Instrucciones para dar un abrazo

Por eso no es tan curioso que en distintos portales de noticias aparezca una serie de recomendaciones para efectivizar, un abrazo cauteloso:” los doctores dicen que debe ser breve, ocurrir en el exterior y no incluir el contacto cara a cara. Mirar para lados opuestos, no toser, no hablar, contener la respiración al acercarse, al alejarse y durante el abrazo, y hacerlo durar poco, duración máxima: 10 segundos”. ¡Cómo no encontrar en estos consejos, los ecos de la genialidad de Cortázar con su manual de instrucciones! Ya en su época parecían necesarias como instructivo, para llorar, para subir las escaleras, para cantar o para dar vuelta la cuerda de un reloj.

Cortázar expresaba con ironía un  mundo que debía ser ordenado y a ese objetivo contribuían los expertos en catálogos que orientaran y controlaran las más simples acciones cotidianas. Más aun en este que se dislocó con la pandemia, trastocando hasta los huesos nuestra cotidianeidad, expulsándonos de esa “satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente…”(Cortázar “Historias de cronopios y de famas” ).

Las instrucciones que los especialistas de todo tipo nos han brindado, durante la pandemia, han apuntado al “hacer”: “mantenga las rutinas, coma liviano, mire las noticias una vez al día, haga gimnasia, yoga, aprenda recetas de cocina, cocine, juegue a las cartas etc.”.

En cuarentena, sobre todo, hemos aprendido que estamos preparados para “hacer”, sobre todo si es un “hacer compulsivo”, al imperativo de  “producir” aún a riesgo de los contagios, de nuestros sentimientos, miedos y tristezas, y aún de nuestras vidas. Producir sin reflexionar ni sentir, es la exigencia de adaptación al sistema. El ocio nos abismó al vacío de encontrarnos con nosotros mismos, a la peligrosa aventura de pensar, de sentir, del que vinieron a restituirnos los expertos y los medios de comunicación, al rescate del sopor de una vida alienada que la cuarentena puso en cuestión. De ese modo no sorprende este particular manual de instrucciones para volver a abrazarse.

Necesitamos aparentemente del manual porque la pandemia produjo el efecto paradójico de que aquellos gestos que nos unían emocionalmente, que comunicaban los afectos, se transformaron en las mayores fuentes de riesgos y contagios. Rápida y traumáticamente aprendimos que el distanciamiento físico era ahora el modo de cuidarnos y querernos. E intentamos, y muchas veces fracasamos, acostumbrarnos a los codos y los puños en su reemplazo, con dispares resultados. Y ese gesto primigenio e instintivo que es el abrazo, ese acto que busca reconstituir la fusión primordial, empezó a tomar la forma de la añoranza y la nostalgia.

“Orioll Vall, que se ocupa de los recién nacidos, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien. Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos”, enseña el maestro Eduardo Galeano.

El abrazo es un desesperado intento de un  rescate ilusorio de la soledad irreductible que nos es inherente. El psicoanalista René Spitz observó que los bebés dejados en hospitales o casas cunas, por muerte o abandono de sus madres, al cuidado mecánico de las enfermeras, que los alimentaban, abrigaban y aseaban, al poco tiempo comenzaban a rechazar el alimento, abandonaban la sonrisa, entraban en marasmo y finalmente morían. Por falta  de suministro de abrazos, de besos y miradas maternas. Por eso se dejaban morir.

Es en la envoltura justa del otro primordial, en el lugar lleno de amor y de vida, que deja para que el recién nacido se aloje, haga su nido, donde reside el deseo, la pulsión de vivir. No hay vida, amor ni deseo sin ese rodeo de brazos que constituye a la criatura humana como tal. Por eso los abrazos maternos son prototípicos. Es que los abrazos son constitutivos de lo humano. Con ellos comunicamos nuestro amor, nuestro afecto, nuestro cariño, nuestra pasión, pero también nuestras tristezas y condolencias.

Los científicos que traducen los sentimientos en razones, dicen que: “reducen la depresión, la soledad, la ansiedad y el estrés. Incrementan la confianza, la seguridad y la buena salud. Dar y recibir abrazos reduce los sentimientos de enojo y apatía, relaja los músculos, libera la tensión del cuerpo, incrementa la autoestima, disminuye la presión arterial y estimula el nivel de oxígeno en sangre. Eleva la serotonina. Fortalece el sistema inmune y rejuvenece el cuerpo”.

