Las crónicas de Oxímoron : La Burla del Destino

Nos conocemos con Pipi desde que éramos pequeños. Un buen tipo, como solemos decir. Bastante terrible de pibe. Una mezcla de Tarzán y MacGyver, muy vago para estudiar y, por sobre todo, un buen amigo.

A inicios del 2000 se casó con la mujer de su vida. Aquellos eran días de un presente agobiante y un futuro brumoso. Todos decían – y nosotros repetíamos- que la única salida era Ezeiza. De a miles hacían colas frente a las embajadas para sacar sus pasaportes y hacer los visados. Mi amigo fue el primero que, con su flamante esposa, partió a España. Luego toda la familia se marchó tras ellos: padres, hermanos, cuñados, suegros, amigos.

Fueron días de angustia en los que algunos nos quedamos en el país indecisos sin saber qué hacer, por miedo, por falta de plata para escapar o por ese extraño fenómeno argentino que llamamos “Aguante”, más que por excusas ideológicas o patrióticas que pudiéramos tener.

  • ¡Nos quedamos para salvar a la Patria! ¡Ahijuna, carajo!

Nos quedamos atónitos espectadores viendo a otros huir como ratas del barco que se hunde, pero no podíamos reprochar nada porque no eran ratas sino nuestros familiares y amigos… y estaban en todo su derecho y libertad de buscar una vida mejor.

Acá nos habían destruido la ilusión, una y otra vez durante toda la vida, y el corolario era esa fuga desesperada. Al revés de la imagen recurrida, éramos nosotros los que nos quedábamos como soldados tristes despidiendo a nuestros seres queridos que zarpaban hacia un destino también incierto pero, al parecer, más prometedor que quedarse en el país record de los 5 presidentes en 11 días.

Una vez en España, Pipi echó raíces: hizo de todo como suelen hacer los que llegan a un país extranjero así sin más y sin nada. De a poco fue entrando y especializándose en el oficio que le gustó toda la vida… Su familia creció, tuvo varios hijos. Pudo comprarse un par de vehículos y desde allá ahorrar dinero para comprar un terreno… en la Argentina. Era señal de que algún día volvería.

Aquí los tiempos convulsionados habían pasado. Gobernaba un flaco inesperado que había tenido un par de gestos como para volver a entusiasmar a la popular… Y nos entusiasmamos tanto que pusimos al país de pie otra vez: Recuperamos el trabajo y el poder del salario. Abrimos universidades y empezamos a llamar a los científicos para que vuelvan. Le dimos dignidad a los más desgraciados. Revisamos la historia e identificamos al enemigo. Buscamos hacer nuevos aliados para salir de subordinados. Y retomamos la máxima aquella que dice “donde existe una necesidad nace un derecho.” 

Los más pesimistas decían que era todo gracias a un viento de cola; puede ser, pero era también y más que nada el valor del capitán a mando y el esfuerzo y trabajo de los que remaban e izaban las velas sabiendo que el barco navegaba de nuevo.

Finalmente, Pipi regresó con su gran familia, y detrás de él empezaron a volver los demás. El mismo país, que alguna vez lo había ahuyentado, lo recibió con trabajo y viejos amigos que lo esperaban.

Al poco tiempo, el gobierno de entonces lanzó algo que llamó PROCREAR, que era básicamente un crédito accesible y de tasa subsidiada para que el mediano trabajador pudiera construir su primera casa; además de empujar la economía local, el mercado interno, con la industria de la construcción a la cabeza. Un golazo desde todos los ángulos.

A Pipi le daban los números para acceder al crédito. Construyó una casa grande y hermosa, exhibiendo a regañadientes -y no sin malestar- el cartel del programa PROCREAR en el frente de la construcción porque consideraba que era un acto de propaganda política y que había aportado mucho dinero extra a un proyecto que era más ambicioso que lo que el crédito podía cubrir.

Ya estaba en su flamante casa cuando la palabra grieta empezó a hacer ruido por todos lados. Cuando los cumpleaños y asados terminaban a las puteadas y la vida se hacía cada vez más insoportable a través del televisor led de 50 pulgadas. Y el amigo empezó a sentir nostalgia por España y esa nostalgia empezó a volverse sueño de un nuevo exilio, pero esta vez empujado por el anhelo de una vida tranquila, en algún pueblo cerca del mar. Y el sueño se volvió determinación: Hizo los contactos en España, vendió la casa y renunció al trabajo. Agarró sus cosas y su familia y pegó la vuelta a “la madre patria”. Con lo que se pudo llevar compró una hermosa casa de estilo andaluz en un pueblo cerca del mar. Una casa que muchos españoles no soñarían tener jamás.

Tres meses antes de irse votó el mismo proyecto neoliberal que lo expulsó la primera vez. El mismo modelo económico con muchos actores de reparto que se repetían en la remake. Una ironía de la que nunca tomó nota. Algunos de sus amigos se lo increparon.  Un par lo tomaron como un “Acá les dejo. Jódanse”. Pero fue una traición sin dolo. 

No hay rencores con Pipi, después de todo son sus decisiones, es su vida y siempre será un amigo. Pero no podemos dejar de tener una sensación amarga en el pecho y de pensar el por qué…

Algo se hizo mal y no puede volver a pasar.

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