Los ídolos se derrumban. Los disfraces caen al fin, pero las personas necesitamos dogmas, certezas, seguridades, cimientos desde donde edificarnos. El vacío no es un lugar normal.
La cuestión es que uno no sabe qué es verdad y qué es mentira y vamos construyendo nuestra idea de la realidad como si se tratara de elegir tonos en una paleta de colores y pintar el cuadro como un collage antojadizo y caótico. Como sacarse la “selfie” con filtros y de arriba hacia abajo -en picado- para simular menos kilos y negar que el tiempo y la gravedad siempre ganan.
Por todos los medios nos bombardean a diario con noticias sesgadas, falsas o erróneas, aunque siempre interesadas y nos estamos dando cuenta. La justicia es una cueva cooptada por dinastías de cobardes veletas de los vientos políticos y nos estamos dando cuenta. A los dueños de todo sólo les importa el país como una plataforma desde la cual hacer base para el lanzamiento de sus negocios y nos estamos dando cuenta, los que tienen que controlar se venden y corrompen y nos damos cuenta… perdemos la confianza, la fe y quedamos solos, desencantados y resignados. Desperdigados en luchas sectoriales o ambiciones personales.
La política ha sido herida de muerte hace mucho tiempo. Ella es repugnante, sucia y siempre sospechada de intenciones espurias. Hacer política está mal sea donde sea: En la escuela, en el trabajo, en el barrio, en el club o en una tertulia de amigos. Hacer política es mezclar las cosas. Ensuciarlas, viciarlas, desnaturalizarlas.
- Como jugador un genio, pero cuando abre la boca…
Y convertirse en político es rifar el prestigio y el buen nombre. Es exponerse a la lapidación social. Es notar que ya nadie te mirará como antes. Como si se entrara en la lista de los más buscados por Interpol, como tener la marca del diablo tatuada en la frente; y eso mucho antes de que un multimedio te ponga en la mira. En el mejor de los casos serás mirado como una changa, un kilo de leche en polvo o unas chapas por los más necesitados.
Sin embargo, mi amigo, el candidato, El Pata (lo que quedó de su apodo completo de la infancia: “El pata de catre”) sigue en campaña a pesar de todas las advertencias. A pesar que le he dicho que esta es una actividad ingrata. Que la gente nunca estará contenta. Que habrá decenas queriendo pisarle la cabeza antes de que se asome. Y, de persistir, algún día será el culpable de todos los males y el dueño de todo lo que la gente sospeche que pueda ser dueño: Casinos, hoteles, campos, edificios, mansiones, complejos termales, empresas de transporte…
- Mirá que le pongo pesimismo, Pata.
- Es lo que siempre hablamos. Lo que siempre me dicen, ¿o no? “Metete”.
- Pero nunca es en serio.
El Pata dice que entiende (Él es una de las tantas caras nuevas que se animan en estas elecciones). Que no está seguro de tener uña para guitarrista, pero está cansado de la misma milonga triste. Que quiere hacer algo distinto y que para eso hay que involucrarse y exponerse. Que la política es barro y sudor, pero la única herramienta que tienen los comunes y vulgares para torcer el brazo de la elite que maneja los hilos. Que la ética suele ser el refugio de los que no se animan a poner el cuerpo o juegan de impolutos e inmaculados, de los que señalan con el dedo y hablan a espaldas de uno. De los que ponen el grito en el cielo mientras se rascan el c… Los que se sienten suficientes y satisfechos cacareando lejos de donde se ponen los huevos.
- Me hacés sentir un poco mal, loco.
La política con sus miserias y virtudes es la única certeza que tenemos de salir de convidados de piedra. Para sacudir a una sociedad que empeora por la inacción y el sometimiento a los poderes de hoy en día. El cimiento desde dónde edificar el nuevo hombre y la nueva mujer.
- Para hacer una tortilla hay que romper los huevos, dice el dicho.
No es casualidad que la política haya sido el primer ídolo al que tiraron a matar.