La sufrida hinchada que busca migajas de felicidad sustraídas en sus vidas cotidianas, ruge. Encorvado ya, da golpecitos del esférico contra el punto blanco, como si quisiera alisar el césped y que ningún montículo inesperado se interponga, inoportuno, en su remate. Las miradas con el guardavalla son espadas que se cruzan, se tajean, chocan y chispean, se evitan y se vuelven a encontrar vivamente.
Una elocuente ansiedad dibuja el rostro tenso. Intentan ocultar el mensaje oculto que cada uno lleva inscripto en su alma. El guardameta corre de un palo al otro para confundir, con ese baile rítmico, al pateador. O bien se para tieso, observa fijo al oponente y golpea intranquilo, sus guantes. Una mirada que se pretende hipnótica. El shoteador la evita hasta donde puede. Toma poca o mucha carrera. Ahora se estilan unos saltitos ridículos para llegar al golpe final. El destino de la esfera es el de los contendientes. Si no se hamaca eróticamente en las redes, el pateador será villano.
Es lo que sucedió en dos oportunidades a Darío Benedetto contra Corinthians. Pareciera que en ese ritual, en ese combate que consiste en patear un penal, la pena máxima, solo se juega la aptitud técnica y algo de suerte o verdad. También los nervios. Más, en realidad, en ese duelo se despliega, se representa, un verdadero drama. La escenificación de un conflicto. Todas las acciones en el fútbol lo son. Así lo dice Pichón Riviere. El fútbol es comunicación, lenguaje, símbolo. Hasta un gol en contra puede ser un acto inconsciente de conspiración.
Todas las conductas que se desarrollan están preñadas de sentido. Son cifras, texto y contexto. Ni siquiera es necesario apelar a la Psicología del deporte para saber que es desaconsejable que un jugador que erró un penal, vuelva a ejecutarlo en el mismo partido. La presión psicológica es insoportable. Las probabilidades de repetir el fiasco son demasiado elevadas para arriesgar. Le sucedió a Martín Palermo que malogró tres oportunidades en un solo partido, convirtiendo el drama en tragicomedia. Sin embargo, Benedetto tomó el desafío en las dos oportunidades. En la arenga previa al encuentro, exhortó a sus compañeros a demostrar que no eran unos “perdedores”, adjetivos utilizados por la Comisión de fútbol, es decir, sus patrones, para desestimar sus reclamos económicos y laborales.
Ese conflicto parece representarse en la escena dramática del penal. La pelota arrojada a las nubes lo expresa. Condensa esa acción, la puja económica, la disconformidad, la desavenencia, la ofensa, la pugna entre las partes. Falta saber si fue un acto fallido o uno logrado. El primero pone de manifiesto una expresión diferente e incluso contraria a la intención consciente del sujeto. “nos quieren perdedores, ahí lo tienen” parece decir el texto.
El psicoanálisis es una extraordinaria herramienta para interpretar las conductas en el escenario deportivo, como aporte a la Psicología del deporte. En ese universo los jugadores ponen en acto su inconsciente. De ese modo, por ejemplo, Messi parece un personaje salido del texto Freudiano “Los que fracasan al triunfar”. Solo pudo hacerlo con la ausencia de su sombra. Pero también lo es para indagar la influencia de las confrontaciones grupales, institucionales, económicas y sociales que inciden en el equilibrio emocional del deportista, necesario para el logro de su rendimiento.
El universo futbolístico trasciende el juego. Allí se dramatiza la vida, el orden social, económico, político, se escenifica.
En ese mundo fantástico un arquero puede morir dos veces. Así le pasó a Moacir Barbosa, el guardameta brasileño, víctima del Maracanazo.
En ese espacio maravilloso se simboliza las relaciones humanas. El orden del poder y las injusticias reproducen su lógica en el campo de juego. Los equipos poderosos vencen y los pobres luchan por no caer en el descenso. En ese sitio en el que circulan montos obscenos de dinero, los animadores son los esclavos, explotados y multimillonarios. Allí los pobres y apasionados hinchas buscan su cielo y su felicidad por delegación. “Ser campeones”, ganar, alguna vez. Allí olvidan sus penas y frustraciones y depositan sus esperanzas.
Es, también, el lugar en el que la injusticia y la impunidad se garantizan en nombre del Poder. Así la prensa da por sentado que el miércoles perdió River y no que ganó Vélez. Aún con el dispositivo tecnológico del Var. Extraordinario aparato que, bajo la apariencia de transparencia, consagra la exhibición impune del Poder, es decir su propósito de mostrar al desnudo las injusticias, sin justificarse. Trágicamente idéntico a la vida, plagada de atropellos, ilegalidades e iniquidades.
(*) Psicólogo. MP243