesión como el tránsito un agente municipal.
En voz alta fustiga a un senador justicialista al que considera desleal. Y concentra las miradas. Y los oficialistas escuchan como les canta las cuarenta. Desde su barra algún animoso de más pretende cantar cuarenta y uno.
Massarotti, fiel a sí mismo, aplica el freno. Componedor, acerca posiciones. Nada de pasarse: sólo hay que cantar hasta cuarenta
Los ánimos se agitan. Las ambiciones se desatan. Los intereses se atropellan. Los espíritus se sulfuran.
Y todo sigue igual.
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El Iosper es poder. Administra recursos.
Algunos lo apetecen porque legítimamente piensan que puede existir un sistema de salud pensando desde los trabajadores y en beneficio de los asalariados.
Otros lo desean sencillamente porque aspiran a medrar con él.
El punto es que los actores, y no sólo las posiciones que esgrimen, terminan definiendo las características de lo que está en juego.
La discusión sobre el poder que representa el Iosper vuelve a enfrentar, película repetida, a Massarotti, que es ATE, y a Allende, que es UPCN.
Que Massarotti sea algo más que ATE no modifica las cosas de modo sustancial y en todo caso es un problema de quienes, sin ser ATE, se colocan detrás de Massarotti.
Allende es UPCN y algo más que UPCN.
Buena parte del problema es que Massarotti y Allende convergen, por rutas diferentes, en Jorge Busti. Sus respectivos caminos conducen al gobernador.
Busti es el vértice de una pirámide sostenida, entre otras cosas bien disímiles, por Massarotti y Allende.
Busti es Massarotti más Allende, o Allende más Massarotti. Busti es Massarotti y es Allende (saber si es más Massarotti que Allende o más Allende que Massarotti suena a divertimento inconducente).
Massarotti y Allende pueden mutuamente enrostrarse barbaridades, pero confluyen en Busti. No es que uno y otro sostengan, a su vez, alianzas tácticas con el gobernador. Son bustistas. Son socios menores del bustismo.
Massarotti y Allende han decidido convivir en el bustismo. No se los ve incómodos.
En Busti tributan Massarotti y Allende. Al bustismo le parece delicioso contar con ellos, con los aportes que, por distintos, por diferentes, le suman uno y otro de modo valioso en términos de acumulación.
Así, mal que les pese a quienes intentan terciar en la disputa sin ser oficialistas, la pelea por el Iosper, la que le pone alas a los huevos, se asemeja mucho a una puja de poder hacia el interior del bustismo.
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Así como Massarotti es algo más que ATE, y Allende es algo más que UPCN, el Iosper es algo más que un problema de empleados públicos.
O, al menos, debería serlo. Caramba, de salud pública se está hablando.
Sin embargo, para un desocupado, para quien carece de obra social, para el trabajador precarizado, para el excluido, los huevazos del Senado, los huevazos del Iosper, importan bien poco.
Prácticamente no hay en la discusión pública de Entre Ríos voces que se levanten por los excluidos, por los que están afuera del sistema, por quienes no pueden siquiera imaginarse cómo es disponer de una obra social al momento de enfermarse.
No hay huevazos por los verdaderamente marginados.
Pero sí hay huevazos que, por diferentes razones, asoman como desproporcionados.
Las gallinas parecieron de vacaciones ante la ignominia de los alimentos vencidos/deteriorados/incinerados/enterrados.
De vacaciones habrán andado las gallinas cuando el Decreto 218.
De vacaciones cuando los trabajadores de la FIA se quedaron sin empleo.
De vacaciones cuando pareció pasar a mejor vida el proyecto de Régimen Jurídico Básico.
Los dolores que quedan (perdón Deodoro Roca) son los huevos que faltaron.
(*) Periodista. Articulista del sitio Cuestionesonline.com (donde se publicó originalmente esta nota). Conduce el programa radial “En el dos mil también”, que se emite de lunes a viernes, de 6 a 8, por FM Capital (101.9). También es columnista de “Mañana del Plata”, por Radio Del Plata Paraná (98.3).