Dejando de lado el misticismo religioso pasando al pragmatismo, podemos inferir que, como producto de la evolución de las especies, ontológicamente considerado en su estructura anatómica y fisiológica, el hombre fue sometido a un «baño hormonal», distinto al de la mujer(Testosterona vs. Estrógenos) lo que le permitió disponer de una estructura ósea y muscular que le permitió ejercer una superioridad en el principio de autoridad basada en esa relación asimétrica de fuerza física, pero en su equivalencia mental absolutamente reprimida ya que ambos nacen con la misma capacidad potencial neuronal. Eso significó que a través de la Historia, el hombre y las Religiones sometieron, y aún lo hacen, a las mujeres a una condición supuestamente inferior al estatus de los hombres.
Volviendo a lo fisiológico, desde la aparición de la primera pareja de «homo sapiens», la Naturaleza ideó el sexo como instrumento de perpetuación de las especies. Quiso esta misma Naturaleza que la parte femenina tuviera solo un corto período de «atracción sexual», mientras que la parte masculina, casi siempre estuviera activo dependiendo de otros factores, químicos, visuales, culturales, etc, para proyectar su «deseo» que no siempre es consentido por la otra parte. En esta lógica de atracción y rechazo, la Historia nos muestra que a lo largo de los siglos predominó, en las distintas culturas, el imperio del «macho alfa», porque detentaba, además del poder de la fuerza, la suma de los otros poderes, ya sean de clase, políticos, o de cultura.
En esta etapa de la Historia de la Civilización Occidental, el abuso del poder dominante de lo masculino sobre lo femenino, se sabía que existía, pero se ocultaba con suma hipocresía, ya sea por miedo al conocimiento social, o a la pérdida de alguna conquista laboral, o a la cultura implícita del «falso machismo» que se había instalado en nuestro medio, donde el hombre ocupaba los principales estamentos de la sociedad. No hay que olvidar que el prejuicio social era hasta hace poco tiempo, muy acentuado.
Se ha llegado a denigrar a las mujeres desde distintas caracterizaciones sociales, pensando que las «negras» se embarazan por un plan, y las rubias por un viaje a Punta del este. Así las casadas son engañadas y las amantes «gatos». También para la sociedad las independientes son frustradas por falta de marido, y otras desvalijadoras de billeteras ajenas. Pero las calificadoras de adjetivos no dejan de opinar que las solteras naturales son «abandónicas» de novios sin seducción, las que se operan son artificiales sin esperanza y las que tienen hijos de casados ajenos son asaltantes de cuotas alimentarias, y los prejuicios siempre las persiguen, hasta las que dejan de trabajar para no mediatizar la violencia de género de la que son objeto, y las que siguen trabajando sufren la violencia de género para hacer «caja». Los dardos envenenados de prejuicios se disparan contra todas las mujeres. Las que dicen que un insulto y un empujón malintencionado es un insulto, son feminazis, y las que se quedan calladas después de una tormenta de acoso, son unas sumisas. Y así hasta el infinito.
Ahora, la revolución de los estrógenos se volvió un tsunami de guerra con las mochilas plagadas de blasfemias modernas contadas al pajarito de twitter o a las «cloacas» sociales de Facebook. Las sociedades sin tensiones, también entre mujeres, serían imposibles, inviables, y los «medios agarrados con uñas y dientes de cúpulas masculinas que no se enteraron de la revolución de las mujeres, mandan a todas y todos al «barro mediático», donde se enseña que la peor enemiga de una mujer, es otra mujer, que pelea por un lugar por ser la única y no para abrirle la puerta a otras. El feminismo con sus valientes denuncias destapó el velo de las violencias enclaustradas y volvió a mostrar que la intimidad es política y que la violencia en las parejas no es un hecho privado.
El amor no es violencia. La pasión tampoco. Pero ni el amor ni la pasión, ni el sexo son sensaciones frías y manejables. Todas las formas de amorosidad se construyen. Hasta el «poliamor» donde la infidelidad deja de ser un puñal y pasa a ser un intercambio respetuoso y sin propiedad privada.
Pero toda opción, por más libre que sea, no está libre de miedos, angustias, celos, rencores, dolores, alegrías, anhelos y expectativas. Las mujeres en su lucha para escapar del acoso deberían salir de la frivolidad que nos muestra la TV por todos los canales. Los abusadores tienen el privilegio de utilizar el sistema de Justicia para disciplinar a las mujeres. Ya sea con denuncias de falso testimonio, o por daños y perjuicios, mientras que las víctimas sufren las prescripciones, dilaciones y malos tratos del aparato judicial. La violencia de género afecta a todas las clases sociales, pero los violentos de las clases altas, con poder y dinero son más peligrosos para el fuero judicial.
El lenguaje de la vigilancia y el castigo tampoco alcanza en el contexto que plantean los conflictos en términos de víctimas y victimarios, porque solo reduce el problema a una acción individual y oculta una matriz social opresiva e hipócrita a la que deja intacta.
No hay que olvidar el crimen atroz de las esclavas sexuales de las guerras de ocupacíón de los imperios, donde se reclutan y se obligan a satisfacer a los marines y también de las milicias fundamentalistas, porque tanto las mujeres musulmanas, cristianas, judías y ateas de Irak, el líbano, Siria, nunca habían oído hablar del término Yihad-Al-Nikha, que es como se conoce ancestralmente como la guerra Santa del Sexo, o sea el llamamiento del estado islámico de Irak, y el Levante para que las chicas solteras de las tierras conquistadas se ofrezcan en forma voluntarias a la fuerzas de ocupación para convertirlas en esclavas sexuales. La vida de las mujeres en estos estados a pasar de ser una vida semi-laica a una denominación de «amor voluntario», porque la prostitución esta prohibida en el Islam. Hipocresía en estado puro.
«Solo la sangre lava la» vergüenza» Así lo creían las sociedades tribales musulmanas que distinguían entre Sharaf (dignidad) e Ird, la «pureza» y el honor de la mujer. Que la guerra justifique todo es una triste demostración de la crueldad del ser humano .
Por último el gran sociólogo Sigmund Baumant decía que «…una sociedad que pierde la noción de responsabilidad moral del individuo por cada uno de sus actos, está preparada para justificar desde el más pequeño hasta el mayor de los crímenes”.