La soberanía es un concepto que rara vez aparece en los debates actuales. Implica una idea de sociedad dueña de sus propias decisiones y celosa de su cultura y riquezas. No existen países prósperos que no sean fuertes defensores de su soberanía. Sin embargo, desde la llegada del macrismo al gobierno, primó la opinión de que el mejor modo de vincularnos con el mundo es hacer una entrega total de nuestra soberanía. Mauricio Macri no dejó pasar ninguna oportunidad en ese sentido y los resultados están a la vista. Una de las transformaciones más claras que trae la futura presidencia de Alberto Fernández es la comprensión de que se camina mucho mejor de pie que de rodillas. La idea de defender la soberanía vuelve a ser la brújula para encontrar el camino de la integración y no la disolución en el mundo.
El origen del término “soberanía” remite al poder del soberano que inicialmente en la historia eran los reyes pero a partir de las revoluciones democráticas el soberano pasó a ser el pueblo. Las sucesivas dictaduras que hemos vivido a lo largo del SXX circunscribieron la idea de soberanía a la cuestión territorial. Defender la soberanía era cuidar las fronteras. Y dentro de esa pobre idea se le sumaba en lo político enfrentar al comunismo, el enemigo interno. Esos gobiernos militares surgían de golpes de estado que usurpaban la soberanía popular desde el mismo momento en que tomaban el poder.
En este sentido el gobierno de Cambiemos representó un enorme esfuerzo político, cultural, ideológico y sobre todo, económico, por diluir la idea de soberanía en el infinito amorfo de las individualidades. No hay pueblo, hay individuos, por lo tanto no hay soberanía, hay «meritocracia».
Macri le otorgó el manejo del ministerio de energía a un CEO de Shell, Juan José Aranguren. La soberanía energética quedó aniquilada. Pero no se trata solo de una cuestión de bandera, los recursos energéticos de los argentinos quedaron supeditados al interés económico de las grandes empresas de servicios públicos. La gente gana en pesos pero debe pagar al valor dólar.
La soberanía científica fue desmantelada o dejada al borde de la inoperancia. El desarrollo satelital fue detenido, el Conicet asfixiado, y el enorme y costoso capital humano que conforman los científicos empezó otra vez el camino del exilio. Ningún país soberano descuida su desarrollo científico.
La Argentina es la gran productora de alimentos, tiene la capacidad de lograr su soberanía alimentaria. Pero una de las primeras medidas de Macri fue la eliminación o disminución de las retenciones agropecuarias. El precio de la comida de los argentinos se dolarizó, y con las sucesivas devaluaciones el hambre y la pobreza avanzaron al nivel de que uno de cada dos niños son pobres. Soberanía alimentaria es que la comida esté al alcance de todos.
El 12 de octubre de 1945 se creó la agencia estatal de noticias Telam. La idea era, nada más y nada menos, que lograr la soberanía informativa. El modelo eran las grandes potencias que no querían dejar en manos de otros países un elemento tan vital como la información. Pero además, y siguiendo con la idea extensa de lo que significa soberanía, la voluntad política de crear una agencia estatal estaba relacionada con que el monopolio informativo no quede en manos exclusivamente privadas. Macri y Lombardi desguazaron Telam.
Otra medida que tomo el gobierno macrista ni bien asumió fue pagarle a los llamados fondos buitres la totalidad de lo que reclamaban. Y al mismo tiempo empezaron un proceso de endeudamiento externo sin precedentes. El estado desfinanciado y sobrendeudado perdió toda capacidad de pedir más crédito y fueron directo a caer en los brazos del FMI. A partir de ese momento la economía argentina ya no tuvo ningún rumbo propio. La soberanía económica se entregó sin importar las altas tazas de sufrimiento popular que significó.
Hay muchos otros ejemplos de esta entrega de soberanía frente al capital extranjero y de desapoderamiento de las mayorías. En dónde fueron realmente muy claros estos movimientos fue en el orden simbólico: la desaparición de los próceres de los billetes, el discurso de Macri en Tucumán al cumplirse 200 años de la Independencia, el desprecio por los pobres que esgrimieron muchos funcionarios, el ninguneo a la educación pública, la tergiversación y olvido de la historia argentina.
Es realmente formidable el trabajo que tiene por delante Alberto Fernández. Pero lo que puede cambiar en forma inmediata es la voluntad política, es la actitud con la que la Argentina se va a parar ante el mundo. Lo que ocurrió frente al golpe de Bolivia ya marcan un cambio de tendencia total. Los primeros encuentros e intercambios con el FMI muestran los mismos síntomas “Vamos a pagar pero no con el hambre de los argentinos” dijo el presidente electo y puso la soberanía por encima de cualquier otra consideración.
El día de la soberanía que conmemoramos el 20 de noviembre es todo un ejemplo histórico de cómo se debe negociar. Porque la famosa Batalla de la Vuelta de Obligado no fue un triunfo militar, al contrario fue una derrota, pero haber dado la batalla fue lo que permitió tener más fuerza en la mesa de negociaciones, fue lo que generó el respeto de las potencias invasoras.
El 20 de noviembre de 1845 una flota enviada por Inglaterra y Francia avanzaba por el río Paraná hacia el interior del continente. Eran 22 barcos de guerra y 92 buques mercantes, estos navíos poseían la tecnología más avanzada en maquinaria militar de la época, impulsados tanto a vela como con motores a vapor. Una parte de ellos estaban parcialmente blindados, y todos dotados de grandes piezas de artillería forjadas en hierro y de rápida recarga, granadas de acción retardada y cohetes Congreve que causaban efectos devastadores. Disponían de 418 cañones y 880 hombres armados. Argumentaron que su presencia era por razones humanitarias y para garantizar el libre comercio. El gobierno de Rosas se dispuso a resistir las presiones de estas dos potencias europeas y decidió dar batalla. Los criollos esperaron a la flota en Vuelta de Obligado, un recodo donde el río se angosta a 700 m de orilla a orilla en la localidad de San Nicolás en Santa Fe. La idea era perpetrar una emboscada, contaban con seis barcos mercantes y 60 cañones construidos de apuro, con más fervor que pericia, con más voluntad que posibilidades de triunfo. Tres gruesas cadenas se desplegaron a lo ancho del Paraná para cerrar el paso, sostenidas por lanchones. Evidentemente no tenían chances, la desigualdad de fuerzas y de preparación era abismal. Sin embargo, es justamente esta evidencia lo que le otorga una nobleza especial al enfrentamiento. Fue una batalla perdida, la flota logró seguir avanzando y diezmó a las fuerzas de la Confederación, pero a partir de ese momento empieza otra historia.
Pero los ecos de la batalla generaron una nueva resistencia, las poblaciones adyacentes a los ríos retiraron el ganado y todo aquello que pudiera servir de vitualla. Al pasar por las costas de San Lorenzo recibieron ataques de artillería como así también en otros puntos de la travesía. Al desembarcar en Corrientes y en Paraguay descubrieron con amargura que el alto costo de hambre, enfermedades y muerte no se ajustaba a los beneficios económicos que realmente esperaban obtener. Concluyeron que era mucho más racional reconocer la soberanía de la Confederación en sendos pactos que Inglaterra, y un año más tarde Francia, firmaron. El triunfo fue dar la batalla.
Este acto de valentía y dignidad le valió a Juan Manuel de Rosas el reconocimiento de José de San Martín, que por esta actitud, le regaló su antológico sable curvo. El mismo San Martín que dijo: “El enemigo sólo es grande si se lo mira de rodillas”.