
Pero si a eso se agrega, que uno de los abogados de quien figura como dueño del terreno es político y funcionario público con un sueldo suculento (Mariano Giampaolo de la Comisión Fiscalizadora del IOSPER) y con posibilidad de no tener bloqueada la matrícula profesional; que trabajó en la municipalidad, inclusive fue concejal, -a la que una de las desalojadas dice que le pertenecía el terreno en cuestión originariamente; que el dueño de ahora es su propio hijo, (Bruno Giampaolo, Apoderado, según su padre) y que además dentro de las personas desalojadas hay varios niños, niñas, adolescentes y mujeres se empieza a complicar el panorama. Ya algo “huele” mal. Y si, como plus o yapa, cual frutilla rozagante de ese postre explosivo que es peor que una patada al hígado de la ciudadanía y que causa asco, las autoridades encargadas del procedimiento se presentaron con una topadora (con permiso de quien?, paga por quien? Con nafta y operarios del Estado también??), que arrasó literalmente a su paso con casas de materiales hechas con años de esfuerzo y amor, y con todo lo plantado con una violencia inusitada, la cuestión se pone más que espesa y aquella historia casi inocente de vivos o pícaros, adquiere tintes dramáticos.
Se convierte en una postal de color turbio y deja al observador atónito. Da náuseas el sólo hecho de pensarlo. El oficial de justicia podía contar “con los servicios de un cerrajero”, según el mandamiento emitido por la justicia. Parece un chiste de mal gusto, que en lugar del cerrajero llevaron una topadora. Era más práctico. Simbólicamente con ese gesto se podían llevar todo por delante. Y se lo llevaron.
Un juez (Gabriel Belén) que no sabemos si se fijó bien en los papeles, porque el mandamiento figuraba un tal De Los Santos y el terreno estaba con boleto a nombre de Bruno, pero amén de eso, evidentemente si sabemos por los resultados, que se desinteresó o fue sumamente negligente o desaprensivo en la función que entendemos le correspondía de controlar el trato digno al que tienen derecho las familias desalojadas por él mismo, por el simple hecho de que son seres humanos. Según relataron testigos y las propias víctimas no lo fue- Mayor violencia a la ejercida, imposible
Pero lo lamentable no quedó ahí: Ninguna funcionaria o funcionario de alguna dependencia del Estado ni siquiera se dignó a ir espontáneamente a acompañar o garantizar los derechos de mujeres que literalmente fueron atropellados, cuando la cuestión de género con total justicia forma parte central de las políticas públicas, en la nación, en la provincia y también en el municipio. Tampoco posteriormente nadie salió a repudiar el hecho enérgicamente, con la contundencia que entendemos se merecía, ¿No fue, acaso, un acto de verdadera violencia institucional, un atropello con todas las letras?? Eso sí, varios y varias se sacan selfies en jornadas y reuniones hablando de género, de equidad, etc., pero cuando toca a la puerta una emergencia con todos los condimentos de ser y parecer injusta, como es ésta, no le ponen el cuerpo ni las ganas. Menos el alma.
Podría ser violencia institucional, pero nosotros no somos jueces. En todo caso será la misma depreciada justicia la que lo tendría que dirimir si sus propias prácticas, como las que quedaron reflejadas con fotos y videos, en el Siglo XXI son acordes a los nuevos paradigmas que ella misma pregona, época en la que se supone que rige por sobre todo, la “ética de los vulnerables”.
Para ponerle cara y nombres a una historia que “no tiene nombre” que escribieron con lastimosas actitudes quienes demostraron tener “cara de sobra”, te contamos que Fátima es una mujer de 34 años, mamá de 4 niños de 5 ; 6 ; 10 y 13 años que tendrían que arrancar ahora en la escuela del barrio y esposa de un desocupado, que trabajaba de changarín y de albañil pero la pandemia dejó sin trabajo.
Otro nombre es el de Norma, que tiene 7 hijos y hace 26 años que vive aquí y con ella una chica embarazada de 4 meses.
Hagamos el ejercicio de ponernos, con una pizca de empatía, sólo por un instante en la piel de Fátima o en la de Norma o en la de sus hijos: ¿Qué te pasaría a vos si llegan a tu casa con una orden del Juez Belén y topadora mediante, en un momento destruyen tu casa delante de la desconsolada vista desesperante de tu familia y vecinos y te tiran a la calle con tus hijos e hijas?
