En la historia de la humanidad, aquello que se ha llamado locura, ha sido, en su “tratamiento”, objeto de una doble paradoja. En primer lugar los métodos utilizados han sido, no solo más delirantes que aquello que pretendían curar, sino infinitamente sádicos e inhumanos. Desde exorcismos y hogueras cuando eran considerados poseídos por el demonio, pasando por mazmorras, palazos, cadenas, sillas giratorias, duchas heladas, chalecos de fuerza, lobotomía, electroshock, encierros manicomiales y chalecos químicos entre múltiples otras inimaginables torturas. De este modo los hombres normales, aquellos que se han desangrado en guerras, odios y violencias, han tratado a aquellos que habían “perdido la razón”, creyéndose hechos de vidrio, reyes o salvadores de la humanidad. Lo más loco es que han esperado con estas “técnicas” crueles y represivas, en muchos casos, “curar” a quienes han cometido esos “delitos”.
A LOS TIROS
En éstos días se renovó el debate a propósito de la supuesta descompensación psíquica de una persona pública. En un episodio aun confuso, la crisis emocional culminó cuando un agente policial disparó con su arma de fuego en el abdomen de quien la sufría, provocándole heridas de una gravedad que aun hoy, ponen en riesgo su vida. En apariencia, una ambulancia y un equipo médico estaban presentes para asistir el episodio, pero solicitaron colaboración de las fuerzas de seguridad. De cualquier modo en que el hecho se haya producido, la respuesta brutal del agente en cuestión, es absolutamente inadmisible. Este acontecimiento desató una serie de respuestas no solo de los actores que forman el campo de la salud mental, sino también mediáticas y políticas que dificultó reconocer, nuevamente, de qué lado estaba el desquicio.
VERDADERO/FALSO
En primer lugar, los medios de (in) comunicación que ya venían atacando la ley nacional de salud mental 26.657 con falsedades obscenas, sintieron que llegó su oportunidad de acelerar esa campaña de desprestigio. No trepidaron en manifestar que la culpa es una ley que descalifican con las más sorprendentes adjetivaciones. En este caso, muchos repitieron que la normativa impide internar a una persona por crisis en su salud mental sin su consentimiento. Esa afirmación es falsa. La ley establece dos modalidades de internación: voluntaria e involuntaria. La primera cuenta con el consentimiento de la persona. La involuntaria no toma en cuenta su anuencia ya que su requisito o criterio es que la crisis desatada represente una situación de riesgo cierto e inminente para la vida o integridad física del individuo mismo o de terceros.
Otra de las cuestiones vociferadas en algunos medios de (des) información, es que las fuerzas de seguridad no tienen la preparación adecuada para intervenir en estas situaciones. Puede ser verdadero, es más, quedó demostrado en el hecho referido, pero hay que aclarar que no es responsabilidad de la ley, sino de la ausencia de su traducción en política efectiva. Existe de hecho, un protocolo de actuación policial elaborado por el Ministerio de seguridad de la nación que recomienda una intervención subsidiaria de la del equipo de salud mental, prudente, que limite a lo necesario el uso de la fuerza para contener un desborde psíquico, pero nunca una respuesta represiva.
RAMBO
Que Patricia Bullrich y el repudiable negacionista López Murphi, que intenta ocultar su historia de ajustes y represiones populares en el afeitado del bigotito, hayan conectado los hechos que estamos comentando, con la “necesidad” de dotar a la policía de pistolas taser, no sorprende. Sí que Sergio Berni, Ministro de seguridad de un gobierno que ha hecho del discurso de la defensa de los derechos humanos una bandera, aproveche demagógicamente esta circunstancia para reivindicar las pistolas eléctricas es, en apariencia, incomprensible. Este médico parece tener en su cabeza solo la represión, no solo de las personas que sueñan con tener viviendas dignas, sino también con las que sufren padecimientos mentales. Como Ministro de seguridad es el responsable de la carencia de capacitación de la policía, situación que se evidenció en el episodio del que el conocido músico fuera víctima. Lejos de ejercer autocrítica alguna, o de llamarse a un prudencial silencio, atribuyó de manera incoherente, a la carencia de sus tan deseadas pistolas, el trágico desenlace. En su incontenible verborragia, redobló la brutalidad, al situar un episodio que corresponde resolver con agentes de salud mental, al campo del sufrimiento psíquico, en un hecho policial. Pretender resolver las crisis emocionales de las personas con descargas eléctricas que disparan esas armas, es un delirio mayúsculo, agitado quien sabe por qué inocultables motivaciones. De paso le sirvió para distraer su grave responsabilidad en el triste y dramático episodio.
