Los de Gualeguaychú: ¿son o no son «piqueteros»?

No es un asunto menor. Nunca lo son los del idioma, al menos para este cronista.
La palabra ha sido bastardeada. Originalmente fue usada para referirse a quienes, en la Argentina del neoliberalismo noventista, salieron a la calle o a las rutas a armar piquetes en defensa de sus derechos conculcados. Los escupidos, los expulsados del sistema, los que en pleno romance de la clase media con Carlos Menem –con perdón de la palabra– quedaron afuera de todo. Ellos fueron los piqueteros. Por eso, hace apenas algunos años, no era un insulto como parece serlo ahora, sino un elogio. Los piqueteros eran, casi, los únicos que resistían, los únicos que advirtieron a tiempo que ese modelo podía beneficiar a muchos en lo inmediato, pero dejaba a otros muchos librados a su (mala) suerte. Precisamente lo advirtieron en carne propia, y por eso fue que salieron a hacer piquetes. No para advertir lo que pasaría o lo que les pasaba a otros, sino para reclamar por lo que les sucedía a ellos.
Algunos años después, la que salió a la calle fue la clase media, enloquecida de odio cuando el Gobierno se le quedó con sus ahorros, y descubrió (también en carne propia) el agotamiento del modelo sobre el que otros advertían, intelectualmente, desde mucho antes. «Piquete y cacerola / la lucha es una sola» fue el grito que, durante apenas algún tiempo, intentó ver en ambas explosiones un destino de hermandad, de solidaridad ante la desgracia, que luego, abierto el corralito… no fue más.
Suele decir un amigo que ante la adversidad somos todos de izquierda.
Es discutible, pero suele poner ejemplos. Caso típico: un entusiasta, inaugura a todo trapo una empresa cultural. Un teatro privado, por caso. Se gasta todo en la presentación. Cobra entradas caras, se reserva «el derecho de admisión», presenta grupos de calidad, no trae «a cualquiera». Pero le va mal. Al poco tiempo está fundido. ¿Solución? (Ante la adversidad somos todos de izquierda, recuérdelo): «Este emprendimiento no tenía fines de lucro. El arte debe ser para todos, universal y democrático. Pongamos un Centro Cultural Cooperativo. (Con un poquito de suerte, se hará cargo de los «muertos» que dejó el Teatro privado que no fue)».
Salvando las distancias, algo parecido ha ocurrido con los piquetes y las cacerolas. La clase media que chilla porque le cortan una ruta, es la misma que fue a destrozar bancos privados que se quedaron con su dinero. Tan ciclotímica es que, ahora, sigue depositando ahí, olvidada (parece) de lo que le hicieron antes y le volverán a hacer si es necesario.
Bueno, al grano. ¿Son piqueteros los de Gualeguaychú, que cortan desde hace más de un mes la ruta que conduce al Puente Internacional que une esa ciudad con la uruguaya de Fray Bentos? La palabra les molesta, vaya uno a saber por qué. No quieren serlo, y algunos de los adversarios del modo de manifestación se regodean en el uso de la palabra, sabiendo que con ello causan mucha tirria en los asambleístas de esa ciudad (que tampoco son ambientalistas, valga la aclarancia…)
La ojeriza contra el término no es caprichosa.
«No somos piqueteros, sólo estamos defendiendo el derecho a la vida», dice uno de los líderes de la Asamblea.
«No somos piqueteros ni ‘negros’, como nos rotularon; somos desesperados que nos preguntamos qué van a hacer con nuestras vidas», dice una docente que escribió a Clarín.
«No somos piqueteros», repiten, como si la palabra fuera un insulto, o como si se los tachara de estar infectados con alguna enfermedad contagiosa.
¿En qué se transformó la palabra piquetero, para generar este rechazo entre gente de clase media, quizás con poca participación política previa, pero muy consciente del modelo de ciudad que eligió y al que defiende cuando ve peligrar?

TÉCNICAMENTE LO SON, AL MENOS EN UNA DE LAS ACEPCIONES
Historia argentina reciente a un lado, este cronista gusta remitirse al nunca bien ponderado Diccionario de la Real Academia Española. Lo tiene entre sus favoritos en el Explorer (http://buscon.rae.es/diccionario/drae.htm) y se lo recomienda a todo el mundo, en especial a quienes labran cotidianamente con el idioma. Allí se explicita que un piquete es:
m. Grupo poco numeroso de soldados que se emplea en diferentes servicios extraordinarios.
m. Grupo de personas que pacífica o violentamente, intenta imponer o mantener una consigna de huelga.
m. Pequeño grupo de personas que exhibe pancartas con lemas, consignas políticas, peticiones, etc.

Con estas acepciones –hay otras que tienen menos relación aún, como «agujero pequeño que se hace en las ropas»– surge la duda. La primera sin duda escapa al fenómeno. La segunda está más cerca, pero no: la gente de Gualeguaychú no intenta imponer «una consigna de huelga». La tercera es exacta en la abrumadora mayoría de los casos: es sabido que salvo excepciones, el grupo de manifestantes no sobrepasa habitualmente algunas decenas de personas. En el caso de Colón, es –diríase– precisa en un cien por ciento.
En lo técnico, pues, no hay dudas. Mal que les pese son piqueteros. Y que festejen su ocurrencia, abrazados, Grondona, Morales Solá, Diego Young y la derecha uruguaya, que nunca dijeron otra cosa.

