Me llamaban Fósforito cuando chico porque era muy impulsivo. Me enojaba con rapidez. Era fácil de prenderme fuego y ardía y me consumía con velocidad. En verdad, más que un fósforito, era una caja llena de fósforos.
Mano larga me decía el abuelo… y así cobraba también… las peleas se ganan y se pierden, pero cuando hay que pelearlas hay que pelearlas. Con los años esa agresividad física, esa efervescencia y la testosterona mutaron en implosiones que se purgan con ácida labia y filoso sarcasmo. Uno crece y no da para andar a los sopapos por la calle, jugando al héroe o al villano… además la calle ya no es la misma calle de antaño… pero esa es otra historia…
– ¿Y esto venía a cuento de…?
– Ah, sí…
Un –lo que se dice- conocido quien hace muchos años pulula en la política y la función pública y que, mucho tiempo atrás, supo tener algunas horas cátedras en la secundaria así que poco y nada ejerció de su profesión de forma privada y a la manera cuentapropista. Un viejo conocido al que, en alguna oportunidad, le hice una que otra nota obligada y sin entusiasmo cuando era candidato por uno de esos partidos que juegan en esa inefable tercera posición y que cantan la del tero bien lejos de donde se ponen los huevos. Esa tercera tibia, inmaculada y etérea posición en la que se suelen situar muchas de esas agrupaciones que no aspiran al poder político – al Poder Ejecutivo digamos- y que uno nunca termina de saber para qué arco patean hasta que te das cuenta que siempre la pasan para el costado con tal de seguir jugando.
Un veterano ya en este juego, de nombre reconocible, que al principio fue “zurdito”, después “progre” y también “conserva” cuando hubo que serlo. Ahora está en modo “compañero luchón”: Un chanta acomodaticio de manual. Sin embargo lo sigo teniendo como contacto en el teléfono y es allí, en el “guasap” y las redes sociales, donde desborda a menudo lo que queda de su fuego y compromiso militante por la causa nacional y popular.
Esa mañana el mensaje decía con crasa ironía: “¿Macri era el que decía que la inflación no iba a ser un problema en su gobierno?”.
La pregunta (¿retórica?) estaba al pie de la noticia que decía que la inflación de 2018 había sido casi del 50 por ciento, muy por encima a la meta inicial del 12 por ciento anunciada a principios del año pasado.
…
Sentí el olor a pólvora encendiéndose. Sentí la súbita ola de calor quemando mi mente, escuché rechinar mis dientes y la saliva pastosa bajar por mi garganta… quise preguntarle qué estaba haciendo él desde su bien pagada función – lograda con el esfuerzo de reptar 20 años en la actividad pública- para cambiar esto. Quise decirle que si no hubieran perdido las elecciones haciendo la plancha mucho de esto no estaría pasando. Que ya es millonario y que lo suyo es una impostura para salvar algunos pudores y el sillón que le masajea las nalgas porque él ya estaba salvado de todo lo demás, que ya está del lado de los que nunca pierden venga quien venga y esté quien esté. Le quise preguntar si la nota periodística sobre la inflación anual del 47,6 en 2018 me la había reenviado desde Punta del Este o el norte de Brasil.
Siempre prefiero al medio pelo cabeza dura que consume más humo del que puede entender que al iluminado y sabiondo “compañero” que subió, se prendió y no volvió. Un sapo de esos que siempre lograr estar prendido en una lista y que uno -que acompaña el proyecto, la idea, y las políticas públicas de un determinado gobierno- se tiene que tragar.
– Los peores traidores siempre son los nuestros.
Intente escribir el mensaje. Pensé que mejor sería un audio…. Después noté que la llama ya no estaba y solo quedaba un nudo en la garganta y el ardor en mi cabeza quemada… dudé, no sé por qué. Busqué el emoticón de los dedos en V y se lo mandé.
Hay días que me gustaría encontrarme en la calle para cagarme a trompadas.