Quienes no queremos ser hipócritas sabemos y reconocemos que en nuestra ciudad (como en la provincia, como en el país, como en el mundo) se consumen drogas. Y si hay consumo están quienes la venden. ¿Y dónde se encuentran quienes la venden? Acertaron. Entre ‘nosotres’. Y como en el caso anterior -y como ante todos los casos en que se comenten delitos- quienes los cometen buscarán que esa acción sea lo más disimulada posible. Y salvo que uno reproduzca el estereotipo de las películas de Hollywood, donde el narco se pasea en un auto importado rodeado de chicas fumando cigarros y bebiendo champagne, necesariamente hay que aceptar que son profesionales de la simulación. Están camuflados en instituciones, en fuerzas de seguridad, en escuelas, hospitales, fábricas, iglesias, etc. En fin, están entre ‘nosotres’.
Como menciono en el título, mi reflexión está dirigida a aquellas personas que, con un corazón noble, buscan comprender esto que "nos pasa". Para los hipócritas y mal intencionados ningún fundamento servirá porque, como decía Perón, "sus fines son inconfesables ".
¿Y qué habría que hacer, entonces, según ellos, en cada ONG, en cada escuela, en cada institución, en cada partido político, cada vez que un voluntario o un profesional o un militante se suma? ¿Habría que pedir certificado de buena conducta? ¿Tendría que tener cada institución una agencia de inteligencia? La buena noticia sigue siendo que la mayoría no aceptamos ese camino. Que nuestras fuerzas de seguridad, aún con todas sus imperfecciones, siguen cumpliendo su objetivo de cuidarnos.
Que no se detiene la búsqueda de justicia más allá de la supuesta "cercanía con el poder" que algunos pretendan arrogarse. Y que, fundamentalmente, somos mayoría los que entendemos que no está bien la pretensión de usar todo, sin importar a quien herimos o lastimamos, con la finalidad de obtener un rédito personal o político.