La Educación y El Trabajo Infantil

El trabajo infantil pugna con el cumplimiento de los 13 años de escolaridad obligatoria que se pretende con la nueva ley de Educación y obstaculiza el beneficio de los recursos educativos mínimos necesarios para que en el futuro ese chico supere la pobreza.
En Concordia, 5 de cada 10 niños crecen y se desarrollan en la pobreza y más del 35% de adolescentes están excluidos de la educación y el trabajo. El deterioro social y económico de los últimos años, estimuló a que, la deserción llegara al 69% y el 72% de repitencia, según un relevamiento hecho por AGMER en 47 escuelas periféricas de Concordia el año pasado, en EGB I , II y nivel inicial. Es ese estado de cosas, una muestra patética, si las hay, de la realidad educativa concordiense.
Una razón clave del abandono escolar es la pauperización de los salarios y la enorme brecha en el ingresos de las familias concordienses que lleva a miles de niños a desarrollar actividades laborales. Estas actividades laborales no sólo roban la infancia a los chicos y atenta contra su desarrollo educativo y de conocimiento, sino que es la primera causa de la deserción escolar. El trabajo está lejos de ser un factor de desarrollo en ellos, representa un corte substancial en las aspiración de hacerlos mejores ciudadanos.

«El trabajo perjudica la educación de los chicos, lo vemos a diario, genera deserción, ausentismo, repitencia y mal rendimiento escolar” dice Lidia Bentos Directora de la Escuela de adultos Nº 35 Almirante Brown para adolescentes, jóvenes y adultos a DEBATE Y OPINIÓN. Esta institución inició el año con una matrícula de 130 alumnos y hoy apenas llega a 90, “estamos hablando de EGBI de chicos de 13, 14,17 y 18 años, marginados, expulsados del sistema común cuando tenían que haber ingresado al sistema a los 6 años” sentenciaba la directora.

En los últimos años hubo una enorme proliferación de escuelas para adolescentes, jóvenes y adultos intentando atraer a cientos de ellos que fueron expulsados por el sistema educativo común año a año. “Quienes trabajan y estudian en su gran mayoría suelen abandonar su educación, la pobreza, la exclusión y la nula capacidad del sistema para contenerlos es la causa principal de la deserción escolar, más le voy a decir, tenemos chicos de 10 años que nunca formaron parte del sistema y nosotros los tomamos” reflexionaba el maestro Oscar Albornoz. Es absurdo que chicos de 12, 13 y 14 años estén en escuelas para adultos, ¿se detendrán a analizar sobre esto quienes tienen responsabilidad en la política educativa de esta provincia?.
La política educativa necesita estar centrada en los receptores de la educación, no se debe esperar que los niños y adolescentes vuelvan a la escuela aceptando la invitación, sino que hay que salir a buscarlos uno por uno si es necesario y resolver los problemas de cada uno de ellos. La deserción escolar en nuestra ciudad, quedo demostrado, se transforma en exclusión social, y lleva al chico a un mundo en el que aumenta su vulnerabilidad con relación a la violencia, al abuso y a la adicción a las drogas o al alcohol.

Diseñar un modelo educativo con expectativa, cuando la mitad de la población menor es pobre y tiene que salir a trabajar, es poco factible. Para entender la inclusión hace falta observar esta grave problemática del trabajo precoz que impide a muchísimos chicos la continuidad educativa. “Lo único que contempla la ley es una serie de becas, pero si hablamos de becas acá están llegando las becas que correspondía al año pasado y es de $ 40, como podemos abrigar esperanza que el chico estudie y no ofrezca mano de obra barata así” recapacitaba Ricardo, maestro de escuela de adulto.
“Para tener una buena ley de educación hace falta que nuestros gobernantes se pongan de acuerdo sobre que país queremos ser, cual es el desarrollo que buscamos en el nivel económico y cultural que vamos a encarar y de ahí como acomodamos la educación a esos requerimientos. También es necesario formar al docente porque no estamos preparados para las circunstancia que hoy vivimos” nos decía Oscar, maestro de la escuela Nº 35.

Historias laborales de adolescentes
El trabajo infantil empieza más temprano en el caso de los pobres e indigentes, e implica la participación en tareas laborales mayoritariamente en las quintas y en el monte, con relación de dependencia laboral en negro, sin obra social, aguinaldo, aportes previsionales, coberturas de ART (Aseguradora de Riesgo de Trabajo), etc. El 100% de los chicos de 14 a 17 años que consultó DEBATE Y OPINIÓN, no tienen cobertura social de ninguna índole.
Emmanuel Jorge Rodríguez tiene 16 años, vive en el barrio Don Jorge, trabaja desde hace dos años en la cosecha de frutas. “Deje de estudiar en quinto grado, para qué voy a ir a la escuela si no me sirve para nada” nos dice convencido.
Ezequiel Maximiliano Chávez tiene 15 años, también su tarea laboral es cosechar fruta, “ahora yo recién este año empecé a trabajar y tuve que abandonar la escuela porque trabajo de las siete de la mañana hasta las doce y de la una de la tarde hasta las cinco, y llego cansado a la escuela y que voy a aprender así” expresaba con remordimiento.
Facundo Felipe Zapata es otro trabajador de la fruta, tiene 17 años y según él “nunca me gustó la escuela, aparte el trabajo no me da tiempo para estudiar, sabe la cantidad de gurises que no van a la escuela como yo” sentenciaba mirando fijo el grabador.
La problemática del trabajo infantil en nuestra ciudad requiere un análisis. En primer lugar, hay muchas actividades infantiles que no son concebidas como tales, ni por sus padres, ni por la sociedad que conforman su entorno social inmediato. En segundo lugar, hay un aprovechamiento de la inmensa oferta de mano de obra precoz y barata, que es explotada sin vergüenza y sin control estatal por las “célebres” Cooperativas de Trabajo. En el caso de éstos tres jóvenes que hemos consultados, trabajan para la Empresa tercerizadora de servicios Agrofrut sin ningún tipo de coberturas.

También se considera como trabajo infantil aquel que impide el acceso, la permanencia y un rendimiento aceptable del niño en la escuela, o cuando el trabajo se hace en ambientes peligrosos, que tienen efectos negativos inmediatos o futuros en la salud del niño, o cuándo se llevan a cabo en condiciones que afecten su desarrollo psicológico, físico, moral y social.

Constituiría un grave error especular que se va a erradicar el trabajo infantil en una sociedad tan desigual como la nuestra. Por el contrario, la erradicación del trabajo de los niños debería constituir un componente ineludible de cualquier política que apunte al desarrollo de nuestros chicos. Por supuesto debe imperar una voluntad política de cambio del actual estado de cosas, cuestión que no se visualiza en esta gestión.
No cabe duda que la obligatoriedad de la educación en trece años es el único instrumento que asegura igualdad de oportunidades, pero debe ser acompañada por una sociedad que tenga interés y exija por la educación y el conocimiento como movilidad social. La idoneidad académica debe ser el objetivo central.

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