Dicho proceso se ha visto afectado precisamente por la falta de mano de obra en las distintas actividades del sector agrícola, especialmente en aquellas del tipo estacional, por lo cual enfrentan en algunos momentos del año la escasez de personal.
Éste es el caso de las economías regionales. Producciones como las manzanas, las peras, la caña de azúcar o el olivo, padecen la falta de trabajadores para sus actividades.
Diego Ramilo, asistente de dirección del Centro de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Pequeña Agricultura Familiar (CIPAF), sostuvo que en el caso del NEA “estamos viendo a empleadores que empiezan a manifestar claramente que hay una mejora de su actividad y que a la vez les está faltando mano de obra para este tipo de cosechas, puntualmente hablamos de la actividad olivícola”.
Parte de esta situación se soluciona con la migración de trabajadores de una provincia a la otra. Así lo reconoce Mirta Eberhardt, productora de peras y manzanas de la provincia de Río Negro: “El problema que tenemos para levantar la cosecha es que tiene que venir gente de la provincia de Tucumán, pero aun así no alcanza”.
Esto saca a la luz otro de los graves problemas que atañe al sector y que es la informalidad o trabajo en negro. Esto, en algunos casos, se debe a los bajos sueldos que ofrecen las actividades rurales que hacen que sea imposible movilizar mano de obra local, y se asocia, además, con la intensa actividad física que demanda el trabajo y que no se condice con la remuneración que se ofrece.
Sin embargo, algunas producciones que reciben una mejor paga, aun se ven superadas por otras actividades, como la petrolera, algo que se ve mucho en el sur del país.
Datos aportados por la Federación de Productores de Fruta de Río Negro y Neuquén así lo demuestran. Un cosechador gana aproximadamente $3.000 por mes, y la modalidad de cosecha es a destajo, lo que significa que cobran el doble de ese valor, $6.000, mientras que un ayudante de chofer en el petróleo está cerca de los $8.000 y recibe además otros beneficios por ser parte de ese rubro laboral.
Un dato no menor de la informalidad es que la llegada del Programa Jefes de Hogar, que comenzó a gestionarse a principios de 2002 como respuesta a la exclusión social para más de dos millones de mujeres y hombres, afectados por la crisis de 2001, hizo que en muchas ciudades del interior del país los trabajadores rurales que reciben los planes por parte del Estado prefieren mantenerse en la informalidad –pese al pedido de los empleadores– por miedo a perder dicha ayuda económica.
Al respecto, Guillermo Neiman, investigador del CIEL-PIETTE del Conicet, aporta que “en algunas regiones y para algunas producciones, los planes sociales actúan como un salario de referencia”.
Para Raúl Robín, presidente de la Federación Económica de Tucumán, una entidad que agrupa a las actividades regionales de esa provincia, “éste es un problema cultural, ya que si bien los planes sociales son una ayuda para aquellas familias que tienen muchos hijos puesto que lo cobran por cada uno, esto es suficiente, con lo cual no quieren trabajar”.
De esta manera “es difícil conseguir mano de obra ya que no quieren ser obreros formales para mantener así los subsidios; por lo tanto, todas las empresas que trabajan seriamente se ven impedidos durante las cosechas de tomar mano de obra a través del mercado formal y queda la alternativa de arriesgarse a una inspección y multa o perder su cosecha frente a la informalidad que esto acarrea”, agregó Robín.
Expulsión. Pero también hay escasez de mano de obra calificada y esto va muy emparentado con la expulsión que se viene dando por el crecimiento de la agriculturización, en especial en la región pampeana.
En la lechería, por ejemplo, hay tal concentración de la producción que en los últimos 20 años, y con el cierre de tres tambos por día, ha generado una fenomenal expulsión de esta mano de obra.
En la ganadería hay algunos productores que dejaron la actividad y que pasaron a contratar labores agrícolas y que también han expulsado mano de obra. Estos ganaderos dejaron de hacer dicha actividad o destinaron parte de su campo a la soja, debido a que ésta genera una mayor rentabilidad.
