Los docentes que se hacen la rata

Lugares comunes: “Los maestros no quieren trabajar”, “No sé de que se quejan si tienen tres meses de vacaciones”, “Lo único que les importa es cobrar el sueldo”.
Podríamos decir que es una verdad, una verdad a medias. Una verdad tan parcial como cualquier otra.
Cada vez que el conflicto docente está en el tapete de la discusión pública, esos lugares comunes salen a la superficie con más fuerza de la habitual. El primero en montar ese discurso es el gobierno. Se rasga las vestiduras y se anota un poroto cada vez que concede una “lisonja” al sector docente en sus reclamos. Parte de la sociedad se hace eco de esas afirmaciones, que pretenden ser rotundas.
En el medio de ese río revuelto la educación es la única que se ahoga. Tanta discusión bizantina contribuye a eludir la única discusión que importa: El cómo y para qué se educa. Los contenidos y la posibilidad de hacer una apropiación instrumental de lo que se estudia.
Los abusos y especulaciones que hacen algunos docentes del Régimen de Licencias e Inasistencias es una realidad que nadie –sean autoridades o comunidad docente- desconoce. Los excesos, los errores del sistema burocrático y la existencia de profesionales médicos que otorgan certificados irresponsablemente son secretos a voces dentro del ámbito escolar.
Consultados profesores, directores y personal administrativo de distintos establecimientos reconocen que el problema es real, existe, es grave, pero que también es muchas veces sobredimensionado por autoridades y funcionarios del gobierno como una forma más de desvirtuar los reclamos docentes.
Estos casos se dan en una minoría, pero alcanzan para generar molestias entre colegas, perjudicar el normal desarrollo de las clases y generar desconfianza social.
El régimen de licencias e inasistencias del sector, puede considerarse más inclusivo, abarcativo y contemplativo que cualquier otro régimen de este tipo y que afecta también a trabajadores del ámbito público. Cualquier modificación sólo cercenaría el derecho de los docentes. Lo cierto es que hay un problema concreto: La fragilidad de la norma permite la corrupción. El mal uso hace que los derechos conquistados y merecidos terminen por caer antipáticos a la sociedad.
La generalidad indica que aquel docente que no quiere trabajar y tampoco perder el derecho a sus haberes recurre a un tipo de licencia que otorga hasta dos años (continuos o en períodos discontinuos) con sueldo completo y posibilidades de ampliar. El motivo es enfermedad. Enfermedad que de acuerdo a la parte del organismo afectado ofrece diferentes posibilidades. Estrés, depresión y angustia son las dolencias que suelen “padecer” aquellos que no quieren dar más clases. Con ellas no es tan fácil volver. Se necesita, además del alta particular, la aprobación de la junta Médica Única que se reúne en la ciudad de Paraná. (Según testimonios, la Junta Médica Única, trabaja con un retraso de, aproximadamente, dos años). Es decir, hay un montón de gente aparentemente en condiciones de volver al trabajo que no lo hace por una importante demora en los mecanismos burocráticos. Cuando la Junta Médica al fin da el alta, estos docentes –los que buscan la forma de no trabajar- se reincorporan y no tardan en pedir nuevamente una nueva licencia de este tipo por otros tantos días. Continuándose en un proceso cíclico que puede durar años. Obviamente que hay casos ciertos, y son los que, una vez en condiciones de volver al trabajo, hacen reclamos y más reclamos con el fin de agilizar la reincorporación, aunque no siempre se logren resultados. Parafraseando a Albert Camus: La burocracia demuestra que muchas veces puede ser tan torturante como pescar en una bañera sabiendo que no saldrá nada de ella.
A partir de los testimonios que siguen es posible entender la mecánica del abuso:
“Tenés los docentes que llegan a la docencia por descarte, porque es una salida laboral, que no les gusta estar delante del alumno, que ya se cansaron. Algunos han perdido la vergüenza y dicen: ‘Estoy podrida, quiero unas vacaciones. Voy a ir al médico a que me de una licencia de largo tratamiento’. Hay gente que se la ingenia para pedir todas las licencias. Se conocen el régimen de punta a punta, artículo por artículo. Uno ve que buscan todo lo que le sirva para no trabajar sin que le descuenten”, cuenta una administrativa de un importante establecimiento educativo de nivel medio.
