En el reciente trabajo, realizado desde el OBSERVATORIO de EDUCACIÓN, de nuestra COOPERATIVA, con el objetivo de conocer el interés por aprender que hay en el estudiantado, se les realizó puntualmente, a los y las docentes, la siguiente consulta: ¿Qué sería necesario modificar para optimizar el aprendizaje?
Las opciones como posibles respuestas fueron: Apoyo Familiar; Cambios en los Diseños Curriculares; Material Didáctito; Cambios de Horarios; Conocer los Intereses del Estudiantado; Nuevas estratétias Didácticas; Grupos Homógeneos y/o Grupos Reducidos en los cursos; Infraestructura; Responsabilidad del Estudiantado.;
Las respuestas muestran que casi un 70% del profesorado consultado cree que «nuevas estrategias didácticas» optimazaria el aprendizaje.
Fue a partir de esta respuesta que se construye la pregunta: ¿Es la innovación el camino para optimizar el aprendizaje?
Como forma de acercamiento a un análisis crítico-reflexivo recurrimos a Anne-Marie Chartier[1] que desarrolló una conferencia (2019),con el título:¿Bajo qué condiciones, las innovaciones pedagógicas podrían mejorar el desempeño de los alumnos?[2]
Tomaremos algunos párrafos de su ponencia a modo de disparador para pensar una posible respuesta:
(..)estamos acostumbrados a relacionar innovación y desempeño; leemos en los medios que las empresas más eficaces son las que innovan. Debido a que también se escucha ese mismo discurso en el mundo de la acción política y social, de proyectos culturales y de asociaciones caritativas, tendemos a pensar que se trata de una ley general de la vida actual: para mejorar los resultados de una acción cualquiera, para tener éxito, hay que innovar. Evidentemente, lo mismo se piensa en el mundo de la educación. Para luchar contra el fracaso, para mejorar los resultados escolares, para instruir mejor a las nuevas generaciones, para preparar el futuro, hay que innovar. “Innoven, o están perdidos”, es el slogan actual. ¿Por qué aceptamos esta imposición como si fuese una evidencia?
Para reflexionar con ustedes sobre esta cuestión, quisiera intentar responder a tres preguntas:
Primero, ¿qué innovaciones han impuesto esta evidencia en la educación? Después, ¿las innovaciones pedagógicas más recientes han confirmado o desmentido las innovaciones precedentes? Finalmente, ¿cuál es el margen de acción de los maestros frente a las innovaciones que los rodean? ¿Podrían estos definir las condiciones que hagan que una innovación sea benéfica para los alumnos?
Anne-Marie Chartier resume sus conclusiones de la siguiente manera:
Una innovación sólo es eficaz para los alumnos cuando el profesor puede dominarla, es decir, anticipar la aplicación previendo los inconvenientes y las posibles ventajas. En otras palabras, si puede apropiársela e integrarla a su práctica anterior. Si no es el caso, si la innovación le es impuesta desde lo alto sin que pueda darle sentido ni hacerla suya, no se puede estar seguro de que los beneficios esperados “teóricamente” lleguen alguna vez. Por ejemplo, ¿qué pensar hoy de la introducción de herramientas digitales en la clase? La escuela no puede permanecer a distancia de esta revolución tecnológica que ha modificado la vida de las familias, la comunicación entre adolescentes y la relación de los niños con las pantallas táctiles. Muchos están listos a creer que las máquinas producirán efectos benéficos por sí mismas, por el solo hecho de su presencia y uso en clase, cuando la guía del maestro sigue siendo esencial, como lo es en las actividades lúdicas de los métodos activos. En este caso, cada profesor puede percibir rápidamente las ventajas y desventajas que se desprenden del uso del material educativo, y puede juzgar por sí mismo el beneficio de las transformaciones introducidas. La dificultad actual viene de que la experiencia concreta de los maestros se encuentra cada vez más rebatida por las evaluaciones científicas. Por ejemplo, ciertos dispositivos de ayuda a alumnos en dificultad, que satisfacían tanto a los maestros como a los padres, fueron juzgadas como no pertinentes puesto que el progreso realizado no fue “estadísticamente significativo”. Las ayudas ministeriales que recibían estos grupos para financiar esos talleres de lectura, fueron suprimidas
En la actual coyuntura llena de grandes cambios, el problema no es la innovación. Sea como fuere, de todas formas, estamos rodeados de innovaciones políticas, tecnológicas y económicas; para bien o para mal, las queramos o no.
El desafío de los profesores consiste entonces en resistir a los slogans que predican siempre mayor novedad, sobre todo cuando se trata de ofertas de material, de máquinas y programas de computadora que supuestamente resolverán todos sus problemas. Para ofrecer a los niños un mundo escolar habitable, estos necesitan un marco de estabilidad.
Amaestrar para ellos –el profesorado- las innovaciones requiere de dos cosas. Por un lado, de un tiempo de formación continua para estar informado de la evolución de los sistemas educativos a corto y mediano plazo, y también de momentos para intercambiar opiniones con los colegas confrontando experiencias y puntos de vista. Por otro lado, una gran capacidad de resistencia a los slogans del consumismo pedagógico, así como a los discursos políticos que contienen tantas promesas ilusorias como exigencias inalcanzables.
La prioridad es hacer mejor las cosas con los “medios que hay a bordo” para los niños que están presentes.
Tekoá, Cooperativa de Trabajo para la Educación. Ltda.
[1] École Normal Supériuere de Lyon Francia.
[2] Conferencia desarrollada por la autora en las XI Jornadas de Investigación Educativa, organizadas por el Área Educación, CIFFyH-UNC y la Escuela de Ciencias de la Educación, FFyH-UNC, 9 al 11 de octubre de 2019