LEOPOLDO FAY (IN MEMORIAN)

No voy a hablarles de un “hombre común”;  ayer se cumplió el aniversario de la partida de un amigo, compañero de trabajo, psiquiatra, talentoso dibujante, creativo y excéntrico personaje, si eso quiere decir alguien único, singular, transgresor, que rompe todos los moldes socialmente impuestos, lúcido, culto, inteligente, portador de una sensibilidad mal escondida detrás de una coraza impenetrable que camuflaba la expresión de sus sentimientos y que se abría ocasionalmente, en los remansos en los que confiaba en el otro

Hace diez años, tal vez por agotamiento existencial, se fue, solo y callado, el dueño absoluto, pleno, de todas las palabras imperfectas, incorrectas, incómodas, verdaderas.

Aquel hombre alto, hermético, aparentemente inconmovible, hondo, que “decía lo que pensaba”, así, sin filtros. 

Parece tan simple. Sin embargo era su rasgo distintivo, descomunal, insoportable. Hablaba sin filtro, voceaba  de modo directo  sus palabras parcas que atravesaban como flechas cualquier membrana protectora de la corrección, que traslucían, brutal y honestamente, la verdad  de su pensamiento, que tomaba, por eso, la fuerza de un maremoto en un mundo saturado de eufemismos, medias tintas, tópicos corteses, formas burguesas, falsedades disfrazadas en las tiendas de la apariencia, la censura, la educación, la cortesía. Ácido y espontáneo, transparente, estas virtudes escandalizaban, porque se traducían en la expresión plena, volcánica, de sus pensamientos. 

Fue Jefe de servicio de salud mental y desde allí  habilitó y participó activamente de todas las propuestas transformadoras que les propusimos, aun y sobre todo aquellas que nos enemistaba con algún sector del servicio de salud mental ultraconservador, mediocre y empobrecido, con aquellos oportunistas que arrasaron su autoridad y rapiñaron su lugar hasta, literalmente, mortificarlo. 

De tal modo, propició la introducción  del  arte en el espacio reservado a la locura y las inyecciones,  acompasó el momento en el que la pintura llenó de colores la tristeza, la música combatió la desazón, y de esperanza la palabra compartida. 

Inauguramos con sus ilustraciones de tapa, sus enormes dibujos, una experiencia magníficamente creativa, colectiva, subversiva, como lo fue  la revista “Revuelo en el altillo”, en la que, aquellos hablados y silenciados históricamente por la “ciencia” y la sociedad, las personas con padecimientos mentales, tomaron la palabra, con la que conmovieron una realidad adormecida con encierros y pastillas. Sus dibujos profundos,  significantes, maravillosos encabezaban las portadas de esa empresa estética y política, que junto al taller de radio “La hora del revuelo”  y otras experiencias liberadoras, dieron vuelo y  dieron voz, expresión, palabra a los acallados de siempre.

Leopoldo fue también un compañero en los caminos de una ética y una crítica a las imposiciones del poder. Participó como jefe de servicio de las denuncias que derivaron en la remodelación edilicia de una sala desgarrada, hecha pedazos por la falta de mantenimiento, con baños desbordados como la angustia, con noches de heladas pesadillas, como consecuencia de los fríos calcinantes, que ni los delirios más angustiosos podían superar.

Un compañero que se comprometió con el cuestionamiento de ciertas prácticas psiquiátricas. Con aquellas que en los principios de este siglo inventó diagnósticos, etiquetas y pastillas aplicadas a granel a niños que llamaron “hiperactivos” o ADHD en términos (seudo)”científicos”.

Demasiados, Leopoldo incluido, sospechaban que estas prácticas estaban patrocinadas por las necesidades de crear mercados de los grandes laboratorios, más que por la salud de nuestros niños. 

En el año 2007 firmamos un documento que hicimos público, con más de 50 firmas de profesionales de la salud mental, poniendo en cuestión estas prácticas abusivas en las que los niños eran víctimas y culpables de moverse demasiado y de no ser escuchados en sus penas. Cuestionamos el abuso de diagnóstico y medicación en niños llamados ADD, que no ponía de relieve ni su contexto ni su subjetividad, partiendo de la premisa de Winnicott, para quien “un niño sano, debe molestar”. 

Leopoldo fue el único Psiquiatra que firmó el documento. Es que a cierta Psiquiatría le incomodaba como una piedra en su zapato. Es que su desempeño en las instituciones públicas era una elección que surgía de sus profundas convicciones ideológicas. Es que siempre, con hechos, no con palabras, repudió una medicina lucrativa, ser un feliz turista de las paradisíacas  playas de las multinacionales farmacéuticas. Íntegro, honesto, le cabe la atribución de necedad que proclama la hermosa canción de Silvio Rodríguez, de aquellos que, como Leopoldo, pudieron vivir sin tener precio y morir como vivieron. Es que estudioso de la filosofía y el psicoanálisis, era poeta, extraordinario dibujante, antes que Psiquiatra, o tal vez, podía pensar su práctica médica con los ojos del arte.

Dice nuestra querida amiga común Mariela Bravo: “En el dibujo se pregunta ¿Dónde está?, típico de Leopoldo, su primer crítico y verdugo…poca gente es tan tremenda y tiernamente coherente como lo era él, seguro que en algún lugar está…¡¡¡presente!!! Con su mirada aguda, sus silencios profundos y su palabra aguerrida, inapropiada, necesaria y ¡sorprendente!.

Si bien este homenaje trasciende al hombre, porque muestra un mundo tan escaso de personas con las virtudes de Leopoldo Fay, escaso de profesionales con una postura tan decidida y comprometida más con la salud que con el lucro, es también el homenaje a un entrañable compañero. 

Leopoldo, querido amigo, “donde estés, si es que estás, si estás llegando, ojalá que exista Dios, lleno lápices, de hojas y resmas de papel donde puedas dibujar, esta vez feliz, esta vez contento, los momentos más gratos de tu vida, aquellos que nos regalaste a tus amigos, de compañerismo, afecto y charlas compartidas. ¡Hasta siempre!

 

(*)Psicólogo. MP243

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