Estos graves atolladeros que ahogan a la gente, requieren de un abordaje serio de dirigentes y de la toma de conciencia de los afectados. En ese sentido, por ejemplo, vimos estos días por TV a vecinos de Villa Lugano protestando, en las calles, por los cortes de luz. Ante la brutal represión policial, algunos manifestantes necesitaban aclarar a las cámaras que ellos no eran “piqueteros”.
La estigmatización mediática y política es tan poderosa que, ni aun en esas aciagas circunstancias, pudieron sospechar que, al igual que ellos, los piquetes surgen de necesidades y derechos conculcados. Es un simple ejemplo del quiebre de la conciencia de clase mediante el bombardeo mediático.
El desmesurado incremento del precio de los alquileres, ha constituido, en el inicio de este año, otra bofetada difícil de asimilar. La parálisis de los inquilinos ante semejante atropello me ha hecho recordar un episodio histórico que deseo compartir. Sobre todo porque fue liderado por una mujer a principios de nuestro siglo.
Fue conocido como “la huelga de los inquilinos” o “la huelga de las escobas”. En esa huelga fue protagonista una mujer libertaria, Juana Rouco Buela. Nada que ver con los que hoy se denominan libertarios, más cercanos al fascismo y al capital que a la lucha de los trabajadores. Los libertarios eran los anarquistas, aquel movimiento que tuvo un protagonismo extraordinario en la defensa de los obreros, en las primeras décadas del siglo XX. El hecho sucedió así: en el año 1907 los propietarios de los conventillos, trasladaron aumentos de tasas e impuestos a los miserables inquilinos, a un precio imposible de pagar por ellos. El alquiler de esas piezas infestas surgió de las demandas de vivienda por la inmigración promovida por el gobierno argentino y los fenómenos de urbanización resultantes. Muchos de los conventillos en los que fueron hacinados resultaban de divisiones y remodelaciones de casonas aristocráticas, abandonadas por los ricos durante la epidemia de fiebre amarilla, cuando buscaron territorios más salubres, dando nacimiento a la zona norte. Otras edificaciones se hicieron de un modo precario para contener las demandas habitacionales de los inmigrantes. Para los propietarios, significó un próspero negocio, basado en el abuso de los desesperados náufragos en búsqueda de alojamiento. El desmesurado aumento de los alquileres de 1907 fue respondido por una original huelga de inquilinos que, agrupados en el movimiento anarquista (Federación Obrera Regional Argentina), se negaron a pagar sus mensualidades, como rebeldía ante semejante avasallamiento. Esa lucha, liderada por Juana Rouco Buela, comenzó en el conventillo “Los cuatro diques” de Ituzaingó 279, donde sus habitantes, unas 130 familias, exigieron una rebaja de al menos un 30% del alquiler. La protesta del abuso de los propietarios se extendió a Rosario, Córdoba, Bahía Blanca e incluso a Montevideo, concitando una sanguinaria represión policial, ordenada por un gobierno, que como todos los que gobernaron nuestro país en las primeras cuatro décadas del siglo, masacraron a los trabajadores que luchaban por sus reivindicaciones. El operativo de desalojo fue comandado por el represor Coronel Rafael Falcón que entró a los tiros y manguerazos de agua helada a las piezas para arrojar a la calle, como animales, a los tristes habitantes de los cuchitriles. Estos asesinos se encontraron con una heroica resistencia. Sobre todo, las mujeres defendieron sus justos reclamos rechazando la agresión policial y judicial con agua hirviendo y escobazos y repeliendo la represión, con toda clase de objetos. El diario “La prensa” reseñaba este episodio del modo siguiente: “después de mucho trabajo, el oficial de justicia consiguió trasladar al patio una parte de los muebles del desalojado; pero su trabajo fue inútil, porque a los pocos minutos, las mujeres colocaron en las piezas los mismos muebles (…) los agentes policiales desnudaron entonces sus machetes y acometieron a varios huelguistas, actitud que exasperó a estos. Intervinieron en tal forma las mujeres, que hubo ocasión de presenciar más de una lucha cuerpo a cuerpo entre éstas y los agentes. La policía intentó penetrar en la casa, pero las mujeres que estaban preparadas para repelerla, iniciaron un bombardeo con toda clase de proyectiles, mientras arrojaban agua que bañaban por completo a los agentes que intentaban aproximarse a la puerta de calle”.
