Por Fosforito
Sólo de algunas cosas estoy seguro: Sé que estoy vivo. Sé que voy a morir. Y sé que, de alguna manera, siempre estoy solo.
Como todos ustedes, como todo el mundo…
No importa cuánto, ni cómo lo queramos dibujar. Hay algo en nosotros que es insondable. Algo en nosotros donde nadie llega, que es intocable…
Puede ser que se trate de un lugar maravilloso. Puede que nos de miedo hasta a nosotros mismos…
Nuestro agujero negro o nuestro nudo interior.
Todos, tarde o temprano, en algún momento, nos enfrentarnos con ese abismo, con esa soledad. Ese lugar en el que flotamos solos y somos únicos.
Pero hay que salir, aprender a vivir en el mundo, y sobrevivir en él. Hablar de cosas comunes aunque por dentro ardamos como una hoguera o nos podamos sentir desesperadamente asfixiados como enterrados en una tumba al ras de la tierra.
Esta pandemia nos tiene mal a todos, y cada uno reacciona a su manera.
El amor, la solidaridad y esa palabra -muy en boga- que llamamos empatía -la capacidad de ponerse en los zapatos de otros-, eso que debería primar en este momento en que todos estamos bajo amenaza no sólo por la salud, sino también de perder el trabajo, de quedarnos fundidos, de no comer, es apenas un ingrediente más que se mezcla con las sales del egoísmo, la avaricia, el resentimiento y ese odio hereditario que nunca se corta.
Escribo y leo, todos los días, durante horas, frente a un gran ventanal cubierto por unas largas persianas americanas, bicheando entre las hendijas a la ciudad, desde cierta altura. Pero esa no es mi única ventana: tengo la radio y el teléfono, y otras decenas de ventanas abiertas en el monitor de mi computadora: portales de noticias, blogs, el correo, las redes sociales, el diccionario. Tengo un pedacito de la ciudad y el mundo a mi disposición, al alcance de los dedos. Atareado, pero sigiloso como un francotirador esperando el tiro oportuno. A la expectativa como el personaje de La ventana Indiscreta, la película de Alfred Hitchcock.
Miro a la gente que pasa por la calle, con barbijos usados como corbatas o pañuelos en el cuello, apretando los dientes en una mueca que no puedo distinguir si es de rabia o satisfacción, que pasa apurada o arrastrando los pies.
Cada quién con sus pensamientos, tribulaciones y el peso de alguna carga sobre sus hombros. Depositando ilusiones en alguna esperanza improbable. Tratando de no enloquecer. De llegar a tiempo a algún lugar. Pidiendo permiso o haciéndose un lugar a empujones en este hormiguero humano, en este mundo lleno de estímulos, de ruidos y voces.
Eso sí, todos – sin excepción- sin poder dejar de mirar por mucho tiempo su teléfono celular.
Por mis ventanas del mundo digital -¿un avatar del mundo real?- se ven personas metidas en una orgía egocéntrica, exhibiendo sus bienes, instantáneas de aparente felicidad. Recuerdos de juventudes, de aquel tiempo pasado que habría sido mejor; o disfrutando de una tarde soleada sobre la proa de un velero. Mostrando sus viajes alrededor del mundo. También ahora pidiendo por la libertad y la república, queriendo oler los muertos para creer. Hablando de cifras, estadísticas y porcentajes. Ignorando a los padecientes y dirigiendo comentarios con desdén burlón hacia aquellos que se cuidan y acatan las recomendaciones. Publicando airadamente que este país va a ser Venezuela (Antes, el cuco era Cuba. Porque el cuco más efectivo parece ser la amenaza de convertirse en uno de esos países donde puede complicarse conseguir champú o papel higiénico) y que cuántas horas faltan para que el dólar llegue a 200, y hacen cuentas regresivas para que todo se vaya a la mierda… y qué divertido…
Tiran su pesimismo, su desconfianza y gataflorismo sobre todas las cosas, sin importarles si parten del engaño o la mentira, fingiendo que algo pueda importarles más que su orgía egocéntrica y sus ganas de que todo reviente sólo para tener la razón.
Revoleando su veneno sin vergüenza y proclamando el “para mi que…” como una verdad a tener muy en cuenta.
Boicotear y autoboicotearse, debemos aceptarlo, es parte de nuestra naturaleza.
-¿Pegó el bajón, Fosforito?
-No se haga mala sangre, estimado. Siempre fui así, taciturno y enojado.
Y a mis espaldas está mi soledad, que me recorre la espina en un escalofrío que eriza la piel. Que me invita amablemente a abrazarme a ella, a perderme en su inmensidad. Que me dice: “Basta ya, da vuelta la mirada, y dale la espalda a esta sociedad que ha renunciado a la felicidad colectiva. Date cuenta que solo somos flores creciendo entre las rocas, en medio de un clima árido e inhóspito.”
La soledad es una mala influencia -pero una buena amante- cuando la estupidez y la malicia de este mundo te parten el corazón.