Uno de los profesores consultados nos explica que “por lo general en estos casos la licencia por largo tratamiento se pide escalonadamente. Hay docentes que dependiendo de la enfermedad que ‘padecen’ y de la burocracia estatal van especulando con ese ‘derecho’.”
Algo que aparentemente no está legislado y debería, son los tiempos límites con respecto a la espera de Junta Médica (cuando se trata de altas en espera de Junta por uso de licencias de largo tratamiento o que superan los veinticinco días), que excede ampliamente a los estipulados a un trámite burocrático. Actualmente esta es una de las mayores falencias de la aplicación del régimen de licencias.
“Hay un caso de una persona que el año pasado se fue con licencia por largo tratamiento. Pasó las vacaciones y el 20 de febrero viene con el alta médica en espera de Junta y hasta hoy está en espera sin ir a trabajar, sin que le siga corriendo la licencia y cobrando. Esta persona tiene como norma hacer eso. Algún día le va a salir la Junta, le van a dar el alta, se va a reincorporar a la actividad y va a volver a pedir otros treinta días de licencia por largo tratamiento. Ya lo ha hecho otras veces. La junta nunca llama. También esta el caso de otra profesora que pidió una licencia de ese tipo porque realmente estaba mal y le dieron el alta a los treinta días pero la junta médica no la llamaba y no se podía reincorporar a clases. Ella hizo cualquier cosa para que le hagan la junta para volver a trabajar. Ella sí quería trabajar.” Cuenta la administrativa
Hay docentes que están sobrecargados de horas; es la única alternativa de tener un aceptable sueldo a fin de mes. Algunos recurren a las licencias cuando la semana viene saturada y el cuerpo y la cabeza no dan más. Estas licencias, llamadas de corto tratamiento, son las que se piden, como su nombre lo indica, por dolencias menores. Son 45 días al año, juntos o discontinuos y tampoco se superponen a otro tipo de licencia (Largo tratamiento, Maternidad, Accidentes de trabajo, Incapacidad, Atención de grupo familiar, etc)
“Algunos profesores llegan al miércoles y ya no dan más, entonces se consiguen un certificado por dos días y así la van pasando. Esa es otra historia”, explica un profesor de nivel medio.
El certificado médico por uno o dos días es el más común y cuando no supera lo tres días, el docente no tiene la necesidad de recurrir al médico escolar, que atiende en el hospital, para que autorice la decisión del médico particular
“Si vos pedís licencia por razones particulares que es otro tipo de licencia, por ejemplo: tenías visitas en tu casa y no querías ir a la escuela. Vos tenés el derecho a seis días al año pero si te pasás de tres eso afecta tu concepto anual. Entonces algunos docentes qué hacen: si tienen un médico amigo le piden un certificado y esa falta no cuenta como razones particulares porque son para atención de la salud y no afecta el concepto anual. Por lo general recurren a un médico conocido y piden el certificado por un día o dos así también se ahorran hacer la cola en el hospital. Piden el certificado por un resfrío y están pasando el día en las termas.”, explica una docente de nivel inicial.
Hay docentes con certificados que avalan una patología pero también es cierto que hay testigos que aseguran que los ven desempeñándose en otras actividades remuneradas o no y que incluso tienen que ver con la educación.
El profesor afirma:“Sabemos de colegas que han pedido licencias médicas y después uno se entera que han estado de viaje o están metidos en algún proyecto político o trabajan en el sector privado”
Sin la complicidad de ciertos médicos no sería tan fácil pervertir el régimen. Médicos “piolas” que te hacen la gauchada y otros que cobran alrededor de cuarenta pesos un certificado. También se sabe de sellos médicos que recorrieron las oficinas de algún establecimiento.
Cabe una pregunta: ¿Será que la autoridad médica local competente comprueba el diagnóstico del médico particular del docente?…
En tono de resignación una maestra hace su análisis:“Lo que pasa es que tanto para los médicos como para los directivos ese docente es un empleado del Estado más y mal pago al igual que ellos. Nadie quiere tener problemas y se hace la vista gorda.”
Son muchos los casos que hacen a la corrupción del sistema, otro ejemplo: En el nivel medio se accede a horas cátedras y cargos a través de concursos, pero el sistema también permite, “enfermedad” mediante, no presentarse a trabajar. Un reemplazante se desempeñará en la tarea y los dos (o tres o más debido a que los suplentes también pueden pedir licencias) cobrarán. Es decir, hay docentes que ganan y acumulan horas para mejorar sus haberes al mismo tiempo que utilizan los artilugios descriptos para no trabajar y cobrar.
