Sin embargo, Toro fue muy cuestionado por los tradicionalistas del folclore. Seguramente, experimentó tristezas en algunas de sus tardes. Valiosas amarguras, precursoras de otros dulces jilgueros de hermoso vuelo, que llenaron de amor nuestro cielo. Soledad, Los Nocheros, Luciano Pereyra. Esa zamba que todos hemos cantado, rebosante de emoción y nostalgia, surgió de la prisa. En 1976, Daniel fue invitado a participar en el concurso de canciones inéditas en Cosquín. Con la música ya compuesta, instó a Julio Fontana a crear la letra en tres días. Así nació el símbolo profundo del amor contrariado, del dolor de lo imposible, del tiempo y la ausencia. Esa canción destinada a convertirse en un clásico, en un himno romántico y popular.
La dictadura cívico-militar y eclesiástica lo incluyó en sus listas negras. Otra pesadumbre que, quién sabe, cuánto habrá afectado el desarrollo de un cáncer de garganta, que lo alejó de los escenarios durante demasiado tiempo, más del que transitó con su canto. Un documental vino a rendirle el merecido homenaje: «El nombrador, una película sobre Daniel Toro», dirigida y producida por Silvia Majul. Es en ese tributo que Víctor Heredia lo describe como «el mejor cantor popular que ha tenido el país». Haber logrado conmover a generaciones con esas dos canciones, de entre las mil que compuso, justifica plenamente su fructífero paso por este mundo.