Así como lo vemos unos cuantos; esa selección militar, nos extirpo de un cuajo, a los que hoy debieran gobernar la Argentina, o los que debieron gobernarla durante los 80 y 90.
Tal era el convencimiento de los dictadores, respecto de la “inutilidad” de esa generación dirigente, para los fines civiles, que hicieron realidad sus palabras.
Hubo una generación, que no estaba perdida; que por el contrario, estaba muy bien preparada para el rol que el tiempo le terminaría ofreciendo, o que ella misma se hubiera procurado, como fruto de su militancia.
Esa generación, más que perdida, fue exterminada de la vida política, ya sea por genocidio, por exilio, o por temor, y a los fines de la historia fue también “desaprovechada”.
Pero la historia no se detuvo pese a ello….
Quines nacimos en democracia, nacimos huérfanos de ejemplo. Los militares habían cumplido a la perfección el plan estratégico del imperio norteamericano para acabar con cualquier idea loca que sonara a socialismo en el que llamaban su “patio trasero”, y tan bien lo hicieron que durante 20 años de democracia, los argentinos vivimos en el mundo del consumo materialista al que nos habíamos sumado para olvidar y terminar por asfixiar todo aquello que conservara olor a nuestro.
Hasta las banderas de Argentina se hacían en china.
-Cuando estaba en la secundaria, una profesora nos dijo que hiciéramos un trabajo práctico en el que teníamos que contestar una serie de preguntas; y una de ellas era ¿Cuál es tu héroe? Y porqué.
Yo tenía 15 años, corría el año 2002, y mi respuesta fue: “El Che Guevara” pasando luego a explicar que era para mí un ejemplo por haber dejado todo para luchar por la libertad de otro pueblo, y morir en el intento de extender ese privilegio al resto de América latina; y otra serie de cosas que por cuenta propia había leído, o visto en documentales -porque esa era nuestra formación, sin un tutor, sin un dirigente que nos explicara por ejemplo, que teníamos que dudar de los libros que estábamos consultando, la tele y las revistas de fin de semana, que eran nuestras fuentes-.
La consecuencia directa a esa respuesta mía, fue que mi profesora llamó a mi padre y le comunicó lo que su hijo había escrito, le preguntó: “¿Usted sabía que su hijo piensa de esa manera?” Y lo llamó a poner orden en el hogar.
Mi viejo, sin ánimos de procurar un mal concepto de la profesora hacia su hijo, minimizó la cuestión: “Son cosas de chicos” y luego me explicó lo que por esos años, no tan lejanos, todavía era el ABC de la vida cotidiana.
“Rodrigo -me dijo- de política y de religión, en la escuela no se habla ¿entendido?”
Mi padre no era un cultor de la antipolítica, era nada más que un padre de familia de los años 90, que no quería que una profesora miope se la agarrara con migo, porque valla uno a saber como incidía eso en mis notas.
Y así era en todos lados, -o al menos así lo vivíamos los que nascimos en democracia- salvo raras excepciones, el común de la gente no hablaba de política en público, y los políticos que gobernaban el país tampoco; su debate pasaba exclusivamente por el mercado.
Eso era todo lo que la Argentina podría darnos como presidente, un caudillo neoliberal dispuesto a privatizar todas las empresas estatales, o mejor dicho las pocas que el gobierno de facto había dejado en pie. Un mero gerente financiero era el Presidente.
No era, claro está, la Argentina del Cordobazo, ni la del 17 de octubre, no era la del triunfo de Cámpora y mucho menos la de La Noche de los Lápices.
No, nuestros dirigentes eran gerentes, más ocupados en acostarse a la cama con Moria, salir en la revista GENTE, o acaso ir al programa de la señora que almuerza.
Consecuentes con ese paradigma, que era por cierto el único que habíamos conocido, los chicos, que después fuimos adolescentes y después jóvenes, no pensábamos, no hablábamos y no leíamos la política, no sabíamos a que “clase” pertenecíamos, -y de hecho hoy todavía muchos clase media siguen confundidos, y se creen clase alta, o algo así como una Clase “en asenso”; bah lo que Jauretche llamaría el “Medio Pelo”-
Tuvimos en la Argentina 10 años de transacciones económicas más que de gobierno, pero no quiero minimizar las cosas, sí existió una política, la de la antipolítica, que fue igual de efectiva que el terrorismo de Estado de los milicos, solo que el último se hizo desde el mercado, y con los frutos del temor que el anterior había dejado.
No es que los militares hubieran asesinado a todos los dirigentes potables que había parido la primavera setentista, sino que el triste final de algunos dirigentes, quizá los más destacados, fue escarmiento suficiente para que los sobrevivientes, no tuvieran demasiadas intenciones de seguir su camino. Y los que nunca lo habían hecho con más razón todavía, permanecerían en el silencio político.
En política no hay espacios vacíos, y los huecos de la generación perdida los ocuparon los que quedaron; los que estaban del otro lado, o los que habiendo luchado por esos mismos ideales, ahora subordinaban su voluntad, a las “nuevas reglas del juego”.
Y de los que quedaron aprendimos los que nacimos en democracia, o mejor dicho no aprendimos, porque hasta 2003-2007, el tema no se volvió a tocar: Hasta 2003 de “política y de religión no se habla”.
