Mientras los países a quienes se dio en llamar, entre otras formas ‘en vías de desarrollo’ para crearles la falsa ilusión de que algún días llegarían a ser ‘desarrollados’ se sumergían estructuralmente en la pobreza, los países industrializados despegaban de ella alcanzando niveles inéditos en la historia humana de consumo y riqueza.
La industrialización del sur siempre fue un objetivo a destruir, los países del norte rico no quieren competidores, a nosotros solo nos invitan al banquete de pordioseros.
Tres momentos de nuestra historia para ejemplificar
-El primero, la más infame de las páginas de la historia sudamericana: La Guerra de la Triple Alianza.
Francisco Solano López, gobernante de una de las entonces naciones más prosperas de América era un cliente importante de la industria inglesa. Calderería pesada, armas y enseres de todo tipo y hasta buques de guerra viajaban periódicamente de Europa hasta nuestros vecinos que prestamente pagaban las facturas con las riquezas naturales de su exuberante geografía.
Pero Paraguay era un proyecto político económico singular que molestaba, un país donde no había pobreza ni analfabetismo y la riqueza de sus recursos no se concentraba en una clase dominante, como en el resto del continente, sino que se socializaba a través de políticas de Estado. Insólitamente para la época, y hoy también lo sería, la mayor parte de la tierra era propiedad pública, los grandes fundos de donde surgía la valiosísima producción agropecuaria se llamaban Estancias de la Patria y eran propiedad del Estado paraguayo.
Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano López, sucesivos gobernantes, vieron las ventajas de industrializarse y se lanzaron a construir astilleros, fábricas metalúrgicas, ferrocarriles y líneas telegráficas.
En Ibicuy (Py) se construyó una de las primeras acerías y fundiciones de América latina, se tendieron líneas telegráficas y se construyó el ferrocarril, todas obras que se abastecían, ya no de insumos industriales ingleses sino con producción industrial local, que de haber continuado rápidamente sustituiría a la inglesa por obvias razones de costos.
El Paraguay florecía, no tenía deuda externa ni pobreza y ahora despertaba como la primera potencia industrial de América del Sur.
Fue demasiado.
Inglaterra ordenó destruirlo y se unieron entonces las tres naciones vecinas, controladas políticamente por los ingleses, Argentina, Brasil y Uruguay y se lanzaron a cumplir la orden emanada en aquel país.
Bartolomé Mitre, entonces presidente argentino, con la soberbia propia de la oligarquía probritánica que representaba, anunció que sería una jornada corta:…” En 24 horas en los cuarteles, en 15 días en campaña, en 3 meses en la Asunción, todo habrá terminado".
Lo cierto es que la guerra duró casi cinco años, costó cientos de millones de pesos y decenas de miles de muertos. Paraguay suplió la enorme diferencia de ejércitos y pertrechos con el heroísmo de su pueblo que quedó aniquilado luego de un quinquenio de carnicería, que fue lo que finalmente duró el conflicto. Pero mientras los pueblos pagaban con la vida de sus varones, en su mayoría reclutados a la fuerza, comerciantes y ganaderos porteños y entrerrianos hacían enormes fortunas abasteciendo los ejércitos.
Paraguay olvidó su sueño industrial y su progreso y pasó a ser nuevamente cliente, esta vez más modesto, de las manufacturas inglesas.
-El segundo momento: el desabastecimiento provocado por la 2º Guerra mundial
Los primeros años de la guerra fueron para nosotros de escasez extrema y paralización de actividades por falta de insumos estratégicos.
La capacidad productiva de EEUU, Inglaterra y Alemania, -nuestros principales abastecedores de productos industriales-, estaba totalmente destinada a atender el conflicto.
De la noche a la mañana nos encontramos sin máquinas, repuestos, automóviles, neumáticos, artículos de caucho, e infinidad de productos indispensables para nuestra actividad.
Superado el desconcierto inicial, fue la oportunidad que necesitábamos para comenzar a desarrollar nuestra propia industria, y es lo que ocurrió: solamente en la década del cincuenta se instalaron en nuestro país una docena de fábricas de automóviles, algunos de ellos íntegramente nacionales, como los legendarios Rastrojeros, producidos por IME -Industrias Mecánicas del Estado-.
Comenzó un incipiente desarrollo tecnológico local y se crearon decenas de miles de puestos de trabajo que permitieron un progreso desconocido hasta entonces. Un nuevo sector irrumpió con fuerza en la realidad social del país cambiando la historia definitivamente: la clase trabajadora, eufemismo utilizado desde entonces para diferenciarse de las implicancias marxistas, mala palabra en aquel entonces, que adquiriría si se hablara de la clase obrera.