LA ELECTRICIDAD EN NUESTRA HISTORIA
Enfocar el tratamiento de la problemática de la salud mental a través de la represión de las personas con padecimientos mentales, utilizando pistolas taser para “contener” sus crisis, es una idea no sólo abominable y repugnante, sino que trae a la memoria la utilización que el Poder ha hecho de la electricidad para reprimir y torturar a quienes han cuestionado su “orden”. La picana eléctrica introducida en el año 31 por el siniestro Leopoldo Lugones (hijo) en el campo político. En el de la salud mental, el electroshock también constituyó un invento espantoso que descargaba impulsos eléctricos a los padecientes que se retorcían en traumáticas convulsiones, con el pretexto de “sus efectos de cura”. Trabajando en el psiquiátrico, hace 25 años, encontraba aún muchos pacientes que recordaban con una indecible angustia, las huellas humeantes de tan inhumano instrumento, utilizado habitualmente en los manicomios como formas de represión y castigo.
(DES) INFOBAE
La ley de salud mental 26.657, afecta intereses económicos, políticos e ideológicos. No encuentro otra razón para comprender una serie de artículos que el portal INFOBAE, dedica –en opinión de “especialistas” a la ley en términos en que la falsea completamente. Una cosas es cuestionar o criticar una ley, otra es un análisis mendaz. Entre otras cosas dice que esta ley a la que irrespetuosamente llama “criminal”, “desconoce las incumbencias profesionales de los equipos interdisciplinarios; es más, propone que todos (médicos, psiquiatras, psicólogos, enfermeros, asistentes sociales, terapistas) puedan hacer de todo. Esto genera problemas en las decisiones en los equipos profesionales en situaciones de internaciones, externaciones y tratamientos, entre otras cuestiones”(Infobae “brotes psicóticos en el marco de una ley criminal” opinión de Rafael Herrera Milano Psiquiatra del poder judicial de Buenos Aires). Dice también este psiquiatra que la ley desconoce que el psiquiatra es el único autorizado para medicar, estigmátizandolo, y otra serie de falacias y mentiras que se descubren fácilmente con leer la ley. La 26.657 apunta a la protección de los derechos de las personas con padecimientos mentales que históricamente han sido avasallados. Comprende estos desde una dimensión compleja, no reduccionista a lo orgánico, por lo que promueve la atención a través de equipos interdisciplinarios. Limita el tiempo de las internaciones para evitar que los usuarios (pacientes) sufran institucionalizaciones y encierros de décadas en los manicomios, que lejos de “curarlos”, los destruyen. Promueve el cierre de los hospitales psiquiátricos para el 2020 (cosa que no se ha cumplido) y su sustitución por dispositivos más humanos y eficaces, que respete su libertad y dignidad (“la libertad es terapéutica” decía Bassaglia)etc. invito a quienes se interesen a leer la ley para contrastar con las falsedades descriptas por los opinólogos reseñados que sueñan con el encierro babeante y destructivo de quienes sufren psicológicamente, para felicidad de aquellas corporaciones que se sienten perjudicadas por la norma. El problema de la ley no es su contenido, el mejor posible en la actualidad, sino su falta de ejecución plena por los gobiernos, lo que cerraría por las evidencias el debate.
