Por Fosforito
Hay noticias nuevas, de una belleza inusitada: San salvador, en las Bahamas, volvió a ser la isla paradisíaca y desértica a la que Cristóbal Colón arribó en su primera expedición; El Himalaya, que no se dejaba ver desde la Segunda Guerra Mundial, mostró nuevamente su inmensidad gracias a la disminución de los niveles de contaminación por el aislamiento; Los científicos son los nuevos superhéroes para los niños; Los animales se apoderan de las calles durante el confinamiento de los humanos; Wall Street sigue en caída libre pese a las medidas económicas de emergencia…
-¿Qué haces, Fosforito?
– Mirá, me compré este libro de Osho. Vengo medio franela en lo espiritual, viste.
La historia del hombre gira alrededor de la economía y la espiritualidad. Pero desde un tiempo hacia acá sucumbimos a los designios del dinero. Nos enamoramos del lujo y el confort, del tener y del comprar, y bla bla bla…
Pusimos todo nuestro empeño siguiendo aquello que llamamos progreso; En los días corriendo contra reloj y las angustias por lo que tenemos endosado para mañana.
Una minoría magnate tomó el timón. Una monarquía de trillones de dólares que juega a los soldaditos y a la ruleta con el resto del mundo. Ese puñado de soberbios que debían tener más conciencia sobre lo beneficioso y lo perjudicial, sobre la preservación del planeta y su responsabilidad sobre toda la humanidad. Se entregaron a una existencia dedicada a lo material, priorizando sus necesidades individuales ante las colectivas. Lanzados en una carrera por la fortuna y la acumulación de riquezas. Se fueron separando del resto del mundo; y mientras más y más subían, desde gran altura dejaron caer su mierda, como un granizo pestilente, sobre todos nosotros; y el derrame que prometían fue “lluvia dorada” sobre nuestras encorvadas espaldas.
El siglo XX tuvo dos guerras mundiales y, más allá de ciertos cambios consecuentes y reformas sucedáneas, la humanidad olvidó el sufrimiento de la misma manera que una parturienta olvidará su dolor.
La naturaleza es sabia, nosotros no.
Vivimos el contraste entre una sociedad materialmente rica y espiritualmente pobre, que se mueve en pos de la eficiencia económica y financiera aunque suponga descartar a otros seres humanos, la destrucción ambiental, la demonización de cualquier tipo de política, llenar de agujeros el tejido social, la uniformidad de la cultura, la masificación de las personas. Sólo pedazos de carne para triturar en la picadora, caminando en derechura al exterminio de la propia especie.
La vida que brota por todas partes tal vez no podía esperar de un consenso para el cambio. Ya no toleraba ni diplomacias, ni amenazas y conspiraciones para que después siga todo igual. Palabras bonitas como compromiso, valores, inversión, etc., todo lindo; Declamaciones de buenas intenciones e intentos casi quijotescos de cambiar el rumbo del mundo mientras el grueso sigue su marcha indubitable sin mirar atrás, sin mirar al costado.
Siempre tuve la mala espina de que todo se resolvería con guerras cruentas y más conflictos. Nunca me imaginé que podría ser un virus, la idea parecía de película…
No me acostumbro todavía a no ver, ni abrazar a los queridos. No me acostumbro a no salir a las calles a caminar un poco. A no poder encerrarme entre mucha gente en el cine para ver la nueva de Marvel. Acodarme en la barra de un bar para escuchar música en vivo y tomar cerveza del pico. Hamacar a mi niña en el parque. Tomar unos mates con mi corazón mirando el lago…
Sin embargo, hay algo encantador que me embelesa en esta nueva vida ermitaña, que me dispone a estar más perceptivo, sin tanto ruido. Que me hace consumir sólo lo que necesito. Que me hace emocionar más seguido. Que me hace dudar sobre si el futuro es una amenaza o una promesa, y me hace preguntar quiénes vamos a ser a partir de ahora. Que me hace soñar con arrugar como un papel al viejo mundo y tirarlo al tachito de la basura, crear una nueva realidad, creer en el milagro de un mundo mejor.
Quizás no esté tan lejos ese día en el que nuestra riqueza no se mida más en PBI sino por la sonrisa y el brillo de nuestros ojos…
O quizás esta cuarentana esté aventando los pajaritos en mi cabeza, que me impulsan a cierta expectativa optimista que distorsiona mi percepción, me engaña, y no me deja ver que, en realidad, todos extrañan al mundo como era…
Entonces, será cuestión de suerte nomás.
