Pezzarini en 1959 vivía en Federación pero prestaba el servicio militar en el Regimiento de Granaderos a Caballo en Buenos Aires. “Estaba al tanto de la creciente por lo que nos escribíamos con mis padres”, indicó. Pero además Buenos Aires también la padeció por la suba del Río de la Plata a causa de las lluvias y el agua que venía por el Uruguay. “Se produjeron inundaciones en la Boca. Nosotros como soldados fuimos a sacar gente en la Boca”, recordó.
En esos días, había recibido una licencia y al pasar por Concordia en tren observó que había agua en la Estación Central. “Apenas cruzaba el tren por las vías y toda la zona hacia el río era prácticamente un manto de agua”, indicó. Al regresar hacia Buenos Aires, el pico de la creciente ya había quedado atrás. “Ahí si, ver agua no era nada. Ver el desastre que había quedado detrás de esa creciente realmente era lamentable”, dijo.
El tren venía muy despacio porque el agua recién había despejado las vías. “Veía hacia el río y era una depredación total, como si hubiese habido una guerra; comos si hubiese pasado Atila por Concordia”, señaló.
“Todo lo que era rancho estaba en el suelo y las casas de material sin puertas y con huecos enormes de pared a pared, en forma circular. Las enormes vigas que se habían separado de las jangadas (balsa usada en Brasil y compuesta de cinco troncos de árbol, fuertemente reunidos) que se destruyeron y las vigas que venían de Brasil o de Misiones salieron a recorrer por su cuenta el río, golpeaban con tanta fuerza a las casas que las tumbaban a las más débiles y las más duras las agujereaban y pasaban de lado a lado. Lo he visto con mis propios ojos en lo que era la parte más baja del barrio Lezca”, señaló. “Había un olor impresionante, animales muertos”, añadió.
Concordia había quedado aislada. “El único contacto era por agua”, dijo. Y por aire. Según algunos trabajos de seminario que efectuaron alumnos del Profesorado (Pezzarini es profesor de historia), el hidroavión que volaba en esa época a Concordia desde Buenos Aires llegaba a acuatizar cerca de la escuela Vélez Sarfield. Asimismo, los barcos que llegaban a la ciudad no amarraban en el puerto sino que se internaban por el arroyo Manzores para llegar lo más cerca posible del centro de la ciudad.
El titular del Archivo recalcó las muestras de solidaridad que se vivenciaron en esos días de parte de instituciones privadas y oficiales, las Iglesias, etc. Y subrayó la tarea que efectuó el Ejército para imponer el orden mediante el toque de queda y la distribución de centinelas armados durante la noche. “Empezaron a haber algunos robos. Toque de queda significaba que al que se agarraba con las manos en la masa, Dios no lo hubiera permitido, hubiese habido algún muerto. Pero fueron medidas extremas y necesarias para ordenar la situación porque más brava se puede poner una catástrofe cuando hay desorden en la sociedad”, enfatizó.
El gobernador de aquel entonces, Raúl Lucio Uranga, recorrió la ciudad y dispuso la conformación de una junta integrada por civiles y militares que “era la que reglaba los pasos a dar en toda necesidad que surgía de esa catástrofe y las ordenes eran severas: si había que hacer tal cosa, había que hacerla”, recordó.
Pezzarini dijo que era difícil pensar como en poco tiempo Concordia volvió a levantarse y pudo salir de esa situación. “El pueblo de Concordia soportó estoicamente todo esto. Muchas familias quedaron sin casas, sin hogar y tuvo que hacerse todo de nuevo y ahí se comprobó lo que fue la historia vieja de Concordia renacida de sus habitantes”, dijo. En ese momento, recordó que en 1843 Concordia era un pequeño poblado que sufrió la invasión de los Madariaga (en referencia a las huestes correntinas que seguían a los hermanos Juan y Joaquín Madariaga caudillos de esa provincia). “Vinieron los correntinos y destruyeron todo. Ni la Iglesia se salvó se robaron las campanas y no dejaron edificio en pie. El pueblo de Concordia tuvo que irse a Concepción del Uruguay pero en seguida volvieron y reconstruyeron el pueblo de nuevo”, indicó.
“Concordia tenía experiencia en esto. Parece ser que salió de abajo esos hechos anteriores para esa población del año 59 para volver a emerger de las ruinas prácticamente”, recalcó.
El Archivo Histórico funciona en los pisos superiores de la Estación Central del Ferrocarril que también padeció el embate del agua. Incluso hay lugares donde sigue marcado el nivel del agua. “Al primer piso no llegó pero toda la planta baja, hasta casi el primer piso había agua”, señaló. La marca que quedó en las paredes de la estación es la misma que sigue marcada en la memoria de muchos concordienses.