Quizás la bisagra de ese paradigma fue el famoso discurso por la 125 en el que Cristina nos recordó a todos por Cadena Nacional, una palabra que nunca había oído decir a mis padres, ni a mis maestros, ni a mis vecinos, a nadie. Una palabra que solo había visto escrita alguna vez, esa palabra era: “Oligarquía”
Y la palabra “Oligarquía” despertó el debate; porque a esa le siguió “Montonera” y después “Sociedad Rural-Martínez de Hoz” y después “Papel Prensa” y cuando quisimos acordar, uno iba a comprar papa a la verdulería y terminaba hablando de política, se iba al trabajo y hablaba de política, y afortunadamente hoy los chicos en la escuela pueden hablar de política y también tomar colegios cuando un gobierno no les garantiza sus derechos.
Si el máximo logro del Néstor Kirchner fue la abolición de los indultos a los genocidas, el de Cristina fue sin duda la abolición definitiva del silencio político.
Y, como la mentira tiene patas corta, antes o después, se iba a saber, y los hijos de la democracia, que hicimos la primaria sin saber que era la dictadura y seguimos la secundaria con profesores que se escandalizaban ante la figura del che, pudimos encontrarnos con esa generación perdida, o sus vestigios, a través de testimonios, y de lo que nos trasmiten hoy los sobrevivientes, que por alguna razón que desconozco, antes no vimos, no oímos y no sabíamos que existían. No es que no hubiesen hecho nada para contar lo que pasó, es que no estaban a nuestro alcance, por las barreras de lenguaje propias del caso, o porque no se les daba la entidad que merecía… quien sabe.
De esta forma, algunos aún desaparecidos, y otros cuyos restos fueron identificados en fosas comunes (Léase: que evidentemente no están viajando por Europa, como hasta no hace mucho afirmaba mi abuela materna) nos transfirieron, a pesar del salto generacional, a pesar de su muerte, su voluntad de lucha, de convicción política, y es cierto que no le llegamos ni a los tobillos muchos de los que hoy humildemente tratamos de acercarnos a “hacer algo” por defender nuestras ideas. O muchas veces por terminar de definirlas porque aún no están del todo pulidas. Y es así, porque 20 años de silencio no se recuperan ni en 40 años de debate.
Hablamos pues, de partidos que permanecieron cerrados, 10 años sin formar a un solo cuadro, de una estructura partidaria forjada a fuerza de paquetes y prebendas, en lugar de las ideas.
Y no es que seamos idealistas “puros” que pedimos dirigentes inmaculados. Pero es condición del político realista, la confluencia de ideales y de cosas prácticas; y durante mucho tiempo en la Argentina, la balanza del realismo se sobrecargó de cosas prácticas y se vació de ideales, e incluso de ideas.
Esa generación perdida, tiene sin duda su máxima expresión en los pibes de la UES que fueros secuestrados la noche del 16 de septiembre de 1976. Pibes de entre 14 y 18 años, estudiantes secundarios, que tenían un profundo sentido de pertenencia política, defendían sus derechos y también sus ideas, a punto tal que con tan corta edad, se sumaron rápidamente a esa generación que los militares consideraban “perdida”.
Los pibes hacían marchas, leían y debatían ideas, daban apoyo escolar en las villas miserias, eran cuadros, verdaderos cuadros.
En el 1973, según una encuesta del diario La Opinión, el 30% de los estudiantes secundarios participaban en agrupaciones políticas, como Unión de Estudiantes Secundarios, (UES), la Federación Juvenil Comunista (FJC) y la Juventud Secundaria Peronista (JSP).
La encuesta de La Opinión revelaba también que en 1973 los estudiantes secundarios se inclinaban ante figuras emblemáticas de la izquierda, -con la salvedad de Perón, quién asumía, para una porción amplia de los estudiantes, contornos casi revolucionarios-.
Pese a todo, quien encabeza la encuesta era el Che Guevara con el 67%, a continuación venía J. D. Perón con 66% y a mayor distancia, Salvador Allende con 19%; Fidel Castro con 19%; Eva Perón 17 % y Mao-Tsé-Tung con 16%.
Esta humilde columna, que no está dirigida al lector mayor, que ya conoce y seguramente sabe mucho más del tema, sino a los pibes de mi generación, aquellos que no tuvimos la opción de recibir formación política, ni adoctrinamiento, ni cosa semejante; tiene por objeto recordar a los pibes de la noche de los lápices, pero no para homenajearlos desde la dialéctica hipócrita del que alaba desde la tribuna, sino reconociendo su compromiso social, y haciendo nuestras esas banderas.
Retomando la causa, con el apoyo de un gobierno que ha hecho mucho para lograr esa unión en las generaciones salteadas. Hoy hay agrupaciones en las que convergen dirigentes de 60 años y pibes de 17, y como diría Allende, “hay viejos jóvenes y jóvenes viejos”.
Pero con eso no basta, se requiere de algo más, de una cuota extra de interés, porque de lo contrario seremos otro eslabón débil en la cadena. Y cuando estos abuelos que hoy nos cuentan lo que pasó allá por los 40´ 50´ y 70’ y que conducen y gobiernan en consecuencia, ya no estén, tendrá que haber una generación de nuevos dirigentes que cubra los espacios vacios, y tendrán que ser cuadros formados, consientes, conocedores de nuestra historia, de las acciones políticas y sus consecuencias.
Tendremos que tener clarificados cuales son nuestros ideales, nuestras banderas, para no volver a comprar el paquete. Siempre tentador que se ofrece en Washington. El FMI o el BM.
En palabras de Arturo Jauretche: «La juventud tiene su lucha, que es derribar a las oligarquías entregadoras, a los conductores que desorientan y a los intereses extraños que nos explotan»