Nuestro panorama social inauguró un dinamismo notable y los sectores medios más la clase trabajadora se hacían de casi el cincuenta por ciento de la riqueza generada en el país, cifra que permitía soñar con una sociedad moderna, dinámica y equitativa.
Pero terminada la guerra también nos quitaron el ‘permiso’ que nos habían otorgado a la fuerza para industrializarnos. La incipiente industrialización de los países pobres que se habían mantenido al margen de la guerra, se constituía en una amenaza para la industria de los países ricos. Los intereses económicos extranjeros reclamaron el espacio perdido y se reencontraron localmente con sus históricos aliados: la clase social hegemonizada por los terratenientes que durante más de un siglo habían estado asociados al modelo de exportación de bienes primarios.
Comenzó a operar entonces una combinación que fue demoledora para la joven y frágil transformación económica de los países pobres. Por un lado la presión ejercida para la apertura económica que facilitó la entrada de productos importados, que incorporaban novedades tecnológicas, excitando las demandas de los consumidores por estos productos que además se comercializaban subsidiados, y competían ventajosamente con los fabricados aquí.
Desde el derrocamiento de Perón en adelante, por las buenas y por las malas comenzaron a forzarnos a cerrar nuestras industrias, como esto iba generando creciente resistencia social finalmente auspiciaron el nefasto golpe militar en 1976 que ahogó a sangre y fuego nuestros sueños industriales.
-El 3º momento la pérdida del financiamiento internacional luego de la crisis de 2001
La imposibilidad de dar cumplimiento a la deuda externa espuria que contrajo el país durante el tristemente conocido como Proceso Militar iniciado en 1976, período de apenas 7 años en el que más que la quintuplicamos, determino un nuevo ‘veranillo’ de autodeterminación.
Durante ese período recuperamos parte del patrimonio Estado, o sea de todos, que habíamos perdido durante la década del noventa del siglo pasado en la orgía de privatizaciones que saquearon los bienes y empresas públicas.
Más allá de consideraciones acerca de la eficacia de las gestiones administrativas es bueno recordar en este momento que nuestros acreedores internacionales compraron a precio vil, patrimonio y empresas construidas con sudor y esfuerzo de varias generaciones de argentinos. Muchas de ellas que habían sido deliberadamente mal administradas para vaciarlas y luego enajenarlas a precio ridículo.
Inglaterra nuevamente destaca en este club de expoliadores de nuestros recursos y nuestro pueblo. Cuando declaramos el default, fue ese país el que más enfáticamente nos reclamó que:…”hiciéramos honor a nuestros compromisos”. Vale recordar que los ingleses durante la guerra mundial comieron proteínas y pan gracias a la carne y el trigo que le enviábamos para ser pagada cuando pudieran. Y que una vez terminada la guerra se declararon insolventes y que no pagarían la factura enorme que nos debían, que los había mantenido vivos durante el conflicto, porque darían prioridad a la reconstrucción de su país.
Suprema ironía, los que nos exigían que:… “hiciéramos honor a nuestros compromisos de pago”, apenas cincuenta años antes nos habían hecho un ‘pagadios’.
AHORA LA HIDROVÍA
Ese es el contexto en que nos quieren instalar ahora, para seguir llevando los enormes volúmenes que abastecen sus industrias y sus consumos desorbitados quieren llevar nuestras materias primas al menor costo posible, y como todos sabemos los fletes por barco son los más baratos por tonelada transportada.
Entonces pretenden llegar hasta el corazón profundo de nuestro subcontinente, por el Paraná y el Uruguay, hasta el Matto Grosso y el Amazonas, hasta las sierras minerales de Bolivia por agua.
Entonces diseñaron el proyecto IIRSA –Iniciativa de Integración Regional Sudamericana-, monumental red de redes de infraestructura que tiene como único objeto sacar nuestros recursos primarios al menor costo posible hacia sus industrias y sus consumidores.
Pero por supuesto que estas obras las pagaríamos nosotros con más deuda externa.
Para ellos un negocio fabuloso, porque el actual gobierno argentino está garantizando la tremenda deuda que está contrayendo con nuestros recursos naturales, o sea que no nos dejarían ni las migas.
Nos dicen que si nos oponemos a la hidrovía:… “nos oponemos al progreso” infame chicana que, o casualidad compran nuestros gobernantes y legisladores, que una vez más legislan y gobiernan en contra del interés de nuestro pueblo.
La hidrovía solo serviría que se lleven más rápido y más barato nuestros tesoros naturales, mientras para nosotros quedaría la destrucción de nuestros ríos y desastres inconmensurables en nuestras ciudades ribereñas. Además de una nueva y fabulosa deuda, impagable, que cobrarían con nuestros tesoros naturales.