Pablo Germán Acuña era el mayor de cuatro hermanos. A los 15 años, el chico abandonó la escuela. Unos meses después empezó a trabajar -en mayo de este año- para los productores citrícolas locales Juan Calgaro y Walter Panozzo. Todos los días, bien temprano, lo pasaba a buscar en un camión Chevrolet 814 el transportista Mauro Scatolaro y lo llevaban a él y a otros trabajadores más a recoger frutas en diferentes quintas de la zona. Así ocurrió también la mañana del 20 de junio cuando él y siete muchachos más salieron a trabajar. Horas después, la serena siesta de un día feriado se vería alterada por un accidente que venía anunciándose hace tiempo.
Pasados algunos minutos de las 14 horas, el camión que traía a los ocho trabajadores perdió la rueda trasera derecha a la altura de la Escuela Nº 26 “Falucho” de San Pedro (Colonia Freytas) y volcó. Iba cargado con bines (cajones) cargados con mandarinas cosechadas en la quinta de Manuel Stivanello horas antes. Y allí arriba de la pila de bines, los obreros.
Walter Fernández (18), Franco Rulera (19), Nahuel Ñenzú (20). Gerardo Melgar (19), Maximiliano Basualdo (17) e Iván Baltieri lograron salir casi ilesos, saltando a tiempo del camión mientras este volcaba. No tuvo la misma suerte Iván Ñenzú, quien logró sobrevivir, pero con severas lesiones en su masa encefálica, lo que derivó en la perdida de –estiman- un 20 o 30% de su capacidad cerebral y un porcentaje aun no definido de su capacidad motriz. Pero fue Pablo Acuña, el chico de apenas 15 años, quien se llevó la peor parte, falleciendo al instante luego de caer al suelo y que una parva de cajones cargados con fruta le cayera encima.
Rosa Acuña (mamá de Pablo) y Roberto Torres (su padrastro) se lamentan por una muerte evitable, pero además, por la total indiferencia de los patrones del chico. “Con nosotros no vino a hablar nadie, ni ayudarnos con nada, ni siquiera a darle las condolencias a la madre”, dice Torres, contrariando seriamente las declaraciones que el titular del Sindicato de la Fruta en Chajarí Gustavo Acosta efectuara en varios medios después del accidente, en las que aseguraba que uno de los patrones (Calgaro) había colaborado con dinero para afrontar los gastos del sepelio de Pablo. “Se borraron. Y ni siquiera aparecieron para pagar lo que se le debía por lo que trabajo (Pablo). Gustavo Acosta le miente a todo el mundo”, sentenció.
Por otra parte, el joven de 17 años Iván Ñenzú trabaja desde los 15 años en la fruta. El día del accidente logró sobrevivir, pero aun así recibió golpes que determinaron su inmediato traslado al hospital Masvernat de Concordia. Fue intervenido varias veces a raíz de las lesiones que le produjeron un traumatismo de cráneo que, finalmente, derivara en la perdida del 20 o 30% de su capacidad cerebral, de acuerdo a lo que contó su padre, Ramón. “Quedó como en estado de deficiencia mental”, estimó Patricia Quintana, la mamá. Estuvo en estado delicado pero logró salvársele la vida.
Casi un mes después del siniestro, el 18 de julio, fue traído a Chajari, a su casa de barrio Retobo. Hoy, está bajo tratamiento kinesiológico y deberá afrontar otros, de tipo neurológico o de fonoaudiología. Iván no puede hablar y tiene limitada la motricidad en prácticamente la mitad de su cuerpo, además del severo daño cerebral. Se le debe asistir en prácticamente todo (comer, asearse, desplazarse) pero los especialistas son optimistas en cuanto a su recuperación, aun dentro de ciertas limitaciones que deberá padecer de por vida.
Ambos papás salieron –al igual que los padres de Acuña- a desmentir las declaraciones de Acosta (Sindicato Obreros de la Fruta), quien también había dicho en algunos medios que el productor Calgaro los había ayudado con los gastos que demandó permanecer junto a Iván por casi 30 días en Concordia. “Acá hemos estado haciendo empanadas y beneficios para poder pagar los gastos. Y la gente es la única que nos está ayudando”, dice Patricia.
También, al igual que en el caso de Acuña, ninguno de los patrones no sólo que no aportaron ningún tipo de asistencia económica, sino que ni siquiera aparecieron. “El único que apareció fue Scatolaro, que vino varias veces y se preocupó” indicó el padre de Iván, segundo de un total de seis de hijos del matrimonio. Su hermano mayor, Nahuel (20) viajaba también en el rodado el día del accidente. Logró salir ileso.
“Por ahora estamos afrontando los gastos nosotros” coincidieron ambos progenitores, remarcando que constantemente están haciendo comidas para vender y así munirse de algún recurso monetario. En cuanto a posibles acciones legales, Ñenzú sostiene que “por ahora vamos a esperar que la recuperación pase”. “No sabemos cuanto podrá recuperarse”, se sincera la madre. “Tiempo al tiempo”, dice. Como contrapartida a la indiferencia de los patrones, Ramón reconoce que el mismo intendente José Luis Panozzo se acercó a su domicilio y se puso a disposición de la familia.
En la Justicia.
El caso ya está en la Justicia y se ha abierto una causa caratulada como “homicidio culposo”. Actualmente se está a la espera de los resultados de la pericia accidentológica y se espera que pasen a declarar dirigentes del Sindicato Obreros de la Fruta y la Dirección Provincial de Trabajo. En cuento a lo relacionado con lo accidentológico, la idea es saber si el siniestro se produjo por una mala maniobra o por una falla mecánica. De resultar de un mal accionar del conductor, podría llegarse a la imputación por homicidio culposo. De determinarse que fue por una falla mecánica, el camino judicial será otro.
Hasta el momento, de acuerdo a los informes periciales con los que se cuenta y el testimonio en la Fiscalía de varios de los participantes del accidente (que dijeron que el camión nunca había tenido ningún tipo de problemas) todo se trataría de un problema técnico. Todo sumado al hecho de que entre Scatolaro y los empleados que viajaban con él a diario existía una excelente relación (era el intermediario entre los “patrones” y los obreros), y éstos últimos se vieron en la contradicción de ver en quien era prácticamente un amigo, uno más del grupo, al posible responsable del hechos.
De todas formas, de fondo subyace la cuestión de los trabajadores viajando en forma irregular, en negro y –como se dijo- la mayoría de ellos menores de edad. ¿Puede la Justicia avanzar sobre ésta cuestión? Es bastante difícil. Hoy por hoy, se tienen muy pocos elementos –solo los testimonios de los involucrados- como para vincularlos. Pero debe quedar claro que este accidente fue producto no solo de una falla mecánica (el camión podría no haber tenido un percance y el accidente podría haberse producido, por ejemplo, causado por otro rodado o hasta un animal cruzándose en la ruta), sino de una serie, una seguidilla de errores humanos donde la desidia, la ambición o le explotación fueron el caldo de cultivo de una catástrofe que se llevó una vida y que dejó a otra con serias restricciones.
Casi una decena de trabajadores viajando arriba de una pila de cajones, muchos de ellos menores de edad, todos en negro y, encima, trabajando en feriado, no es algo para nada “normal”.