El tipo es muy alto, robusto y calvo. Suele ir vestido en impecable traje blanco. Detiene su mirada en un cuadro que ocupa el centro de una pared tan blanca inmaculada como el blanco de su traje. Sus ojos parecen perderse en un punto indefinido de esa pintura que a simple vista es un lienzo vacío. Una pintura sobre la nada misma. Un cuadro más blanco que la pared que lo soporta. Es como si hubieran enmarcado un pedazo de esa pared y la representación artística es lo que quedó abarcado dentro de esos límites. Apenas algunas rugosidades, algunas huellas de pinceladas se pueden distinguir en la pintura blanca. La mirada y los pensamientos del enorme hombre calvo se sumergen en ese vacío. Su existencia parece desaparecer en la profundidad del blanco.
-“¡Mira a las estrellas y desaparecerás!”
Es la nada y es el todo. Wilson Fisk, alias Kingpin, parece sumergirse en la nada y en el silencio para encontrar los caminos, las respuestas y las preguntas. Es uno de los criminales más fascinantes del universo del comic: Un villano sin súper poderes. Cuenta nada más – y nada menos- que con su inteligencia, astucia, fuerza bruta y mucho mucho dinero, poder e influencias. Un ajedrecista del hampa.
Kingpin encuentra la claridad en la abstracción.
Me preguntaron si escribir me requería estar bien informado, mantener hábitos de lecturas frecuentes y esas cosas por el estilo… pero en verdad casi todo lo que leí en mi vida lo leí hace muchos años: algo de filosofía, un poco de literatura, algunos clásicos y novelas pedorras, teoría de la comunicación, Un par de esos libros que te dicen que tenés que leer… los leí, los sondeé y los hojeé hace mucho tiempo. Tanto tiempo que solo tengo vagos recuerdos y confusas referencias que cada tanto intento aclarar googleando un poco. Suelo ojear los diarios, escuchar un poco la radio, hacer zapping entre los canales informativos, los noticieros y programas políticos económicos. Un paneo general para tener una idea del mundo que te cuentan.
Dicen que el conocimiento no ocupa espacio, pero lo cierto es que a veces siento que no tengo espacio para nada más. La capacidad de memoria de mi cerebro está casi tan detonada como la de mi celular.
Con todo eso me enfrento a la hoja en blanco… o mejor dicho, al archivo nuevo en la pantalla en blanco. Inmaculado, profundo y vertiginoso vacío blanco como el cuadro de kingpin. Sé que las palabras están ahí. Sé que los pensamientos están ahí… cuando logro acallar el mundo exterior y escucho las voces del silencio.
Buscando sin saber por internet, encontré una página de divulgación científica y un artículo que sostenía que ciencia y medicina estaban de acuerdo en que existe una pequeña parcela de nuestro cerebro en la que es necesario que las neuronas se regeneren. Simplificándolo mucho, podemos decir que en ocasiones necesitamos borrar antiguos recuerdos para dejar espacio a los nuevos. Es decir, el saber sí ocupa lugar.
Uno de los problemas modernos que enfrentamos es la sobre información también definida por algunos como “infoxicación”: al igual que naipes mezclados por un avezado croupier o como en un truco de magia las noticias caen unas sobre otras, se mezclan, las perdemos de vista, aparecen y desaparecen. Y al igual que el jugador sólo nos queda el instinto y la buena suerte para salir bien parados en cada mano.
En qué creer se puede tornar un asunto que ya no depende de qué es real o ficticio. Miles de noticias desde cientos de canales, páginas, sitios web, correos, radios, medios gráficos y televisivos, investigadores, opinólogos, columnistas, panelistas, influencers, youtubers, lectores, personalidades, especialistas, los vecinos… Todos hablando todos los días, repitiendo mantras, cruzando opiniones, pareceres, conjeturas, polemizando. No hay corazón ni cabeza que pueda soportar tanto y es así que la verdad se torna inhallable como una aguja en un pajar y la distracción se vuelve un deber idiota.
En fin, escribí esto como un intento de elogio al “cuelgue”. Como lo hacían los viejos sabios. Los que descubrieron las constelaciones, la filosofía y las matemáticas. A veces para poder avanzar hay que retroceder algunos pasos. A veces para encontrarse hay que perderse o esconderse. Salir del tráfico y estacionarse a un lado del camino, escuchar nuestra voz, desentrañar la maraña en las que nos meten a diario incluso aquellos que tienen buenas intenciones.
Porque en el mientras tanto, en el caudaloso y fiero río de la hiperinformación, en la voraz vorágine cotidiana, en la carrera contra reloj, todo pasará pero la mentira más linda quedará.