Hay refranes que resuenan en el post del “No vas a perder nada de lo que ya tenías” Uno de esos decires de sabiduría popular es “lo que fácil viene, fácil se va”. Una de las tantas que quieren señalar que lo que no cuesta no se valora, se malgasta o se descuida… y tal vez, rebuscando un poco, no se defiende.
Lo que tuvimos: shock de consumo, industrialización de la economía, subsidios en transportes, energías y créditos, jubilaciones y asignaciones otorgadas en pos de justicia social, exaltación del sentir nacional y pelea en defensa de la soberanía territorial, política y económica… y lo que puedan recordar de aquellos años no tan lejanos se traducía en el llano, para nosotros, trabajadores con acceso al consumo -(auto) denominados clase media-, en nuestra primera casa, negocios pujantes, salarios con capacidad de compra y ahorro, vacaciones en el mar y recitales internacionales, auto nuevo y ropa de primeras marca, comer rico, comer sano, comer todos los días… una lista que se fue “amputando” a paso firme en estos últimos años.
- Ya hemos hablado de esto, Fósforito.
- Me pediste que ensayara una autocrítica…
Empoderar. Escuchamos mucho esa palabra. Seguramente ustedes, avezados lectores de este medio, lo entiendan mejor que uno, pero nobleza obliga, diré que empoderar -en un sentido político- tiene que ver con la conquista de derechos: “Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”. Escuchamos mucho ese término, sobre todo, en los últimos años de Cristina.
Después vino el modelo del “Cambio”… y cambió ese paradigma por uno llamado meritocracia que parecería obedecer a un clima de época sobre la importancia de confiar en uno mismo, tomar riesgos y ser protagonista. Ser un sujeto capaz de valerse por sí mismo, del ser emprendedor y autónomo.
Así fue que nos cambiaron lo colectivo (“La patria es el otro”) por lo individualista. Nos cambiaron “todos unidos triunfaremos” por la supervivencia del más competitivo. Nos cambiaron el Estado Benefactor por una escribanía en Balcarce 0.
Y tal vez resulte que tenían razón cuando avisaban que era una irrealidad pretender que un trabajador podía mandar sus hijos a la Universidad, viajar, cambiar el auto, comprarse un led y usar teléfono celular con un par de sueldos promedio. Que quien no había aportado no podía jubilarse sin importar los motivos por los que nunca fue registrado en el sistema del trabajo formal, que la industrialización del país era un capricho de amanecidos setentistas y no el proyecto posible para el vanaglorioso país granero de mundo.
No nos merecíamos tanto y en tan poco tiempo. Nos dieron los gustos como a niños malcriados que después no valoran lo que tienen, que pierden y rompen sus juguetes porque tienen muchos. Nos reparaban, dignificaban, nos facilitaban los caminos y pensábamos que todo lo merecíamos sólo porque somos argentinos, los más vivos del mundo, el país rico que tiene todos los climas, los más europeizados de la Sudamérica.
Quizás sí falló la comunicación. Con seguridad hartaron los bombos, los trillados cánticos peronistas y la arenga épica en una sociedad que reniega de la identidad propia, que siempre se quiso parecer al gringo.
Esos años de bonanza no fueron fruto de sacrificio ni de luchas políticas, fue consecuencia del valor y la determinación de una pareja inesperada que se animó a patear el tablero e ir a fondo contra algunas cuestiones sensibles al orden establecido y a la lógica neoliberal que domina el mundo. Una pareja que no tenía necesidad de hacerlo. Que podría haber hecho la plancha y solamente con armonizar la vida social y económica se hubiera llevado los aplausos… porque si todo fue para robar, se puede robar igual sin molestar a los lobos, a los dueños de todo, al status quo.
Muchos vivieron con tirria y/o desenfado esa época dichosa con la inconciencia de creer que nunca iría a terminar… a terminar en esto que resultó ser el “no vas a perder nada de lo que ya tenías”. Pero el problema eran los choriplaneros y la vieja corrupta que cortaba las novelas para hablar en Cadena Nacional. Entonces en el 2015 compraron el verso de la campaña del miedo y pensaron que lo que se ponía en juego era la nada misma, o un cambio de look al menos. Muchos votaron como si se tratara de una pugna por hacer prevalecer las terquedades de unos sobre las de otros. O, simplemente, ver qué onda con otro gobierno de distinto palo.
Ahora la gran mayoría está ansiosa, angustiada y asfixiada esperando que “la vieja” o algún otro, con mucha cabeza y más corazón, vuelvan a poner la casa en orden, dejen comida en la heladera y la ropa limpia para ir al trabajo.
¿Para qué? ¿Para volver a pegarse un tiro en el pie dentro de unos años? ¿Para meter el voto, pero después andar por ahí tapándose la nariz como si no hubiera más remedio que convivir con este asquito Nac&Pop? ¿Evitaremos reincidir en la autodestructiva alternancia entre un proyecto inclusivo que propone soberanía y otro que propone sumisión al orden mundial y prescinde de medio país?
Sólo porque la vida es muy corta para vivir renegando-y el dolor de tantos compatriotas se ha tornado inconmensurable- uno se priva de desearnos a Macri por mucho tiempo.