“…no paro de temblar y no puedo respirar…” así comienza la carta de una niña de 12 años, que le escribe a su mamá solicitando ayuda ante el acoso que sufre en la escuela de sus compañeros y compañeras. La mamá opta por visibilizar el problema, tal vez ella misma pidiendo desesperada ayuda ante el sufrimiento de su pequeña.
Otro caso más de acoso escolar, uno que interpela pero que se sabe es parte de la cotidianeidad de las escuelas. Por alguna razón se instauró el 4 de noviembre como el “Día internacional contra la violencia y el acoso escolar” por la UNESCO, lo que está dando cuenta que el problema es grave y masivo.
Si bien el acoso esta descripto específicamente como la acción grupal que se realiza sobre una víctima solitaria e individual en el ámbito escolar. Con el tiempo se fueron categorizando formas de acoso en todos los ámbitos donde niños, niñas y adolescentes se reúnen: el club, grupos de estudio, fiestas, etc.
El acoso se realiza con un o una líder que, sostenida y acompañada por un grupo que respalda la acción, hostiga en forma reiterada y sistemática a un igual, durante un tiempo prolongado. Las huellas psicológicas que deja en la víctima pueden cambiar para siempre la vida de esta y afectar sensiblemente su adultez. Se ha caracterizado muchas veces cuales son estas señales: llanto inesperado, negación a ir a la escuela, fiebre, autolesiones, disminución en el rendimiento escolar, y en casos extremos intentos de suicidios.
Pero si bien es muy importante el abordaje de las consecuencias del acoso, lo que también debemos analizar es qué lleva a acosar, a ser victimario o participante del grupo que hostiga
Detrás de todo niño o niña que acosa, hay adultos acosadores, violentos verbal, psicológica y hasta físicamente. Es decir, adultos que se han formado en una cultura del desprecio por el diferente. ¿Quién es el diferente? Cualquiera. No se trata de una característica en particular, cualquier característica viene bien para que el acosador de inicio al proceso que luego irá incrementando, sumando rasgos a la víctima, estén o no presente en ella. El punto de vista del victimario es sesgado y construido culturalmente. Es decir, un niño, niña o adolescente no “es” acosador, “se hace”. La forma en que mira a su víctima y que la expone ante los ojos del grupo que acompaña el acoso, sobre quienes va construyendo una imagen, es la reproducción de miradas sociales que son las que nos debemos cuestionar para poder desentrañar el origen de este comportamiento.
Tal vez se pueda entender tomando una metáfora que seguramente ayude a una mejor comprensión. ¿Quién no ha dibujado una casita? Esa casita que pretende ser la suya (aunque no se le parezca en nada,) esa casita que por lo general tiene paredes amarillas o blancas, una puerta con techo a dos aguas, generalmente rojo, que se ve de frente y una ventanita marrón en el medio de una pared que se ve de costado. Perspectivamente es imposible ese dibujo, si se ve la puerta de frente no se puede ver la ventana, en simultaneo, de perfil, pero dudo que alguien no la haya dibujado alguna vez, y la mayoría de las veces, es la única que se sabe o se puede dibujar.
Esta representación gráfica de la casa, es muy simbólica, casi una metáfora social de lo que se suele construir en la mente, sin preguntarse nada respecto a su veracidad o comprobación con respecto a los hechos reales.
¿Quién dijo que así se representa una casita, de dónde sale esa concepción gráfica de la casita? Probablemente no lo recuerde, en su historia personal alguien le mostró como se hacía una casita, la misma casita que a esa persona, otra le mostro también como se hacía…y así, termina graficando una casita que jamás vio, ni va a ver, porque no será posible ver en el mismo plano, una casa de frente y de costado, les invito a comprobarlo de forma simple y sencilla, busquen fotos de casas de todo tipo, y les desafío a encontrar la casita que ha dibujado.
Esta es una metáfora de lo que hacemos socialmente con los estereotipos y la estigmatización, nos armamos ideas sobre las personas, los grupos y nos creemos que esa es la realidad, que así son las personas, sus conductas, sus ideas, sus emociones, y defendemos esa idea a capa y espada, aplicándola a toda persona o grupos social en el que encuentra uno solo de los signos a los que se le ha dado un significado determinado.
Y así va el mundo, pensando que los sordomudos, tienen discapacidad mental, que las mujeres rubias son huecas, que los altos juegan al básquet, que las adolescentes morochas de los barrios serán madres a los 14 años para cobrar la AU, que si es un empresario no roba, que si lleva gorrita de colores o “alta yanta” es un chorro, que si usa anteojos es estudioso o si es gordo no le agrada hacer deportes.
Un niño o niña que victimiza a otro lo aprendió de alguna forma, muchas veces sucede que estos victimarios son o han sido víctimas en algún otro momento, o han observado como ejercen el poder los adulos de cercanía y lo reproducen de esa forma que sociológicamente se denomina darwinismo social.
Los y las victimarios son productos de una sociedad que victimiza como forma de construcción de poder, no son culpables, aunque sí responsables de los hechos, son nada más que parte de un engranaje que educa para someter, y que en la etapa escolar, dentro de lo que se llama curriculum nulo, intenta definir qué lugar en la parafernalia de la máquina le tocará estar, y si de elegir se trata…siempre es mejor estar del lado de quien hace la fuerza que de la palanca.
Hasta que los adultos no analicen sobre el origen, reflexionen sobre las consecuencias y cambien rotundamente sus propias conductas, seguiremos mirando la misma foto de víctima, grupo y victimario, todos en el mismo aula, escuela, equipo o fiesta como si fuera parte de un paisaje naturalizado.
Lic. Verónica López
Tekoá Cooperativa de Trabajo para la Educación