El comentario es translúcido, los cuerpos envejecidos deben ocultarse bajo el signo de la vergüenza, ubicados fuera de la escena de lo visible por herir, obscenamente, los criterios estéticos del poder. Este unge y autoriza únicamente la exhibición de los cuerpos bellos, es decir, jóvenes, esbeltos, atléticos o, peor aún, híper flacos. Bajo este imperio, muchas mujeres (y hombres), se preparan para la playa, “arreglan” su cuerpo para el verano, subyugados a la tiranía que los detona en el gym, los doblega con cremas, sesiones de camas solares e incluso riesgosas cirugías. La cuestión es ser admitidxs en la escena, consentidxs por la mirada de rigurosos jueces que encarnan estos mandatos. Esos que, sobre todo las mujeres, van internalizando desde su nacimiento y que las esclavizan a un modelo que, literalmente, se les hace cuerpo. En este proceso son bombardeadas por el discurso familiar, la TV, las revistas, las redes sociales etc., que arrasan su conciencia con mensajes tiránicos del “deber ser” de sus “figuras”.
Un paradigma de belleza inalcanzable que se convierte en particularmente trágico durante la pubertad y adolescencia, período en el que la búsqueda de identidad y reconocimiento, a través de la adaptación a la demanda del “Otro”, bajo la despótica forma de la híper-delgadez, adopta ribetes dramáticos.
Estas opresivas exigencias toman, en miles de niñas, el carácter de obsesiones alimentarias. Se rechazan y odian su cuerpo que -insuficiente- nunca alcanza el peso ni la medida aceptable por la dictadura de las formas encantadoras. Dejan de comer como un sacrificio ofrecido a los “dioses de la hermosura” y acuden a todas las mortíferas estrategias (im)posibles para conservar formas esqueléticas que las tranquilicen.
La anorexia, la bulimia, la distorsión del esquema corporal, la depresión y el riesgo de autoeliminación, son padecimientos que expresan esa profunda alienación de miles de jovencitas al agobiante e imposible imperativo de “tener” ese cuerpo, esa imagen ordenada por una estrategia política en el dominio de los cuerpos y las vidas.
Reclamación de un cuerpo único, normalizado hasta el punto de la renegación de la diferencia y la diversidad que agrava el cuadro, conculcando el derecho a vestirse. Me refiero a la despótica imposición de los talles en la vestimenta. “No hay para vos” escuchan cientos de miles de personas que tienen -como Moria- la ingenua pretensión de buscar inexistentes prendas para su cuerpo “impertinente”.
Está vigente en nuestro país una ley de talles que, fácil es comprobar, no se cumple, dejando doblemente inermes a aquellos que “no consiguen ser lo que deberían”. El Poder se ríe de la ley de talles.
Esta estandarización y normalización de los cuerpos que anula la singularidad e impone estereotipos de belleza manifiesta su lógica violenta, también en la adolescencia cada vez más temprana, en las formas destructivas del lazo social. Es el caso del bullyng que atesta de humillaciones, burlas y malos tratos a los” gordos”, “petisos”, “altos”, morochos etc. Es decir, hacia aquellos que no portan el ideal estético, hacia aquellos que -como dice la twittera que hostigó a Moria- harían el “favor” de “ubicarse” por fuera de la escena. Algunos lo terminan haciendo, de la peor forma…
Es tan importante que la escuela trabaje con conciencia estos problemas realmente graves. Que ayude a los chicos a desnaturalizar y cuestionar estos modelos tiránicos de los cuerpos que los asfixian, que los angustia. A comprender que la belleza radica en la singularidad radical de cada uno, en su carácter de personas maravillosamente únicas, en el milagro extraordinario de sus diferencias y no en su adaptación a los estereotipos impuestos por el “deber ser”. Que la aceptación de los mismos los empobrece, los aliena, los vacía de su identidad, de la que deben enorgullecerse.
La popularidad de Moria Casán ha sido útil para disparar y abundar una discusión necesaria, sostenida. Con su intuición que como decía Jung es la “inteligencia del inconsciente” y su instinto de libertad, respondió lucidamente: “Tapate vos, ¿no sé porque una mujer de 70 años se tiene que tapar?”. Inteligencia, libertad, dignidad para interrogar, cuestionar y desnaturalizar modelos impuestos por el Poder, excluyentes, expulsivos y discriminatorios.
(*)Psicólogo. MP243