Por Fosforito
Para realizar uno de los primeros trabajos prácticos de la carrera de periodismo, los estudiantes nos teníamos que encontrar al atardecer en el Parque Independencia, de Rosario. Debíamos escribir, con estilo libre, unas especies de crónicas sin más parámetros que no excederse de las dos carillas y no mentir, ni inventar. Sólo escribir lo que veíamos. Ad Libitum.
No era sólo un trabajo para evaluar la redacción innata de cada uno, sino para que aprendiéramos que una misma cosa podía ser observada de maneras diferentes por los distintos ojos que la observaban e indagar el por qué, nuestros ojos, muchas veces, ven lo que quieren o pueden ver.
Algunos se concentraron en la belleza del parque. Otros escribieron sobre las diversas actividades deportivas, artísticas, sociales que se realizaban en el lugar al caer el sol. Hubo quienes abordaron el problema de la cantidad de caca que dejaban las mascotas -y sus dueños- que eran paseadas por el lugar. Los muy fanáticos no pudieron apartar su atención y ver más allá del estadio “El Coloso” de Ñuls y escribieron semblanzas llenas de mística y de gloria. No hubo acuerdo -recuerdo- respecto de si el parque parecía limpio o sucio.
Yo, que siempre fui de mirada gris y con tendencia al romanticismo “pobrista” del tipo “qué lindos los pobres”, escribí sobre el cartonero y su familia que pasaban casi inadvertidos, siguiendo los zigzag de un carrito de dos ruedas –tipo carretilla- con ejes bailarines, que había que llevar a pulso, con los dos hermanitos cargados entre botellas, plásticos y papeles. El rostro pálido de la mujer y la mirada atenta del hombre, buscando entre los contenedores, en el suelo y a los costados de los árboles, lo que pudiera servir.
El lago del parque destellaba reflejos y esparcía sombras alrededor de la escena, iluminado todo por una luna llena, de otoño. A veces la belleza se nos puede presentar de una forma muy triste.
Los 30 estudiantes que éramos vimos cosas distintas. Cada uno escribió su porción de la realidad. Vimos lo que vimos, lo que nuestras sensibilidades y nuestras ideas del mundo nos dejaron ver a cada uno.
Nadie mintió, todos teníamos razón.
Con la peste pasa lo mismo.
Si hiciéramos el mismo ejercicio del parque habrá quienes digan que alguna vez nos tenemos que contagiar y que se mueran los que se tengan que morir; qué es vida y es economía, que también sin economía no hay vida o que la economía debería subordinarse a la vida; que la pandemia es un invento de los chinos para meter uña en el nuevo orden mundial, qué sólo se trata de una gripecita manipulada por los gobiernos neo comunistas y estatistas que quieren terminar con el globalismo de las corporaciones; que en el mundo muere gente por muchos otros motivos también y nadie mueve un pelo; que, si los muertos no se ven, no están, no existen, no tienen entidad; que todos mienten, que las cifras son irrelevantes, que da igual si son mil o cien mil; o que debemos seguir encerrados y cuidándonos hasta que pase el invierno; que hay que denunciar y castigar con dureza a los díscolos bebedores de lavandina, anti cuarentenas, anti vacunas y militantes de la tierra plana por atentar contra la salud pública; que…
Y yo, tal vez, menos romántico y más enamorado del lenguaje de la evidencia, escribiría que la cuarentena está siendo víctima de su propio éxito, como un obeso que deja la dieta porque ve que hace rato no engorda.
La peste nos concierne a todos. Por desgracia, todos estamos en la misma situación que todo el mundo: los sanos y los enfermos, los de mayor y menor riesgo, los que están padeciendo y los que la vienen zafando.
Hay leyes, hay órdenes y hay peste.
La lucha sorda entre la felicidad, las razones y necesidades de cada persona y la idea abstracta de una peste que todavía no nos muestra su peor rostro empuja a muchos a querer deshacer lo que se ha contribuido a hacer durante este tiempo de crisis con tantos sacrificios y esfuerzos: Una cuarentena temprana que ha demostrado su enorme éxito en salvar vidas.
Vivimos en el país latinoamericano que menor índice de muertos tiene cada 100 mil habitantes. El único por estos lares que integra la lista a nivel mundial de los países que mejor reaccionaron frente al coronavirus teniendo en cuenta la gestión sanitaria de la crisis, la conducción política y la respuesta económica. Ocupando el puesto 11 a nivel mundial.
El lenguaje de la evidencia, que no es forzosamente lo mismo que el lenguaje de la razón, demuestra que el bienestar público no depende siempre de la felicidad de cada uno.
Y la tierra es redonda.