Esa característica, la resistencia a los escobazos, hizo conocer este acontecimiento como la “huelga de las escobas”. Descolló en esa experiencia épica una española que había venido de Madrid a los 11 años, miserable y analfabeta. A los 15 años ya, se había sumado, con pasión, al movimiento anarquista que luchaba contra la opresión del capital, a través de su inserción en la F.O.R.A. Se trataba de Juana Rouco Buela, una mujer excepcional que dedicó su vida a la lucha por sus ideales revolucionarios, por una sociedad sin dios, ni patria, ni amos. Una sociedad en la que los seres humanos fueran libres, generosos y solidarios, donde no existiera la explotación del hombre por el hombre, una sociedad de iguales donde los hombres reunieran sus esfuerzos fraternos para resolver las necesidades de la existencia, es decir, por los principios del anarquismo. Su vida extraordinaria que puede sintetizarse como una denodada lucha contra las injusticias y por el amor en la construcción de una humanidad fraterna y solidaria. Esa magnífica trayectoria vital, se encuentra reflejada en su apasionante autobiografía: “Historia de un ideal, vivida por una mujer”.
Juana, además, fue una referente histórica de la reivindicación de los derechos de las mujeres, que defendió con su obra, que en sí misma es una poderosa crítica de los mandatos patriarcales que, en su época, situaban a la mujer en condiciones de inferioridad respecto del hombre, reducida al rol de madre, ama de casa y esclava de su marido. Juana, luchó contra toda forma de opresión y criticó el machismo, no solo con el testimonio de su vida, sino también interpelándolo dentro del anarquismo que propugnaba una igualdad que en ocasiones olvidaba a las mujeres. En ese sentido creó el primer periódico realizado por mujeres “La nueva tribuna”, en la que firmaban con sus nombres y en el que proponían una sociedad justa, libre y e igualitaria, para los hombres y las mujeres. Juana no era una militante teórica. Si bien era brillante oradora en actos populares y multitudinarios, en los que esclarecía con su discurso lúcido, a la clase trabajadora, acerca de la explotación que sufrían y sus causas. Juana peleaba por sus ideales a través de la acción directa, tal como los hizo en la “huelga de las escobas”, que le valió, no solo la cárcel, sino la deportación por la ley de residencia. Lejos de amedrentarla, esos castigos impulsaron el traslado de su lucha por todo el mundo.
La rebaja de los alquileres, el esforzado y cruento éxito de la huelga, tuvo como costo irreparable, la dolorosa muerte de Miguel Pepe, un albañil de 17 años que cayó por las balas policiales, defendiendo el desalojo de los suyos, en el conventillo de la calle Bolívar 1472. Con la vecindad del día de la mujer y los problemas sociales que siguen siendo eco de aquellos que originó la maravillosa vida de lucha de Juana, rememorar su vida, como una de las grandes luchadoras olvidadas por la historia oficial, y su participación dentro de esa particular contienda conocida como “La huelga de las escobas”, ilumina experiencias y conflictos de una absoluta vigencia en el presente: “Le tienen miedo a la mujer emancipada, y digo miedo, porque una mujer libre no se amolda a la tiranía del hogar, tal cual hoy se practica, pues si tiene deberes, también derechos, y esto ofende al espíritu leonino del hombre”, decía con luminosa claridad Juana, quien encarnó y sostuvo con su ética y valerosa acción, extraordinarias luchas, de una impresionante actualidad. De allí, nuestro homenaje.
(*) Psicólogo. MP243