sábado 18 de octubre de 2025

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Llegó a Argentina la SIP, cómplice del genocidio

El que pidió desesperadamente que venga la SIP a la Argentina fue Carlos Jornet, director periodístico de La Voz del Interior y presidente de Adepa, la filial argentina de la SIP. Fue en San Pablo, hace un par de meses.

Paolillo hoy se va a reunir con las senadoras María Eugenia Estenssoro (CC-ARI), Laura Montero (UCR) y Norma Morandini (FAP), y con los diputados Patricia Bullrich (UPT), Oscar Aguad (UCR), Federico Pinedo (Pro), Gerardo Milman (GEN) y Enrique Thomas (Peronismo Federal).

¿Pero de qué y de quiénes realmente estamos hablando? Veamos.

La SIP tiene su sede central en Miami, en un edificio que está en el 1801 de la Tercera Avenida de South West, en Miami Beach. Ese edificio se llama Jules Dubois, en honor a quien fuera en realidad un coronel del Ejército de los Estados Unidos y agente de la CIA. La SIP fue fundada en 1943 y la CIA en 1947. Y una de sus primeras operaciones de envergadura fue cooptar la asamblea anual de la SIP en Nueva York en 1950 a través de sus agentes Jules Dubois y Joshua Powers.

Desde ese momento, la SIP trabajó siempre coordinadamente con la CIA y como dice la periodista Stella Calloni, “la historia de la SIP es la historia de los golpes de Estado contra los gobiernos constitucionales en los que estuvo involucrada. Se presenta como la junta calificadora de la libertad de expresión en el continente, cuando su papel real es destruir todo intento de rebelión contra los intereses coloniales y neocoloniales de Estados Unidos”.

Su primera operación a gran escala fue neutralizar en 1952 la Revolución Nacionalista de Jaime Paz Estenssoro en Bolivia. Inmediatamente después participó del golpe de 1954 contra Jacobo Arbens en Guatemala. El cuadro Gloriosa Victoria, del mexicano Diego Rivera, muestra a Eisenhower, la United Fruit, el dictador Castillo Armas y nuestro inefable Jules Dubois de la SIP (y de la CIA).

También participaron contra Juan Bosh en República Dominicana, contra el general Torres en Bolivia y contra Velasco Alvarado en Perú.

Pero quizá la operación más descarada fue la de Chile. Apenas ganó la Unidad Popular en 1970, viajó a Estados Unidos Agustín Edwards, dueño del diario El Mercurio. En Washington se entrevistó con el jefe de la CIA, quien por orden del presidente Richard Nixon le entregó a Edwards un millón seiscientos mil dólares para iniciar una campaña mediática contra Salvador Allende que culminaría con el golpe de Augusto Pinochet el 11 de setiembre de 1973.

Esta es la SIP. Mucho más que simplemente el gremio de los dueños de los medios gráficos del continente. Es cómplice de los genocidios perpetrados en la segunda mitad del siglo XX contra nuestros pueblos.

Discípulo de Arbilla, censor de la dictadura
Hoy llega Claudio Paolillo a la Argentina a monitorear “una situación muy complicada como consecuencia del famoso 7D”. ¿Y quién es Paolillo?

Es el mejor alumno de Danilo Arbilla, su mentor y su jefe en Búsqueda. Arbilla, quien oh casualidad, también fue presidente de la SIP y que en 2005 acusó al gobierno de Néstor Kirchner de “tratar con desconsideración a la prensa” y tener “un proyecto secreto de ley para limitar las actividades de los periodistas”.

Arbilla, presidente honorario de la SIP, fue director de prensa de la última dictadura uruguaya. Uno de los decretos de Arbilla como director de prensa de la dictadura decía: “Se prohíbe la divulgación por la prensa, oral, escrita o televisada todo tipo de comentario o información, que directa o indirectamente mencione o se refiera a lo dispuesto por el presente decreto atribuyendo propósitos dictatoriales al poder ejecutivo, o que pueda perturbar la tranquilidad y el orden público”.

En esos tiempos desapareció Julio César Castro, director del Semanario Marcha (actual Brecha) y tuvieron que exiliarse otros grandes periodistas como Carlos Quijano, Eduardo Galeano, Hugo Alfaro y Juan Carlos Onetti.

Durante la dictadura y como resultado de la gestión de Arbilla, digno representante de la SIP, se clausuraron cerca de 180 medios, se allanaban a diestra y siniestra las redacciones de los medios, se arrastraban a palos a los periodistas que se encontraran a los calabozos de la dictadura.

¿Y ahora llegan con su prepotencia de siempre a decirnos qué es la libertad de expresión?

Que los reciba Oscar Aguad y compañía no es extraño. Pero lo de Norma Morandini, ex militante por los derechos humanos, no deja de sorprender.

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