La pandemia nos robó los abrazos y los besos. Claro que muchos sucumbieron al dilema, entregándose a los riesgos y complicaron el cuadro. Privación mayor que afectó a los adultos mayores, tristes en la soledad y la ausencia de las expresiones de ternura hacia hijos y nietos, a los jóvenes en el encuentro tan imposible como necesario con sus pares, a los amigos que decidieron soportar a distancia, la nostalgia, conscientes de la necesidad de cuidarse, y la más cruel y despiadada privación, la desgarradora penuria de aquellos que no pudieron despedirse de sus seres queridos ante la prohibición sanitaria de efectivizar los ritos mortuorios, necesarios para realizar el luto. Somos una comunidad en duelo. De un duelo extraño porque se transita  sobre la pérdida de lo que no fue. Es un duelo de lo no realizado por las experiencias no vividas.

¿Dónde se habrán perdido los besos y los abrazos de los abuelos, de los jóvenes que fueron mutilados de sus experiencias vitales, de los deudos inconsolables? No hay inscripción psíquica de esas pérdidas. Tal vez solo empiecen a sanar a cuenta de futuros abrazos.

“Los abrazos están cada vez más cerca”. Hermoso eslogan que sintetiza la más profunda de nuestras esperanzas. La esperanza que abraza, como sentimiento, a aquellos que se llevó la enfermedad, a los que la pandemia descubrió más víctimas de las injusticias que les impone una vida miserable, a los que perdieron sus trabajos o vieron arruinados sus sustentos. Una esperanza, que como dice Fromm, no debe tener el sentido de espera pasiva, ni realidad violentada, sino que signifique  “estar presto en todo momento para lo que todavía no nace, pero no llegar a desesperarse si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida. Tener esperanzas” es ayudar al advenimiento de lo que se halla en condiciones de nacer”. La esperanza no es espera pasiva, sino acto comprometido, por eso no tiene que ver con el futuro que alguien construya, que otros construyan, eso es resignación, sino con lo que podemos  construir de cambio hoy. No es algo abstracto, sino la concreción de nuestros esfuerzos y de nuestra voluntad, comprometidos en hacer nacer un mundo mejor.

Los abrazos están cada vez más cerca y la esperanza en un mundo solidario y digno también. Tal vez viene lento, pero viene. Viene lento, pero depende cada vez más de nosotros que del azar.

 

LENTO PERO VIENE

Lento pero viene, el futuro se acerca

Despacio

Pero viene

Hoy está  más allá de las nubes que elige

Y más allá del trueno y de la tierra firme

Demorándose viene, cual flor desconfiad

Que vigila al sol, sin preguntarle nada

Iluminando viene, las últimas ventanas

Lento pero viene, el futuro se acerca

Despacio

Pero viene

Ya se va acercando, nunca tiene prisa

Viene con proyectos y bolsas de semillas

Con ángeles maltrechos y fieles golondrinas

Despacio pero viene

Sin hacer mucho ruido

Cuidando sobre todo, los sueños prohibidos

Los recuerdos yacentes, y los recién nacidos

Lento pero viene, el futuro se acerca

Despacio

Pero viene

Ya casi está llegando, con su mejor noticia

Con puños con ojeras, con noches y con días

Con una estrella pobre, sin nombre todavía

Lento pero viene, el futuro real

El mismo que inventamos, nosotros y el azar

Cada vez más nosotros

Y menos el azar

Lento pero viene

El futuro se acerca,

Despacio

Pero viene

Lento pero viene

Lento pero viene

Lento pero viene

MARIO BENEDETTI

QUE LÍO (BREVE ANEXO)

¿Cómo contener tanta pasión, tanta necesidad de desahogo como el que se produjo anoche con el festejo por el triunfo de la selección Argentina en la copa América, en el Maracanazo? Se equivocan quienes reducen el fútbol a un deporte. Es un complejo fenómeno social, político, económico, artístico y psicológico. Es un espacio donde el pueblo proyecta, deposita, todas sus necesidades postergadas, de logro, de triunfo, de satisfacción, en la identificación masiva con el equipo. Es también una genuina expresión de alegría, en aquel campo sin fisuras donde nos reconocemos como “nosotros”. Uno de los pocos. ¿Cómo evitar entonces esa necesidad de desahogo mayúsculo, de abrazos eufóricos, de “olvido” total del contexto? Es un dilema con graves consecuencias.

 

(*) Psicólogo. Escritor

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