TRUMP Y LA PELIGROSIDAD
Este caso ha agitado nuevamente un mito histórico que asocia los padecimientos mentales con la peligrosidad. En la modernidad, Pinel los llamó alienados, eran extranjeros a lo humano porque perdían la razón, en aquel período histórico que defina al hombre, precisamente por ese atributo. Si habían perdido la razón y no eran hombres, los alienados eran entonces como las fieras, salvajes, impredecibles, irracionales, peligrosas. Ese concepto no sólo fundó el manicomio como modo de “defender a la sociedad”, sino también el orden manicomial que, más de 200 años después, continúa vigente. Y el miedo a las personas con padecimientos mentales derivados de ese imaginario. Hoy es también utilizado ideológicamente. Trump interpretó así, como un problema de salud mental individual, uno de los frecuentes episodios en el país del norte, en el que un individuo la emprende a los tiros a los indefensos sujetos que transitan por espacios públicos. Al reducirlo al padecimiento mental, evita cualquier relación con la cultura de un país que mata sin piedad y hasta cínicamente cuando necesita apropiarse de recursos de los que carece y que fomenta la visión paranoide del lazo social, el clima de jungla donde el otro es un enemigo a muerte, tal que justifica y promueve la venta legal de armas. Parece ser que esa sociedad homicida, nada tiene que ver con estos episodios que cada tanto se verifican.
HACER MUCHO REVUELO
Durante más de diez años, intenté generar en el servicio de salud mental del Hospital “Felipe Heras”, dispositivos que pusieran en cuestión el “orden manicomial”. Esos espacios grupales fueron denominados por los pacientes “Revuelo en el altillo”, según los efectos que en sí mismos y en los demás producía su participación protagónica. Cuestionar en acto la cosificación, la objetalización de un diagnóstico, ser hablados por los otros, el maltrato, la soledad, la discriminación etc. dejar de ser “bipolares o esquizofrénicos”, para recuperar su identidad y su historia, su propio nombre. Dejar de ser objeto de diagnóstico y tratamiento para subjetivarse en la palabra. Superar la soledad para incluirse en un proyecto grupal, rehumanizador y redignificador. Escribir, participar, expresarse en distintos ámbitos creativos (Talleres de revista, escritura, radio, huerta etc). y en la utilización de los medios de comunicación como instrumento terapéutico denunciar la construcción del imaginario que asocia el sufrimiento mental con el miedo y la peligrosidad. Y denunciar un mundo loco y violento que solo los necesita para negarse a sí mismos, en un proceso de alienación social intolerable. Invitamos a los lectores a observar este proceso que habla de otra mirada en salud mental a través del maravilloso documental que “Producciones del sur del sur” (“La hora del revuelo” documental, en youtube) realizó sobre esta experiencia, también reflejada en el libro “Cinco años de revuelo en el altillo” (Ediciones «Panza Verde») en “Kiosco Peatonal”, peatonal y primero de mayo, del que extraemos este relato colectivo realizado por los usuarios, pioneros de “Revuelo en el altillo” en la sala de salud mental.
Ilustraciones del Dr. Leopoldo Fay
EL MUNDO DE JUAN EL “OJON”
Ojón, pelo chuzo, mudo, rengo, no usa desodorante, tiene olor a chivo y muchos gases. Además es chueco. Vive debajo del puente y no sabe para dónde ir, pasan los colectivos y no lo levantan y baja nuevamente a los árboles. Dicen que vive solo o con un enano, no se sabe bien. Algunos dicen que estaba necesitado de ayuda y el enanito lo tomó como mascota y lo bañó al pelo chuzo. No lo levantan los colectivos ni la ambulancia, los milicos y la gente lo discriminaban por su aspecto de linyera y por miedo a que fuera a asaltarlo. El ojón nació en algún lugar de Argentina y quedó muy aislado, quedó desamparado de sus padres, porque no lo querían. El ojón no sabe dónde viven sus padres. Trabajó de albañil y después y siempre, de pobre. El perdió, se le terminó la plata y quedó ahí. Lo trajeron a dedo. Ojón se siente triste, desamparado, discriminado, él no sabe buscar ayuda, aunque igual allí no vive ninguna persona. Tal vez hizo cosas malas y quiso arrepentirse, tal vez le hizo una herida a su madre en el corazón y quiso remediarlo. Ojón salía a la calle a juntar dinero porque le faltaba para comer y seguía muy triste. Estaba un poco loquito-como tal vez lo estuvimos todos alguna vez- lo levantó la policía y lo trajo a “sala 8” y acá empezó a darse cuenta del problema que tenía y aprendió a buscar ayuda. A ojón le gustaba mirar las estrellas. Le dieron un lugar para vivir en sala 8 y para él resultó el lugar para vivir.
(Relato elaborado colectivamente por integrantes del taller de revista de salud mental “Revuelo en el altillo”. Ediciones «Panza Verde»)
(*) Psicólogo. MP 243