Compraba cigarrillos cuando vi, por la pantalla led colgada en una pared del maxi kiosco, la agresión a un muchacho disfrazado del hombre araña: Mientras un sujeto filmaba al enmascarado otro hombre apareció por detrás y lo golpeó con una patineta en la cabeza sin más motivos aparentes que dejar registro de la estupidez.
Un episodio similar, pero todavía más cruel y espeluznante, se dio cuando un par de hombres se auto filmaron cuando sorprendían a unos linyeras mientras dormían y los rociaban con combustible para después prenderlos fuego.
Un horror. Ignorantes, vanos y por completo desprovistos de escrúpulos.
A veces al teléfono celular, por algunos de esos inefables grupos de “guasap”, llegan fotos de personas muertas o mutiladas en accidentes,ahorcados, golpeados, asesinados… fotos y videos escabrosos de gente que uno conoce o ha podido identificar, de otros concordienses. Fotos que parecen sacadas por gente cercana al siniestro. Con tino se podría sospechar que pudieron ser filtradas por los mismos funcionarios policiales, judiciales o personal de la salud que intervinieron en los sucesos. Aunque también podría tratarse de ocasionales testigos que antes de dar una mano o pedir auxilio atinan primero a sacar el celular.
La violencia en todas sus formas se convirtió en la vedette de esta cultura frita.
Tener la primicia, la exclusiva, el viral, las imágenes impactantes. Trofeos ruines que los medios tradicionales se han ocupado de glorificar y que la sociedad ha aprendido a imitar y festejar.
Nos han acostumbrado a perder la sensibilidad, la empatía por el otro, a consumir mentiras, a que no nos importe, a perder la capacidad de asombro, a posicionarnos desde el odio y el prejuicio.
Gracias a los modernos y versátiles artefactos que hacen posible comunicar y difundir cualquier cosa al instante con un toque de tecla, todos somos “reporteros”. Y el consumidor de novedades – también ahora devenido en generador y difusor- repite lo que ha venido mamando: La voracidad por la primicia y la exclusiva, la condena antes que el juicio, la certeza apresurada, el egocentrismo sobre la responsabilidad ciudadana de lo que se
informa, las versiones (interesadas o no) por delante y por encima de la verdad.
Fue el diario el que mostró las imágenes del cuerpo muerto y desnudo de Ángeles Rawson en el basurero. Son los noticieros los que, con la cínica leyenda “Imágenes que pueden afectar la sensibilidad del espectador”, repiten una y otra vez la misma secuencia escabrosa hasta el cansancio. Fue el periodismo de “investigación” el que anotició en vivo a la fallecida vedette Beatriz Salomón de las infidelidades de su marido cirujano con algunos travestis que operaba en su clínica. Fueron los opinólogos los que condenaron al marido de María Marta García Belsunce, lo despellejaron y mandaron a la cárcel. Fueron los cronistas desde tribunales o el lugar de los hechos quienes sembraron la idea de que Norita Dalmasso bien se merecía el triste final que tuvo por incestuosa, infiel y promiscua. Son los periodistas de hoy quienes dan cátedra de posverdad (cómo se le llama a
la mentira cuando se quiere ser elegante).
– El cinismo le ha ganado la pulseada al escepticismo en este oficio.
– Sí… y algunos fanatismos también lo hacen.
Se hizo escuela. Ni hablar… Y al que le quepa el sayo que se lo ponga.
“Los recién llegados” a este mundo de frenesí nos estamos convirtiendo en una especie de monstruito que arremete contra la intimidad, el buen nombre, la libertad, la vida y la muerte del otro.
Muchas veces tan sólo a cambio de diversión fácil.
Miramos gente destriparse como se puede mirar un video tutorial para hacer pan casero. Filtramos imágenes intimas propias y de terceros. Escrachamos a gente que nos debe. Difundimos las fotos del pibe ahorcado, de lavieja que duerme en la calle con medio culo al aire, de la travesti que hace declaraciones supuestamente comprometedoras para un padre de familia. Compartimos el video de narcos enfadados que descuartizan con
motosierras a un “mula” que ruega por su vida y por sus hijos. Reenviamos las últimas imágenes con vida de una piba aplastada entre los fierros de un auto…
Todo en el mismo registro. Con el mismo nivel de asombro, frivolidad o apatía. Comemos y convidamos sin detenernos a mirar lo que tenemos pinchado en la punta del tenedor.
En este mundo consumista, somos lo que consumimos. Y es un verdadero asco.
