Las Crónicas de Oxímoron : Nostalgia del futuro

La tierra gira en sentido contra horario, de oeste a este, teniendo en cuenta el polo norte como referencia. La tierra gira hacia la izquierda, pero el mundo, este mundo, el que no tiene que ver ni con Dios, ni con el movimiento de rotación ni con los misterios del universo, el que depende de los hombres y mujeres gira hacia la derecha.

Siempre pensé que el futuro se delineaba en las ideas y valores del progresismo y los liberales de “en serio”. Que el hombre algún día entendería que la tierra es para “todes”. Siempre pensé que el futuro estaba en la palabra de ese Cristo con los brazos abiertos a los débiles pero con el puño apretado para los injustos, en su prédica revolucionaria y socialista.

 Siempre pensé que el amor era la respuesta. Que odiar no sólo genera dolor e injustica sino que nos condena al pasado. El odio es pariente del resentimiento y el rencor, nos ata de pies y manos, nos deja varados, envenenados. Pero parece que una buena parte del mundo hoy piensa otra cosa… y otra vez, como cuando era adolescente –años noventas-, siento que el mundo es una calesita de la que me quiero bajar.

Aquella, la de los noventas, era una época tan parecida a esta: Ni un peso en el bolsillo y mezquinos sueños de supervivencia. Gobiernos que ninguneaban y desestimaban lo público y ganaba elecciones vendiendo quimeras y placebos, promesas casi tan lejanas como la vida eterna en el reino de los cielos.

Ezeiza era la única la salida.  

Fue durante el “Menemato” cuando mis pelos ondeaban al viento y el desagüe de la ducha se tapaba de ellos (La gravedad siempre gana… siempre). Mis héroes de la música no hablaban de culos bamboleantes ni de patéticos machirulos pero hablaban de la mierda de una vida sin horizontes y el desencanto de la vida moderna.

Los de hoy parecen hablar de nada y los de entonces sobre la nada misma. Cuando no hay buenas perspectivas el vacío gana fronteras

El muro había caído pero las dictaduras y las guerras nunca terminaron, el desempleo marcó el paso… la historia siguió andando… y a mí casi nada me importaba más que el River de Ramón.

Recuerdo la mirada de aquellos viejos azotados por los vientos de cambio de los años noventas. Me acuerdo de mi abuelo ferroviario y su mirada de vidrio empañado viendo como aquel sueño del peronismo de Perón se iba por el desagüe (sí, al igual que mis pelos) y a quién el estado del mandamás ahora sin patillas y neo cipayo le daba después de 40 años de servicio una jubilación de patada en el culo para que siguiera trabajando como carpintero hasta su muerte.

Puedo recordar ciertas conversaciones de aquellos viejos que veían el tejido social descarnándose, el futuro empeñado, las joyas de la abuela vendidas y la casa hipotecada mientras unos pocos brindaban con pizza y champán. Aquellos viejos se daba cuenta que una guerra civil soslayada -pero difícil de soterrar- se estaba desatando en las capas más frágiles de la sociedad. Una guerra donde la víctimas se confunden con los victimarios, cambian roles, se parecen y se odian entre sí, y adoptan el discurso de quien los oprime – odiándose así, casi sin pensarlo ni quererlo, a ellos mismos.

Hoy las culpas se vuelven a cargar sobre los que trabajan. Porque el trabajo es caro dicen. Porque poner la guita en la timba es más viable que una fábrica con 50 operarios. Un plazo fijo a 12 meses es mejor negocio que poner un drugstore y pagar impuestos, servicios y empleados. Porque los números de la ambición y el egoísmo son más rentables que los de la salud y la educación. Porque bañarse con agua caliente en invierno y comer cuatro comidas es un lujo que no todos se pueden dar.

En la sociedad de consumo resulta que el consumo se vuelve prohibitivo y así “chupas la fruta sin poder morderla”

¿Qué sería de la sustentabilidad del mundo si todos los rascas del mundo pretendieran vivir con los niveles de consumos de los chetos privilegiados del mundo?

Bien…

Espantados como moscas que pernoctaban cobre el mantel con los restos de sobremesa cuando alguien sacudió el trapo. Espantados como hormigas después que algo aplastó el hormiguero. Espantados como participantes novatos en una corrida toros de San Fermín. Espantados por los precios de las cosas, porque el dinero cada es más difícil de conseguir y se esfuma de nuestras manos como granos de arena entre los dedos. Espantados porque el arquitecto nos prometió que volveríamos a casa en el segundo semestre y ya vamos para cuatro años y parece que falta todavía. Espantados porque las cosas que nunca más iban a pasar vuelven a suceder y porque nos juran y perjuran que no volverán esos tiempos en que supimos vivir mejor.

Un sentimiento de desencanto y nostalgia por el futuro que pudo ser y como canta el Indio Solari en su último disco: “… El dolor más puro es el de haber sido tan feliz.”

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