Un artículo de la normativa dice que las licencias que tengan que ver con al atención de salud serán concedidas y fiscalizadas por los organismos dependientes de la Subsecretaria de Trabajo y en su inciso b) que si se comprobara simulación o falsedad con la finalidad de obtener licencias o justificación de inasistencias se considerará falta grave y se aplicarán las normas establecidas en materia disciplinaria.
Más preguntas: ¿Quién y cómo controla? ¿Quiénes y cómo controlan a los que tienen que controlar? ¿Quién se hace cargo? ¿En quién o quienes recae la responsabilidad de que no se desvirtúe el real propósito del régimen y los derechos no se vuelvan excesos?
Estos comportamientos de una minoría perjudican a la educación, a la organización del trabajo institucional, afectan la imagen docente, irritan a la sociedad y sirven a los detractores de la educación pública.
“Yo muchas veces me siento una estúpida. Una es responsable, cumple con las normas y los horarios de trabajo, se preocupa por actualizarse y capacitarse y después ve como se comportan muchos colegas y no te dan ganas de nada, tenés que hacer un esfuerzo enorme para ponerte las pilas todos los días.” Confiesa una profesora del nivel medio.
Por su parte el profesor entrevistado explica que “Al principio nos sale a todos decir: ‘Bueno, el sistema lo permite’. Otros dicen: ‘Bueno, el sueldo no se los pago yo’. Aunque en realidad se los pagamos todos. Da bronca volver de la escuela con las ojeras por el suelo y ver a un colega con licencia por enfermedad paseando por la peatonal. Pero nadie los va a repudiar, no pasa de la indignación porque el sistema lo permite. Son unos caraduras, pero están dentro de la legalidad.”
Finalmente la administrativa señala: “Uno termina por no condenar al que hace eso. Porque el sistema lo permite, porque no hay control, no hay seguimiento y todo esta dentro de las normas. El problema está en la sociedad. El primero que incumple es el Estado y de ahí todo para abajo. Pero, como muchas veces se trata de malos docentes que están para molestar, para entorpecer el trabajo -porque si la Junta Médica los reincorpora vuelven a utilizar todo lo que tienen a su alcance para no trabajar y dejar sin clases a los alumnos-, es preferible que se queden en la casa; aún cobrando.”
La educación está en crisis porque la sociedad está en crisis. La falta de empleo, la dificultad de miles de personas para insertarse en el mercado laboral más allá de las causas o limitaciones particulares, la idea cada vez más hegemónica que para triunfar hay que venderse al mercado en cuerpo y alma, la inequidad social y la injusticia se traducen en falta de expectativas, de entusiasmo, en resentimientos y frustraciones.
La educación está en crisis. El Estado no la garantiza: haberes docentes, mantenimiento de los establecimientos educativos, material didáctico, capacitación de los docentes, etc. La Ley Federal de Educación de los noventa impuso, entre otra cuestiones, la transferencia de las escuelas nacionales a las provincias sin la suficiente imputación presupuestaria. La promesa de una mejor calidad educativa asegurando el cumplimiento de los diez años de escolaridad obligatoria sucumbe cuando aparece el ajuste y se limitan drásticamente los recursos.
La educación está en crisis, además, porque hemos sembrado la idea de que la educación ya no es lo importante. El desgano y el escepticismo también alcanzan las aulas y tocan tanto al alumno como al maestro. Hay una tendencia a que todo sea lo más «light» posible y pase rápido.
La crisis que se vive dentro de la escuela es la misma que se vive afuera. La flaqueza moral de algunos docentes es similar a la de algunos empresarios, profesionales, comerciantes, obreros o funcionarios.
Vivimos bajo la idea preponderante de obtener beneficios mezquinos. Algunos maestros lo hacen a su manera y otros sujetos lo hacen de otra.
Al decir de Paulo Freire: “… no es la escuela la que está en crisis, como astuta o ingenuamente se insiste en pregonar. Se habla de la crisis de la escuela como si estuviese desligada del contexto social y político de la sociedad donde actúa; como si pudiera ser entendida sin comprender cómo el poder, en ésta o aquella sociedad se va constituyendo, al servicio de quién, a favor de qué y en contra de qué”.

cfodorisio@yahoo.com.ar

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