Es complicado intentar escribir algo sesudo con las emociones a flor de piel. Todavía no he podido ver a todos aquellos con quienes quisiera intercambiar una sonrisa y un abrazo de triunfo después de todo este tiempo de angustia y desencanto. De dignidad y resistencia. De ese grito ahogado al ver que una mayoría era capaz – por el odio hacia una persona- de bancar un cambalache neoliberal que muestra su mejor sonrisa mientras nos apuñala a todos. Después de tanto castigo de parte de los opresores y la acusación infiel de muchos oprimidos que -al igual que ese mayordomo negro de la película “Django. Sin Cadenas”- parecían felices lamiendo la mano del amo y mordiendo a los de su propia raza.
La alegría duró lo que tarda un puñado de fina arena en escaparse de entre los dedos. No habíamos podido terminar de digerir la alegría dominguera que la angustia de un lunes negro cayó sobre nuestras cabezas cuando el nene rico -pero triste, diría Carlos Saúl- decidió sacarle el bozal al perro dólar -que traía enjaulado y hambriento desde hacía tiempo- y mandar a unos cuantos cientos de miles de compatriotas un par de escalones más abajo en esta escalera descendente que parece no tener final: trabajadores que se hacen más pobres, mayor cantidad de indigentes peleando por las sobras, cuentapropistas que se funden trabajando. Los que tienen alguna chance de resguardarse en carrera desesperada tratando de cuidar el mango, comprando lo que quede en el mercado a precio de la semana pasada… Más miedo, mayor incertidumbre y un número incontable de muertes que no salen en los diarios.
Las nuevas listas de precios no paraban de llegar al correo y al celular. Los avisos de que había que remarcar todo entre un 20 y 30 por ciento y que no habría entregas de mercaderías eran insistentes… Pero, como el negro insolente y orgulloso que soy, no bajé la mirada y miré el cielo azul de aquel lunes negro sin resignar la esperanza y sin perder la alegría; aunque el gobierno de la rancia mortadela neoliberal se retire como ejército derrotado que va arrasando con lo que queda sobre tierra devastada… porque ellos pertenecen a una elite con poca afinidad democrática, que sueña con el voto calificado, el voto de los propietarios. Que desestima y subestima casi todo lo que viene del campo popular, en particular la sabiduría y el sentir de las mayorías.
– Se van, y su despedida es un dolor dulce.
– Pero la lucha continúa, Fósforito.
Está claro que muchos eligieron la formula opositora por espanto.
Podemos celebrar que la realidad tangible le ganó a la realidad virtual, que finalmente muchos pudieron entender que nadie se salva solo y la patria es el otro, que no nos bancamos la mentira y que, a pesar de los errores y excesos del proyecto nacional y popular, se entendió que es la única propuesta que pone a las personas por delante de los mercados y pugna para que todos podamos vivir un poco mejor, con mayor equidad.
Pero tengo la sospecha – y la historia argentina parece confirmarla- que si no somos mejores, si no cortamos con la prebenda y la dádiva, si no somos implacables con nuestros corruptos y batallamos el sentido común que el opresor ha construido, será cuestión de tiempo hasta que buena parte de la sociedad – una vez que recupere un estándar de vida aceptable- vuelva a echarle el ojo -y tal vez el voto- a la derecha neoliberal; cansada otra vez de esas cosas que no tolera y que le adjudica -casi con exclusividad- a los gobiernos populares: El clientelismo, el acomodo, el sobreprecio, la vagancia, las facturaciones truchas, la superposición de cargos, la cometa, los vividores de la política, los ñoquis del estado, el abuso, el atropello, el tráfico de influencias, la falta de idoneidad y preparación para ocupar cargos de interés público.
Será cuestión de tiempo para que la rueda de los infortunios que vive el pueblo vuelva a marcar el casillero de las hienas neoliberales escondidas bajo la piel de una gacela.
No sólo se trata de volver. Se trata de ser mejores para que ellos – y el mundo mezquino y carroñero que representan- no vuelvan más.