Por Fosforito
Cuenta la leyenda que un atribulado militante comunista hablaba con el doctor Freud acerca de las angustias y decepciones que vivía a diario en su afán de hacer del mundo un mejor lugar. El padre del psicoanálisis lo habría consolado con una frase aún más decepcionante: “No quieras hacer feliz a la gente. La gente no quiere eso.”
De puro “impresionismo” nomas – no por idóneo- la respuesta de Freud sonaba contradictoria: Él, como nadie tal vez, debía saber que las personas batallan por superar traumas, padecimientos, culpas; que pugnan por darle un sentido a la existencia, toparse de vez en cuando con la esquiva felicidad. Freud sabía que todos buscamos la felicidad, pero en este mundo de odios, competencias y supervivencias, los caminos individuales se perciben ajenos al andar del resto de la sociedad. Para la gente – gente como antónimo de individuo- la felicidad tiene muy poco que ver con el bienestar del prójimo.
La felicidad colectiva requiere de una sociedad justa, sin privilegios, con oportunidades para todo el conjunto, que busque la equidad entre sus individuos, pero… Uno mira la pantalla del mundo y dan ganas de llorar… sin embargo, decimos, somos felices.
El escenario latinoamericano se cocina en el fuego cruzado de odios fundacionales: negros contra blancos, civilización y barbarie, paganos y cristianos, indios y criollos, nativos y extranjeros. El odio le gana a los números y a la sensatez. La locura inquisidora aflora con la Biblia en una mano y el cinismo en el corazón. Otra vez lo más oscuro de nosotros, otra vez es hombre como lobo del hombre… matando, incendiando, violando, maldiciendo, vejando, ultrajando, persiguiendo, torturando, desapareciendo, en nombre de la paz, el orden y el progreso.
Seguimos avalando este mundo porque nos permite ser felices gracias -y no a pesar- de la infelicidad a nuestro alrededor. La posibilidad de diferenciarnos del otro nos da la satisfacción. Se necesita ver a los perdedores para entender que uno ganó; aunque pasen cosas horribles afuera de nuestro metro cuadrado. El mal de otros como consuelo de tontos.
-Brindemos Fosforito.
-¿Sí? ¿Y por qué?
-Porque aquí existen dos fuerzas antagónicas que todavía gustan de la disputa en las urnas. Jugamos el juego sabiendo que podemos torcer la ley, aplicar la astucia, jugar con viveza, meter trampa, confundir y enfrentar entre sí a las tribunas… pero todo muy civilizado.
¿Cómo podríamos entender que somos afortunados si no vemos los rostros de los desdichados? ¿Cómo valoraríamos nuestra felicidad sin infelices con quiénes cotejarnos? ¿Cómo celebraríamos nuestra singularidad, nuestra buena estrella, el lugar que ocupamos en la vida, si no hubiera gente más ordinaria y tirada debajo de uno?
La gente no quiere la felicidad de la gente y de eso se nutre el neoliberalismo para conquistar los corazones. Por eso votamos con el bolsillo vacío a gobiernos que proponen un camino de justicia social y con la panza llena a proyectos donde sálvese quien pueda. Es muy loco, pero cuando nos sorprendemos demasiado felices viramos el timón en dirección al iceberg.
-“Uno no se realiza en una sociedad que no se realiza”.
Qué lástima, General, pero parece que la felicidad depende de uno mismo nomás.