Por lo tanto, todo el proceso de agriculturización desde el punto de vista de las actividades anteriores expulsa mano de obra. Es decir, un campo que antes era ganadero y tenía dos o tres peones permanentes, ya no los tiene más y llama a otros para que le hagan el trabajo, para que siembren, cuiden y cosechen los cultivos.
La agriculturización que experimenta la región pampeana a partir de los años ’70 hace que la superficie destinada a la agricultura crezca a una tasa anual del 4% y que se genere un cambio fundamental de los sistemas de producción en lo que respecta a la organización técnica y empresarial de la producción.
Entonces esto profundizó la caída en la demanda directa de trabajo y, por otro, se intensificó la difusión de las formas de “tercerización” del trabajo.
Juan Manuel Villulla, investigador del Centro Interdisciplinario de Estudios Agrarios-FCE-UBA, sostiene que “no han sido las ramas agropecuarias las que más han expulsado mano de obra ya que esta actividad ha avanzado dentro del mundo agropecuario”.
Por consiguiente, “los números muestran que la extensión del área implantada en la zona pampeana trajo consigo también la expansión de este rubro no sólo porque se cosechan más granos sino porque hay más superficie cultivada, por lo tanto, eso demanda más trabajo”, agregó Villulla.
Esto significa que la agriculturización está expulsando mano de obra, pero si se observa la actividad sojera, maíz o trigo, éstas han crecido en la demanda de mano de obra. Una prueba de esto es el crecimiento del parque de maquinarias (cosechadoras, tractores). Lo que muestra que hay más gente subida a las máquinas para esas tareas. Pero es precisamente este sector el que a la vez sufre cierta escasez de mano de obra calificada ya que se necesita que los operarios sepan manejar este tipo de nuevas tecnologías, las cuales tiene instrucciones que están en inglés. Esa escasez es cubierta por los “contratistas”.
Y es que la agricultura tiene la particularidad de que por más que una máquina pueda cosechar 10 mil hectáreas en 15 días, ésta no puede rehacer todo eso, por lo tanto es necesario una cierta cantidad de máquinas al mismo tiempo cosechando.
En definitiva, comparado con la agricultura convencional la llegada de la tecnología al campo ha hecho que haya una reducción de un 30% de la demanda de mano de obra; sin embargo, desde un punto de vista cualitativo, este modelo productivo ya está exigiendo mayores calificaciones o conocimiento debido a la incorporación de procesos que requieren un conocimiento integral del paquete tecnológico y del proceso productivo.
Encuesta. La última encuesta que realizó el INDEC respecto del trabajo rural y que data de 2006 habla que sobre un total de 8.100 explotaciones agropecuarias (EAP) relevadas en el país, el 32% manifestó haber buscado personal para incorporar al proceso productivo. Entre las 2.572 EAP demandantes, el 25% –equivalente a 654 EAP– tuvo “dificultades para satisfacer la demanda de mano de obra”.
La demanda insatisfecha se vincula principalmente con la realización de “tareas calificadas”, en el 52% de los casos, y transitorias en el 45%. Por otro lado, las tareas entre las cuales la escasez de trabajadores resulta más difundida se relacionan principalmente con la ganadería –36% de las permanentes y 36% de las transitorias.
Con relación a las preguntas de opinión, el 56% de los productores declaró que “existe escasez de mano de obra agropecuaria”.
Según su percepción, ésta se relaciona con “la falta de disposición para trabajar porque existen fuentes alternativas de ingresos” –47%–, con el hecho de que “hay pocos trabajadores calificados para el desarrollo de tareas especializadas” –38%–, y que “muchas personas que antes trabajaban en el sector pasaron al no agropecuario” –15 por ciento–.
Resulta interesante destacar que, entre las EAP con demanda satisfecha, el 65% de los productores considera que hay escasez, y entre las no demandantes, más de la mitad –51%–. De esta manera, cabe suponer que la percepción sobre la gravedad del fenómeno excede su dimensión real, consigna BAE.