Los funcionarios, servidores públicos, que se dicen íntimamente comprometidos con las banderas de los más humildes, la solidaridad, la justicia social y la redistribución de la riqueza, desalojan, atropellan, destruyen, abandonan niños, niñas mujeres y desocupados a su suerte. O sea, un conjunto de personas en extremo vulnerables. Los dejan en la calle. Y la sociedad, mira. Incrédula pero mira.-
Se da la siguiente paradoja: quienes son más instruidos, con mayor poderío económico, que no sufren ningún tipo de necesidad, que pertenecen a una clase acomodada, que gozan de variados privilegios, que tuvieron la suerte de haber recibido y seguir recibiendo más cantidad y calidad de prestaciones por parte del Estado,(incluidos sus suculentos sueldos) que el resto de la ciudadanía, dan un ejemplo totalmente pernicioso. Es como que les gritan en la cara a Fátima y a Norma y a sus familias: “no me importa nada, arréglatelas como puedas, el problema es sólo tuyo, a joderse, lo único que importa es “mi terreno” y con mi “topadora”, todo lo puedo y hago lo que quiero”.-
Las actitudes equívoca y huidiza del abogado Giampaolo y del juez Belén respectivamente posteriores a la publicidad del caso, también forman parte y hacen juego con el poco cuidado paisaje; sumamente precario e indecoroso que desde lo institucional le dio cobertura al asunto. Esa cobertura posterior estuvo muy lejos de la ampulosa guapeada de la topadora, y se asemejó más a un desordenado retroceso en chancletas.: Giampaolo primero no dijo nada; luego cuando escaló la difusión, alegó imposibilidad médica de hablar, al otro día hizo un descargo escrito que publicó este medio diciendo que no era más el procurador del caso, siendo que su nombre estaba estampado en el mandamiento, que era exhibido por Fátima a quien lo quisiese ver; a su vez, hacía una encendida defensa del ejercicio profesional, y culpaba a la prensa y a los desalojados, achancando “ inconfesables intereses”; prometía más acciones penales y civiles (traducido más “topadora judicial” para los rebeldes) para resarcir todo el malestar que le causaban, pero se “olvidaba” por casualidad de punto crucial: de informar cómo había llegado el terreno a nombre de su hijo. En un tercer momento dijo que era porque colabora como “apoderado” con los dueños que son personas mayores las que no nombró, esa fue la motivación que dio ante la consulta de DIARIOJUNIO, Y en sus dos intervenciones se dedicó a defender firmemente el accionar del juez Belén, cuestión que como político y abogado estaría quizás, reñido con normas éticas, según se desprendería de otra publicación periodística, lo que por nuestra condición de periodistas no estamos en condiciones de afirmar ni de negar..
Y el juez Belén, al ser consultado por nuestro medio, prefirió el silencio, dijo “mis fallos hablan por mi”. Con esa actitud abrió la posibilidad de especulaciones sobre el motivo: esperar que pase la ola?. temor a la exposición?, no tiene explicación? está tranquilo? no le importa?.¿se sintió bien defendido por Giampaolo? No sabemos cual sería, de todas esas ´opciones, la correcta porque, insistimos, prefirió no hablar. Miedo, tranquilidad o indiferencia. Tales son , después de todo, sentimientos humanos. Mas allá del parecer o de las sensaciones que nos despierte a cada uno, cada cual tiene derecho a sentir como pueda. El tema es que Belén debe cumplir con la responsabilidad social y el rol que ocupa de juez, sobre todo para las familias desalojadas. La prudencia quizás aconsejaba alguna explicación pública, porque pública fue la demolición. En fin, eso quedará en la conciencia del magistrado
En síntesis: Hoy y ahora gobierna a sus anchas la ley de la selva. Al menos en este caso concreto. Los fuertes y poderosos, se les quedaron por derecha y con el amparo de la misma ley que ellos representan con los sueños demolidos y las esperanzas de los pobres y desvalidos, confiados seguramente en que la patria no los demandará jamás. Con frustración y tristeza confieso que creo que en eso, tienen razón