No hay miedo aquí por una eventual contaminación amplia y masiva. Alguna preocupación, sí, y reclamos en voz baja por los eventuales monitoreos. En la calle, la gente no habla el mismo idioma de los ambientalistas locales, que son apenas un puñado.
Los habitantes de esta cuidad dejan la sensación de reclamar el arranque de los motores como si esperaran un parto: que llegue de una buena vez. Y eso, con la esperanza de que la marcha ayude a aclarar el panorama. Pero lo cierto es que si la mayoría cuestiona las protestas de los gualeguaychuenses por la táctica de bloquear rutas, pocos sostienen que Botnia les traerá gran provecho. Ayer, los asambleístas entrerrianos anunciaron que habrá protestas «sorpresa» en adelante a raíz de la intención de Uruguay de poner en marcha la empresa Botnia.
Enredados en esa incertidumbre, advierten que con el paso de los días se van esfumando las ventajas primeras. «A fines del año pasado teníamos 4500 trabajadores en la planta; hoy andamos por los 500», comentó el gremialista Juan Sardella, que fue un pilar en las luchas gremiales de los obreros, pero ya no trabaja en Botnia.
«En Fray Bentos tenemos 2000 personas con seguro de desempleo, y estimamos que 1000 ya no perciben ningún salario porque el seguro dura seis meses con el 60% del sueldo básico. Eso afecta económicamente a toda la ciudad; hay muchos desocupados y estamos planteando la necesidad de que se abran otras fuentes de trabajo para que no haya un declive económico y social sumamente importante», sostuvo.
La merma del personal de Botnia se nota en la calle. Antes, al terminar las labores de la jornada los obreros se agolpaban por decenas en la plaza Independencia. El viernes pasado, en cambio, fue difícil encontrarlos.
Para Sardella, si bien la relación con los argentinos se sostiene, los uruguayos no entienden aquí «la actitud empecinada de la gente de Gualeguaychú ante una realidad que es la planta; lo que deberíamos ver es la manera de controlar entre los dos pueblos los vertidos residuales».
El comerciante Luis Rodríguez, que tiene un local en el famoso y bello balneario Las Cañas, no intuye una solución en el corto plazo. Dice que muchas casas que son propiedad de argentinos, allí, fueron alquiladas a profesionales de Botnia, y que si la merma abrupta de turistas bonaerenses y entrerrianos los perjudicó seriamente el verano pasado, teme que ocurra algo parecido en la temporada que se avecina, en caso de que la ruta permanezca bloqueada. Sin embargo, él y otros comerciantes vecinos consultados en su comercio se preguntaron cuáles serán los verdaderos provechos que les proporcionará Botnia, considerando las ventajas impositivas otorgadas por el Estado y hasta en el costo del combustible, y lamenta el destino de suelos de gran feracidad a la forestación.
A su lado, Blanca es encargada municipal del área de turismo en las playas y se muestra optimista. «¿Cree que hacia diciembre y enero podemos tener las rutas habilitadas, o que el conflicto se extenderá?», le preguntó LA NACION. «¡No! Pienso que esta señora es muy inteligente y va a solucionar todo.» «¿A quién se refiere?», preguntó LA NACION. «¡A la señora de Kirchner!»
Botnia sigue siendo un mundo aparte. Dos montañas de madera triturada que se divisan a dos kilómetros, listas para ingresar al proceso, saturaron la capacidad de almacenamiento de la fábrica y los operarios necesitan que el sistema eche a andar para permitir la llegada de más camiones con rollizos. Arriba de las parvas de eucalipto, los guinches permanecen inmóviles.
Julio Alberto Pérez se dirige por el camino La Gerencia para comprar la leche del día. La planta está ahí, al otro lado del arroyo Yaguareté. El cronista se identifica como entrerriano y bromea: «De los nuevos enemigos». El hombre ríe con ganas. La fraternidad no parece haberse perdido.