Las Crónicas de Oxímoron : Superman Diego

Cuando era niño soñaba con ser Superman. Volar muy alto cuidando la ciudad.  Ser un héroe intachable e invencible. Me colgaba una sábana o toalla al cuello y volaba por el patio de mi casa a velocidad supersónica, mientras en mi cabeza resonaba el chan cha chán chacha ra rará. Salvaba a bellas jovencitas de las garras de peligrosos villanos. Cuidaba que el mundo siguiera siendo el mundo que conocía, porque el mundo era bueno y valía la pena vivir en él. Y Superman estaba para cuidar el mundo, no para cambiarlo, ni siquiera para cuestionarlo.

Después llegaron los tiempos revueltos de esa edad en la vida en que solemos romper con el mundo que conocíamos para empezar a construir otro; y lo que creíamos cierto se pone en cuestionamiento: lo aprendido en la escuela, lo que escuchábamos de nuestros mayores, lo que decían los amigos, lo que defendían nuestros superhéroes. Una etapa en la que vamos despertando y dándonos cuenta que no mirábamos con nuestros propios ojos. Que de la vida sabíamos poco.

Un día de esos comencé a maravillarme con héroes que decían que ciertas injusticias eran peores delito que robar un banco o un pedazo de queso para rayar.

Buena parte de la culpa fue de Maradona.

Yo apenas metía un pie en la secundaria, entraba en la adolescencia, cuando un equipo imposible, diezmado, lento, extremadamente táctico, que había empezado de la peor manera en un Mundial, se hacía paso ante las adversidades a fuerza de orden, garra y mística. Tenía un líder que andaba rengo y dolorido. Que corría con el corazón más que con las piernas. Que boconeaba a los mandamases del negocio del fútbol y desafiaba todos los pronósticos. Un héroe que -aún mal herido- nunca se rendía. Que le daba a todo lo que hacía una sensación de epopeya.

Los mundiales de fútbol eran otra cosa cuando jugaba Maradona  

Ese día comenzaba el periplo de sus miserias: Maradona puteaba con la jeta en primer plano en vivo y para todo el mundo; insultaba a los que silbaban el himno de su país, y también a la crema que no lo quería.

Se lo hicieron pagar todo lo que pudieron, pero el no escarmentó y se embaló en su insolencia incesante hacia los señores que cortan el pastel. Él, que podía ser como Pelé, Cruyff o Beckenbauer, sentarse en la mesa chica, ser un bronce intocable, prefirió ser Maradona nomás. El héroe de los rotos y descosidos, el amigo de los demonizados, un parlante antisistema.

Maradona es Cuba hablando de libertad y dignidad a 150 km nada más de los Estados Unidos. Es un héroe de las causas perdidas, pero siempre manteniendo viva la ilusión de que el mundo puede ser más justo, que el chico le puede ganar al grande, que a veces la tortilla puede darse vuelta para que alguna vez los de arriba coman mierda.

Maradona es el compañero que saca pecho en la pelea desigual, pero no quiere ser ejemplo de tus hijos. Tampoco acariciar ballenas en peligro de extinción ni escribir un libro de superación personal.

Maradona va gambeteando rivales por la orilla del mundo con las verdades de un hombre que no reniega de sus orígenes, que entiende la injusticia y no olvida el dolor de ser nadie y ser pobre. Un ser excepcional que se entregó al pelotón de la revolución.

Un Dios pagano que camina entre los mortales. Sin apuro de entrar al olimpo de los ídolos populares; con Evita y con el Che, con Fidel y con Chávez, con Lennon y Alí.

Mi héroe imperfecto está de regreso, en el club más sufrido del futbol grande argentino, para pelear por otro pequeño imposible.

Dónde hay Diego siempre habrá esperanza. Diego Volvió.

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