A veces hay que escuchar al que piensa distinto. Sin querer tener la razón después. Sólo escuchar y tratar de ponerse del otro lado… no para necesariamente llegar a una idea común.
El gringo es enorme: Alto, ancho y con cara de invicto de UFC. Un par de dientes latosos y unos ojos encendidos que hacen más fiera e intimidante su expresión… Y yo lo escuchaba, tenía que escucharlo -mis oídos a la altura de sus hombros-, diciendo que había que reventarlos a todos. Me lo decía mirándome a los ojos a sabiendas de cómo pienso en líneas generales.
– Cuando dejé la escuela mi viejo me dijo: “sino estudias, trabajas pero yo vagos no mantengo.” Así que a los 17 empecé a trabajar.
– ¿Y eso qué tiene que ver?
– Me molesta, loco. Ver gente en el barrio que se la pasa pidiendo a los políticos, que tiene ayuda sociales, que están colgados de la luz. Cada vez que entro al barrio y los veo cocinando en la vereda, mangueando para la olla, chupando, tengo ganas de pisarlos con el camión.
Ambos nos reconocemos como personas de buen proceder. Tenemos una relación comercial. Tenemos formas acordadas que respetamos. Y, como los perros al olerse los rabos, desde el primer día entendimos que no éramos una amenaza mutua.
Sin embargo nuestras ideas, nuestras lecturas de los problemas de la sociedad y las causas de ellos, las posibles soluciones y alternativas son, prácticamente, irreconciliables; al punto que son temas a evitar, pero que él persiste en traer una y otra vez como si necesitara convencerme… ¿Convencerme a mí, que ya perdí la fe en la gente que piensa como él?
Para él, yo soy un cabeza dura que no entiende y entonces defiendo a los chorros y a los vagos. Para mí, él es un envenenado que se jacta de los azotes que con gallardía soporta a diario.
Cuando quiero entenderlo pienso en los días que pasa sobre su pequeño camión, viajando, durmiendo y comiendo lejos de su familia. Buscando el mango para vivir, doblando el lomo, sin pedir nada, manejando hasta que se le borre la raya del culo. Lo veo volviendo a su barrio después de 4 ó 5 días de viaje, a un barrio mayormente humilde, de clase trabajadora, pero con los problemas de cualquier barrio que siente en carne viva los avatares de las sucesivas crisis. Con vecinos que traen el arrastre de generaciones sin conocer el trabajo estable y formal, y menos aún, bien pagado. Vecinos de los cuales algunos viven como lúmpenes dependiendo del favor político, de la caridad o actividades poco claras.
Barrios de casas prolijas, lindantes a casitas precarias a medio terminar con gallinero y chiquero en el fondo. Calles rotas, barriales insoportables, caballos sueltos comiendo los pastos y la basura. De esquinas convertidas en improvisados basureros. De aguas servidas que bajan trazando el cordón entre la calle y la vereda. Barrios que tienen su “malandraje” que no cesa y parece intocable. Barrios que la policía casi no patrulla y llega para después los bifes.
Entonces puedo entender el resentimiento obstinado del gringo. Esa tirria profunda que suele sentir la gente que se ve en el medio del sándwich entre los de arriba y los de abajo. La que considera que para ella nada es gratis, nada es fácil, la que se siente desangelada y a su suerte si rompe su herramienta de trabajo, si la echan, si el negocio se funde o si se enferma y no puede valerse por sí misma…
Puedo ver por qué prefiere pegarse un tiro en el pie votando un proyecto neoliberal que lo aplasta con tal de no votar un gobierno popular que -a pesar de incluirlo- desprecia porque le da cosas a quienes él cree que no hacen nada para merecerlo.
El gringo no ve la injusticia histórica. No ve la injusticia social. No ve la injusticia de la que se nutre un sistema de acumulación de riquezas y especulaciones dejando para el resto la pelea de pobres contra pobres…
Sólo ve la injusticia de su propio día a día. Que es real, que es muy palpable, y mucho más cercana que los números siderales de una fuga de divisas o el lobby que una gran empresa pueda hacer para continuar sus negocios sin bozal.
Y sé que como el gringo piensan muchos… muchos, muchos. Y me preguntaba cómo se hace para que vean el revés de la trama, para que vean quién es el amo que los azota… Después me acuerdo que ya perdí la fe en la gente que piensa como él y se me pasa.