La protesta amarilla llegó para quedarse

La secuencia política inédita que vio surgir al movimiento de los chalecos amarillos sin que nadie intuyera la revuelta que se había gestado en el corazón del pueblo se repite ahora. Los chalecos pesan cada vez más en la confrontación social. Dos de sus tres líderes, Eric Drouet y Priscila Ludosky, se han convertido en auténticas banderas. Ambos dan muestras de una capacidad insospechada de organización, con una retórica convincente y muy estructurada. Son ellos quienes, sobre todo a través de las redes sociales, le han dado a los chalecos amarillos una fisionomía de la que carecían debido a que no estaban respaldados por partidos o sindicatos. El gobierno tiene ahora enfrente a un conductor de camiones, Drouet, y a una micro empresaria, Ludosky, con una fuerza de desafío monumental. Los chalecos rompieron el esquema tradicional y nadie, ni los medios detestados por el movimiento, ni los responsables políticos desbordados, parecen saber muy bien cómo desactivar una protesta que no huye de la violencia. Las escenas de los enfrentamientos entre los chalecos y las fuerzas del orden parecen secuencias extraídas de una película. Hay una imagen sorprendente captada el sábado a lo largo de la pasarela Léopold-Sedar-Senghor, en Paris. La policía intentó desalojar a un grupo de chalecos amarillos que bloqueaba el puente cuando un hombre, un boxeador profesional, campeón de Francia de peso pesado, surgió de pronto. El boxeador se lanzó en un combate cuerpo a cuerpo con los policías. Los hizo retroceder a puñetazos y terminó pateando a un gendarme que se había caído al suelo. El video fue visto por tres millones de personas y el boxeador celebrado como un héroe en las redes sociales. Los chalecos amarillos demuestran a menudo un encono profundo contra los símbolos de la República. El sábado 5 de enero se apoderaron de un tractor y fueron a romper las puertas del Ministerio de las Relaciones con el Parlamento. Tampoco dudaron en avanzar hacia el Palacio presidencial con la intención de ocuparlo. “Esto no ha terminado, aún tenemos muchas cosas que decir. Vamos a seguir hasta que Macron proponga lago más constructivo”, dijo Priscilla Ludosky. El sábado, en las calles de París, los chalecos repetían la misma convicción: “Este es un gobierno sordo y ciego que, a fuerza de taparse los ojos y los oídos, va a convertir una revuelta justa en una revolución necesaria”, decía a PáginaI12 una mujer chaleco amarillo en los alrededores de la Municipalidad de la capital francesa.

Emmanuel Macron no da por ahora con la escapatoria, tanto más cuanto que ni él ni su mayoría parlamentaria piensan modificar el rumbo adoptado desde 2017. “Emmanuel Macron debe encontrar una salida política para seguir reformando”, dijo hace poco François Patriat, presidente del grupo La República en Marcha (el partido de Macron) en el Senado. Pero esa salida no asoma. El poder da la impresión de no entender a quienes tiene enfrente. Reconfortado por las victorias sucesivas obtenidas contra los movimientos sociales durante la aprobación de reformas socialmente costosas como la de los ferrocarriles o la ley laboral, el macronismo persiste en su línea. El odio está ahí, latiendo a cada instante, alimentado por el rechazo frontal a una estructura construida por Macron a partir de la desigualdad. “El presidente sanciona y persigue a los desempleados, sacrifica a los jubilados, ahoga a los trabajadores con impuestos y, al mismo tiempo, le firma cheques en blanco a los ricos y los grupos empresariales”, decía a este diario Fly Rider, otra de las grandes figuras visibles de los chalecos amarillos. La cesura entre el pueblo y el poder es drástica y aumenta la sensación de que el macronismo es sólo un club de ricos que gira en una orbita exótica y distante de las preocupaciones del pueblo. El gobierno cuenta con que el “debate nacional” propuesto por Emmanuel Macron en lo más alto de la crisis apacigüe la revuelta. Este debate se inicia durante la primera quincena de enero hasta el 31 de marzo y se propone como una metodología para reconquistar a la opinión pública. La consulta estará organizada por los municipios y se articula en torno a cinco temas: pacto ecológico, servicios públicos, fiscalidad, instituciones e inmigración. Cederle la palabra al pueblo y no cambiar nada es la solución temporal del macronismo. Sin embargo, más que la palabra la sociedad exige que el presidente le devuelva lo que le sacó. 75% de los franceses reclaman que Emmanuel Macron restaure el impuesto a las grandes fortunas que modificó en beneficio de los ricos. 

El diario Le Monde trazó una línea para saber a qué corriente política se acercaban las reivindicaciones de los chalecos amarillos. Según el vespertino francés, dos terceras partes son “compatibles” con el programa de la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon y del candidato socialista a la presidencia, Benoît Hamon. La mitad de las iniciativas amarillas son compartidas por la extrema derecha de Marine Le Pen. Globalmente, la plataforma de 42 propuestas adelantadas por los chalecos amarillos está totalmente apartada de los programas liberales de Emmanuel Macron.

Entradas relacionadas