Por Fosforito
El 23 de mayo de 1984 la revista 7 Días publicó en tapa al activista Carlos Jaúregui, que en ese momento tenía 26 años, abrazado a Raúl Soria, con el título “El riesgo de ser homosexual en Argentina”. Fue la primera aparición pública de quién sería el primer presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y uno de los organizadores de la primera Marcha del Orgullo el 2 de julio de 1992. La historia de su vida está en el libro y el documental «Un Puto Inolvidable».
«Y sí, era el riesgo de que nos echen de nuestra casa, de perder el empleo, de ir presos, de que nos lastimen y de que nos asesinen. Así eran las cosas. Y él asumió ese riesgo y fue el presidente de la primera organización LGBTTIQ+ de la Argentina después de la devastadora dictadura cívico militar», resaltó, poco antes de morir en 2020, en una nota para Télam, César Cigliutti, otro de los históricos de la lucha quien, por 24 años ininterrumpidos, fue presidente de la CHA.
Ya en democracia, a partir de 1983, la policía «nos encarcelaba y decían que estábamos ‘enfermos'», añadió.
«Carlos prefería llamarla ‘de la dignidad’ porque lo otro sonaba muy fuerte. Pero yo le dije ‘¡con lo que nos costó a nosotros ser putos, travas y tortas! ¿Cómo no vamos a enfrentar con orgullo esa vergüenza que nos quisieron imponer?’ Y enseguida hizo el click y dijo ‘vamos con el orgullo'», contó Cigliuti sobre Jaúregui en el documental «El Puto Inolvidable».
El orgullo es un sentimiento contrario a la vergüenza. Sentirse orgulloso es sentirse valioso. Es tener autoestima.
Cosas que antes parecían de ciencia ficción, están sucediendo en la ciudad de Concordia casi 30 años después.
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“Ser puto” –entendido en su amplia e incorrecta generalidad- era que tu culo estuviera en boca de todos.
Las opciones eran vivir a escondidas, entre apariencias, quedar guardaditos para, al menos, dejarlos con la duda, reprimirse o salir del clóset y someterse a ser mirados como unos fenómenos, que te pusieran un cartelito en la espalda. Y siempre bajo sospecha. Mirado con recelo, con burla y desconfianza.
Cuánta hipocresía también, cuántos buenos esposos e hijos, cuantos galanes bien hombrecitos, de la misma sociedad que señala y discrimina, correteando a hurtadillas detrás de la chica trans o el putito del barrio.
Y muchos de estos teniendo que vender sus cuerpos porque era casi la única opción de “inserción en el mercado laboral” que les daban. Siendo la caja extra de la cana que levantaba, se divertía, extorsionaba y sacaba coimas.
Y si de relaciones silenciadas y negadas se trata, las mujeres lesbianas: borradas, desapercibidas y vistas como una relación menor. Una sexualidad incompleta sin el falo eyaculador.
A casi 30 años del principio del fin, este domingo la diversidad de la ciudad y la región desfila desde la plaza principal hasta el corazón de la costanera.
–Mi hija ahora quiere que le llamemos por el nombre de Noah.
–El mío está enamorado de tu Noah.
Por primera vez en esta ciudad van a marchar contra la vergüenza por ser lesbianas, gays, bisexuales, travestis, trans, intersex, putos, tortas, travas, maricas…
Van a seguir reclamando por el único objetivo: tener los mismos derechos que tiene el resto de la sociedad.
También para recordar que no fue magia lo logrado. Por la memoria de lo que costaron cada una de las peleas ganadas: la derogación de los edictos policiales para proceder contra quienes usaran «ropa contraria al sexo», ocasionando «escándalo» en la vía pública, la modificación de los requisitos para donar sangre, por el cupo laboral trans, por el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género…
Por primera vez la diversidad de Concordia ocupará las calles. Y no cualquier calle, ni cualquier día: desfilarán desde la plaza 25 de Mayo, transitando por la principal arteria hacia la costanera, un domingo de fin de semana largo, a la hora de la “vuelta del perro”, de salir a tomar mates y acomodarse para ver pasar a los demás, hasta el anfiteatro.
Por primera vez, a cielo abierto y sin disfraz, para festejar un nuevo tiempo de inclusión y diversidad, del paso de la vergüenza al orgullo, y para hacerle un poquito de honor al nombre de esta ciudad que llamamos Concordia.
Personas, solo personas.