POLÍTICAMENTE, LA COSA CAMBIA
Más allá de lo que diga el diccionario, cuando en la Argentina se habla de piqueteros se hace referencia a un movimiento concreto, que nació a mediados de la década del 90.
«Son activistas, más o menos organizados, que pertenecen al movimiento social iniciado por trabajadores desocupados en la Argentina a mitad de los años ’90, poco antes de que la crisis económica provocada por la desindustrialización y reducción de las exportaciones argentinas estallara en 1998, dando lugar a un período de grave recesión que llevaría al gobierno de Fernando de la Rúa a un fin anticipado».
Palabras más, palabras menos, esa definición, casi técnica a la vez que política, es la que en sus trabajos sobre el tema sugieren (con matices) Javier Auyero, Mariano Pacheco, Julio Burdman y otros estudiosos que se han ocupado intensamente del origen y evolución de los piqueteros desde 2002 a la fecha.
«Nacidos como una agrupación ad hoc formada para canalizar la protesta contra los despidos de trabajadores en YPF, en Neuquén, los cortes de ruta o piquetes dieron su nombre a los numerosos movimientos de desempleados que progresivamente se han institucionalizado, formando la contrapartida obrera a los cacerolazos empleados por la clase media para expresar su descontento con la acción gubernamental.
Los movimientos de desocupados han jugado un papel político importante en estos últimos años, trabando alianzas con los principales operadores políticos —en especial las facciones del peronismo y los distintos movimientos de izquierda, lo que a la vez ha dado lugar a una cierta fragmentación de los mismos y a su reintroducción en las reglas del juego político tradicional argentino, en que las organizaciones de trabajadores desempeñaron un papel importante. Desde la derecha política y la clase media han sido objeto de críticas a veces feroces, acusándolos de estar asociados a la delincuencia organizada y promoviendo la toma de medidas violentas contra sus manifestaciones, calificadas de criminales».
Lo anterior es textual de los autores citados.
Está clarísimo que, en este sentido, los asambleístas de Gualeguaychú no son piqueteros. En absoluto. Salvo que uno entienda que por usar el mismo método de protesta, se comparte ideología, intereses, objetivos, cosmovisión y hasta ficha de afiliación.
Con ese criterio, los camioneros son afiliados de Agmer, y los municipales cuando deciden una huelga, serían anarquistas patagónicos de los años 20.
Así que no, no son piqueteros, mal que les pese a Grondona, Morales Solá, Diego Young y la derecha uruguaya, que nunca dijeron otra cosa.

¿ES DELITO O NO ES DELITO?
Claro que lo es. Todos lo saben, y si no deberían saberlo. El Código Penal, en su Capítulo II «Delitos contra la seguridad de los medios de transporte y de comunicación», establece en el artículo 194 lo siguiente: «El que, sin crear una situación de peligro común, impidiere, estorbare o entorpeciere el normal funcionamiento de los transportes por tierra, agua o aire o los servicios públicos de comunicación, de provisión de agua, de electricidad o de sustancias energéticas, será reprimido con prisión de tres meses a dos años».
Es decir que, en todo caso, si el enojo al recibir el mote de piqueteros hace alusión a su supuesta equivalencia con delincuentes (porque delinquen) podrán no merecer políticamente el mote, pero sí el artículo del Código Penal que están violando.
Hay que decir que existe toda una discusión jurisprudencial al respecto, acerca de si es razonable dirimir con el Código Penal problemas sociales, si de ese modo no se criminaliza la protesta social, y hasta el razonable asunto de qué sucede cuando colisionan dos derechos, como parece ser el caso.
Como fuera, en esto no ha de ser cuestión de cantidad sino de calidad. Es decir: ¿es más grave ahora porque son 30 y pico días que el 30 de abril del año pasado cuando el corte duró sólo algunas horas? La pregunta no es caprichosa. Porque ese día entre los que estuvieron cortando el Puente Internacional (es decir: violando el Código Penal, ese mismo artículo que querrían endilgarle Morales Solá, Grondona y Diego Young a los piqueteros de Gualeguaychú) estaba la plana mayor de la dirigencia gubernamental, política y social de la provincia, encabezada por el mismísimo Gobernador. Había allí intendentes, diputados nacionales, ministros… y unas 35 mil personas más. ¿Quién será el juez que se anime a procesar a toda esa masa de piqueteros? Y con ese antecedente ¿hay que reprimir, mandar a Gendarmería a cumplir con la orden del juez federal, que por supuesto existe aunque todos se hagan los distraídos? ¿Hay que hacer correr sangre para que Grondona, Morales Solá, Diego Young y la derecha uruguaya celebren sus pícaras ocurrencias?
¿Eso solucionaría algo?
Me parece que no. Aunque Grondona, Morales Solá, Diego Young y la derecha uruguaya, nunca hayan aspirado a otra cosa.

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