La Reyerta

Así estábamos, hablando, dentro de los muros, animadamente. Después de tanto tiempo, escuchar dramas profundos siniestros, insondables, abismales, se vuelve habitual, opaco, de un modo tal que las historias pierden el impacto que al principio me conmovían, a veces hasta el estremecimiento. Así, Martín describía su historia tormentosa que pasaba como una película para él, por sus ojos que se movían hacia el techo, buscando atrapar esas imágenes tortuosas. La calle a los siete años, una experiencias espantosas en ese espacio sin límites, que la tornan innombrables, violencia en el hogar, un padre que abandona y desampara dejándolo totalmente indefenso para la vida, una madre a la que venera, muchos hermanitos, miseria, indignidad, subsistencia.

He escuchado tantas veces esas sufridas vivencias que puedo ir anticipando las desgracias siguientes. Dolor, angustia, injusticia, resentimiento, violencia y delito, muchas veces como última esperanza, como o grito desesperado. En esa mañana en la que el tiempo viajaba sin destino, tomando mates con un grupo de personas privadas de su libertad, Martín emprendió un relato, al que todos, de a poco, comenzaron a prestar atención. “El que me pegó una puñalada en la cabeza, cree que lo perdoné”.

Alguien pregunta por la historia de esa herida y las palabras corren como la sangre: “Se metió con mi vieja, que es sagrada (todos asienten inapelables con un movimiento de cabeza). Entonces lo corrí. Él iba en el carro. Llegamos a la defensa sur y lo alcancé. Lo tumbé y lo apreté con mis piernas, lo tenía en el piso dándole piñas en la cara. En ese momento, una de sus hijas que iba en el carro, me pega un rebencazo copado, marcándome la espalda. Le digo que se vaya. Él se zafa y con el cuchillo prende el puntazo en mi cabeza. Empieza a sangrar. Sentía todo caliente en la cabeza y la cara. Me chorreaba sangre. Estaba furioso y le arrebaté el cuchillo, tenía una bronca bárbara, lo iba a matar (hace una pausa…en ese suspenso ominoso los presentes pensamos en las causas más profundas o livianas por las que un hombre puede matar…” pero tiene chicos, gurises chicos que se iban a quedar sin padre si lo hacía, pensé en lo que iban a pasar esos gurises, lo que iban a sufrir, lo dejé tirado y me fui…”

Tantas veces he escuchado desenlaces sangrientos, cruentos, donde el odio ciega y destruye o el miedo corroe la consciencia de salvar la propia vida en una reyerta fatídica, que este relato me hizo pensar esa mañana, entre los vapores del mate y el humo del cigarrillo, las razones por las que un hombre puede detener su impulso asesino, en un instante ultimo de reflexión o de sentimiento…porqué en ocasiones, el hombre, lo más noble de lo humano, puede triunfar sobre la bestia feroz que nos habita.

 

(*) Psicólogo. MP 243

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