Las crónicas de Oxímoron: El Río que viaja contra la corriente

Pasó mucho tiempo de la última vez que estuve en Puerto Yeruá y creo que esta fue la primera que llegué por camino de asfalto. Vi un mundo de gente comparado con lo que recordaba…

Estaba en una especie de mirador al río, apoyado contra unos troncos que fueron alistados con intención de funcionar tipo vallas que previnieran de la inmediata barranca. El viento frío del sur soplaba con insistencia y daba la sensación de empujar al río a contramano de su corriente, en dirección opuesta a su curso y desembocadura. 

El río parecía volver y – en esa aparente ilusión- flashes de la realidad cotidiana irrumpieron el momento de abstracción en el paisaje: 

Vi dedos acusadores cambiar de acusados. Vi a los coléricos recalculando sus objetos y sujetos de indignación. Vi a los mercenarios cambiar de bando antes de terminar el contrato. Vi a los poderosos acceder a citas que antes pateaban para un “no vuelven más”. Vi a hombres de negocios decir que no era tan malo antes porque después de todo también se hacían buenos negocios. Vi a los que la tenían re clara “darse cuenta” que al final no entendían nada. Vi a un pueblo maniatado sacudirse “memes y fakenews” como si fueran los restos de una piñata enredados en el pelo. Vi a los “agarralapala” empezar a mirar con un poco de cariño el pasado, mientras el pasado vuelva con moderación y pantalones, y no con rímel, calzas y ese tonito elevado y soberbio que irritaba. 

A todos nos gusta el flan, pero si dice “Sin Tacc ni Grasas Trans” nos gusta más.

El problema era la forma y algunos ingredientes de la receta: El bombo, los cantitos y el discurso imbatible que le ponía el cascabel al gato, que llamaba a las cosas por su nombre… 

– ¿Los piquetes de la abundancia, decís?
– Ponele.
– ¿Monopolios, pools, reuniones de rosca en embajadas…?
– Si querés.
– No te pongas a correr por izquierda, Fósforito. Que esto no empezó todavía

Nunca seremos Venezuela porque somos peronistas; y los peronistas no combaten el capital sino que negocian con él en términos de relación de fuerzas que pueden variar. Para un buen peronista no sólo la revolución está condenada al fracaso, sino que ni siquiera es posible. Lo que se estila es discutir paritarias, distribuir riquezas, ganar derechos que igualen y reparen… y pintar el frente de la casa, comer asados los domingos, irse de vacaciones una vez al año y cambiar el auto cada cinco.

Argentino y peronista. Orgullosos. 

El peronismo es una anomalía que no se ha podido eliminar de lo que, por otra parte, es una armonía con precisión de relojería que responde a los parámetros de control social. Es la realidad posible en este país binario de civilización y barbarie, de unitarios y federales, de proyecto industrialista vs país primario, de pañuelos multicolor y “gorras” que no escarmientan. 

El peronismo, esa imperfección, es el precio a pagar por un país con paz social. El pañuelo frío para la fiebre de este capitalismo neoliberal. El empujón de optimismo para las mayorías. El sacudón que despabila a los “conchetos neoliberales” de la pedantería de querer llevarse todo puesto. 

La historia parece repetirse una y otra vez, hasta el punto de que ya no sabemos dónde acaba la tragedia y empieza la farsa. El gran capital, el poder verdadero, mueve los hilos de la realidad y llega a organizar sus propias crisis y catástrofes como si se tratara de un calculado plan para mantener su vigencia. 

Y como un ave de fuego que se consume para renacer de sus cenizas, el círculo rojo permite al gobierno de los todos y los nadies volver cada vez que sea necesario ordenar la vida de los argentinos, estabilizar economía y poner a los soldaditos en fila. Un soplo para los carbones encendidos que siempre quedan entre las cenizas. 

Bueno, ahora parece que el río viaja contra la corriente. Un pesimista lo disfruta mientras dura.
 

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