La impaciencia de los pacientes

Por Fosforito

La nueva normalidad ya llegó. Viene con aumentos que sofocan más que caminar con barbijo bajo el sol de una siesta de verano, con restricciones por la pandemia que continúan para algunos sectores, mientras que para otros es un viva la pepa, con ingresos cada vez más depreciados por una inflación continua y persistente como la tortura de “la gota china”. Una economía que todavía está calentando los motores, pero ya esta cruzada por la misma vieja disputa entre un reparto equitativo de la torta -de manera que todos coman y sueñen- o seguir esperando la promesa del derrame de los más ricos de los ricos sobre el resto, esa “lluvia dorada” que hasta ahora siempre resultó ser más orina que oro.

Las calles huelen a fastidio, cansancio y desilusión.

Mientras los odiadores de un lado se revuelcan en el mismo chiquero que todos, pero se regocijan porque la heladera no se llena,  los “convencidos” añoran aquella confrontación a cara de perro con el verdadero poder, como cuando gobernaba la mujer de los 1000 ovarios. Aquellos años cuando todos sentían que el fruto del trabajo valía la pena para algo más que la supervivencia, tiempo de conquistas de derechos para mayorías y minorías que poco entendieron que debían ser sus acciones, sus decisiones, sus compromisos y sus responsabilidades y no la decisión política de arriba. Para que cuando una mano da, no venga otra después a quitar así como si nada. Y aparezca un gerente de cuarta a decir que “le hicieron creer a un empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior”.

Aquellos tiempos que fueron más cómodos incluso para los que aborrecían esa idea de que “la patria es el otro”, y no pudieran comprender la necesidad de reparar las vidas que en un derrotero desangelado fueron quebradas a los 8 años de edad.

Los unos, los otros y los “ni ni”, todos fuimos un poco ilusos al pensar que el daño provocado por el gobierno de la deuda, la fuga y “el sinceramiento” sería solucionado en dos patadas por el entrante.

-Es triste amar sin ser Amado, pero más triste es que te den polenta cuando votaste para comer Asado.

Este “frente de todos contra el espanto” no termina de cumplir con las expectativas y a veces parece que se dobla tanto que si no se rompe es justamente por el pavor a que puedan volver los que se fueron hace poco.

Esos que soltaron a las fieras sin ninguna contemplación y ahora este que parece pensar que puede  volverlas al corral llamándolas con silbidos.

-Está muy caro vivir, Alberto. ¿Cuánto más hay que aguantar?

La nueva normalidad llega como un mazazo por la cabeza, con todos los aumentos juntos, uno detrás de otro.

El desaguisado económico y la pandemia no es culpa del hombre que muchos de “los propios” se animan señalar de tibio y timorato. Por falta de severidad y ese tono de maestro paciente hacia aquellos que –como él ha dicho- no pueden «entender que son parte de la Argentina».

Pero aquí hay un problema de amnesia inmediata y será cuestión de que el torniquete siga ajustando para el lado de la piojera y los gruñidos del bolsillo se escuchen como animales hambrientos, será cuestión de que los profetas del odio continúen con su trabajo de envenenar las mentes y los corazones, haciendo de los problemas cotidianos un recordatorio constante sin historia y sin contexto.

Será cuestión que el alivio no llegue antes de lo esperado para que la mayoría vuelva a sentir que podría ser bueno cambiar de gobierno para que nada cambie, para seguir con los mismos problemas, y en la misma calesita.

Los pacientes se están poniendo impacientes.

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